Como si se hubieran puesto de acuerdo con taimada coordinación (nótese la ironía: nada de eso ha ocurrido), los tres principales medios mensuales impresos de música pop en España han colocado a mujeres en sus portadas de abril; Son Angel Olsen, Alynda Segarra (Hurray for the Riff Raff) y las Hinds. El pasado ocho de marzo se celebraron, en las principales ciudades españolas, multitudinarias manifestaciones con ocasión del día de la mujer trabajadora, que instaban a superar las endémicas brechas –laborales, sociales– aún existentes respecto al género masculino. Supusieron un punto de inflexión.
Luego no parece fruto de la casualidad (¿o quizá sí?) que las tres revistas hayan optado, en una coincidencia sin precedentes, por darle visibilidad a unas cuantas mujeres que se ganan la vida facturando discos notables. Teniendo en cuenta que más del ochenta por ciento –seguramente sea más– de sus planteles (tanto en su staff fijo como en su nómina de colaboradores) están integrados por hombres, no es mala señal. La del periodismo musical y las mujeres es otra asignatura pendiente desde hace décadas, de complicado aprobado.
Nadie en su sano juicio, excepto algunas de esas fuerzas centrífugas (muchas de ellas en nuestro pintoresco gobierno) que siguen deparando la imagen de un país carpetovetónico, podrá negar hoy en día la necesidad del feminismo tal y como lo define la propia RAE: principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Decir a estas alturas que es como el machismo, pero al revés, es una sandez como un piano. Luego ya nos podremos poner (o no) de acuerdo en el grado de intensidad de sus reivindicaciones, en los excesos de lo políticamente correcto (lo de los micromachismos llevado al extremo da para un puñado de situaciones grotescas), en las ventajas e inconvenientes de algunas discriminaciones positivas que ni de lejos sirven para solventar problemas estructurales o en las ridículas banalidades a las que someten el lenguaje algunos cargos públicos para ganarse unos votos (y las risas de quienes nunca les votarán).
Pero resulta incuestionable que las brechas salariales, de trato y de consideración social en muchísimos supuestos, que van mucho más allá del ámbito laboral, están ahí; Tan presentes y candentes como hace décadas. Y están también en nuestra música pop, que no es una esfera disociable: que les pregunten precisamente a las Hinds, portada de Mondosonoro de este mes, quienes llevan tres o cuatro añitos generando un sesudo debate en torno a su pericia técnica que, curiosamente, nunca ocurre con los cientos de bandas masculinas que hacen bandera del garage rock y de otros géneros más bien proclives a una tosquedad instrumental que tiene más de limitación técnica que de coartada estilística. Por la boca muere el pez, casi siempre.
En realidad, si nos fijamos con detenimiento, estamos asistiendo desde hace unos cuantos años a la consolidación de algunos discursos musicales femeninos que, ya sea por una sensibilidad distinta a la de los hombres o por una capacidad de adaptación y de integración de nuevas corrientes musicales que ya quisieran algunos (ya saben lo que dicen sobre los hombres y la coordinación de varias actividades a la vez: quizá sea un tópico, pero quien firma esto lo elevaría a dogma de fe), están deparando algunos de los discos más excitantes de las últimas temporadas. Los recuentos finales de cada temporada dan fe.
Quizá todo eso no sea tan apreciable en enfoques más cercanos y reducidos –lo de la composición de algunos festivales de nuestra escuela clónica es de traca– pero sí destaca con fuerza en citas como el Primavera Sound o el FIB, en los que ya cerca de un 30% de sus carteles están integrados en los últimos tiempos por propuestas femeninas o que gozan de presencia femenina en sus alineaciones. Lo hacen por méritos creativos, y no por una paternalista política de cuotas que rara vez acaba beneficiando a aquel colectivo que pretende visibilizar.
Una de las peores cosas que se le puede transmitir a un grupo íntegramente formado por mujeres es la idea de que están ahí solo por cubrir un cupo, como un simple ornamento para corregir desequilibrios, sin que importe ni el estilo, ni la calidad ni la mayor o menor innovación que emane de su propuesta. Estaría bien que aquellas tribunas (festivales, televisiones, radios, revistas) que cuentan con alguna clase de soporte del erario público no cayeran en esa clase de condescendencia, institucionalizada, cosmética y desprovista del mínimo criterio. Aunque solo sea por el bien de aquello que dicen defender.
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