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Música

Prince quiso siempre ser tu amante

En Vidas salvajes, Música martes, 30 de mayo de 2017

Miguel Caamaño

Miguel Caamaño

PERFIL

Prince no quería que le presentases a tus padres, quería esperarte en la cama para convertirte en uno de ellos, pero sin dejar de rendirle pleitesía. Se sabía un privilegiado, pero al mismo tiempo no estaba conforme con el mundo, que casi llegó a ser suyo.

El genio de Minneapolis tuvo una china en el zapato… y se llamaba Michael Jackson. Aunque jamás lo reconociese, Prince se sentía siempre víctima de las comparaciones por haber coincidido en el tiempo con el de Gary. Ya su propio apodo le relegaba casi sin quererlo frente al Rey del Pop, pero él seguía descubriendo y trasteando instrumentos como queriendo demostrar que su virtuosismo era de otro planeta. De otro planeta estaba claro que eran, pero Prince intentaba trascender una y otra vez con trabajos cada vez más histriónicos. Las rejillas, los slips y las gabardinas para el de Minneapolis no tenían secretos y su ambigüedad era marca de la casa. Quizás detrás de su metro y medio y de esa aparente inofensividad se escondía una lascivia sin remedio y un deseo irrefrenable de placer continuo. Aunque, curiosamente, Prince encontraba ese placer en el trabajo incansable, como si éste fuera a ser su auténtica liberación.

Llegó a regalar sus discos con periódicos en diferentes países, actuar en locales pequeños para marcar a todas las generaciones que pudiese y negarse a seguir lacerado por las presuntas artimañas de las discográficas. Sólo pronunciar el nombre de Warner le provocaba mareos, aunque no dudaría un solo instante en ir por libre y sacarse de la chistera un símbolo y un apodo. Eran los 90, años en los que tan pronto componía la banda sonora de Batman, como regalaba sin querer éxitos a la bipolar Sinead O’Connor.

No obstante, Prince no se escondía, se ofrecía con discos contados por decenas, con toneladas de Groove y composiciones que parecían querer resucitarlo, tras reinventar el R&B. Así era él, ese muchacho de mirada penetrante y huidiza que no dejaba que nadie le tosiese en su colectivo ni en la cama. En ambos sitios mandaba él, porque su nombre es Prince, the one and only

Su megalomanía y extravagancia no sabemos si estaba calculada, lo que sí está claro es que a los melómanos de siempre nos enganchaba. Otra cosa es que consiguiésemos estar al día de sus nuevas canciones: es como si Prince quisiese estar siempre apostado en aquellas sábanas de hotel de lujo para recibirte con sus fastos, tras intoxicarte con productos musicales que en nada te hacían bien. Prince sabía que acabarías volviendo para redescubrirle, eligiendo aquel himno que más te tocase la fibra y haciendo que te preguntases, una vez más, cómo podía conseguir dominarte con esa facilidad. Prince era ese amante al que siempre volvías, aún a pesar de saber que le perderías de vista la semana siguiente. Eso sí, momentáneamente, porque Prince siempre será tu amante… y eso le convierte en inevitable y eterno.

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