Dos nuevos microrrelatos del maestro del suspiro.
PALABRAS
Un domingo por la mañana almuerzas en el café que da al parque mientras ojeas cualquier prensa, pues la que te apetecería leer no la has encontrado, del mismo modo que no has encontrado el quiosco. Aspiras un aroma que no hueles y saludas de lejos al chico de la barra como si lo conocieras, pues realmente lo conoces. Pasas las páginas con premura para llegar enseguida a deportes, pero la imagen del joven que se estira hacia un balón imposible se te hace un jeroglífico. Un poco más tarde, el ruido de la cisterna del WC es como un reset que te trae una extraña e inconexa cascada de situaciones que, a su vez, te recuerdan a otras. Te sorprende la aspereza del papel con que te secas las manos. Te preguntas si las monedas con las que pagas, aún siendo monedas, son suficientes.
El parque tiene en su centro un lago lleno de cosas que se deslizan por su superficie con elegancia y, acaso también, con algo de torpeza. A ratos se hablan en un idioma ininteligible, o sumergen la cabeza bajo el agua y entonces sonríes. Sus estelas forman caminos en el agua calma por donde parecen alejarse palabras que al parecer no tienen ningún sentido: Marca, croissant, Jaime, portero, cisnes, anochecer.
EL TÍMIDO IRRACIONAL
Hasta el amor más contenido precisa de válvula de escape y así es como lo entendió él, abriendo finalmente su corazón en canal, a lo largo de cinco minutos de confesión en el contestador de un número fijo dado de baja hacía veinte años, perteneciente a un edificio, asimismo suprimido como tal en el último plan urbanístico, propiedad de una hermosa mujer que nunca se acercó por allí. Un amor tan profundo que justificaba toda una vida esperando respuesta. Un amante tan superficial que no se atrevía a comprobar si había marcado el número correcto.
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