Joan Brossa (Barcelona 1919-1998) entendía el arte como una manera de subvertir el orden, de variar el punto de vista sobre las cosas y de denunciar la opresión para alentar un cambio social. Agitó los códigos para crear una obra poética onírica que transitó por las artes plásticas, la música, la escena y la escritura con total libertad.
El Ballet blanc incluye tres actos breves con escenas como: Ruinas de un castillo bañadas por la luna. Una bailarina baila muy plásticamente. De repente se lanza a bailes populares. Surrealismo puro, el que ondea por todo la extensa obra de un poeta y artista irrepetible.
Con respecto a su obra escénica, si la juntamos toda ocupa casi cuatro metros de longitud por medio de ancho. De esta forma tan gráfica se refiere Xavier Fàbregas a los textos y otras piezas parateatrales y musicales escritas por el artista a lo largo de su prolífica vida.
Siguiendo con las cifras, de esas más de 300 obras escritas para ser representadas, una sesentena son ballets y en todos ellos el espíritu brossiano pretende ensanchar los límites de una disciplina acartonada, atada al peso de una tradición que hacía tiempo había dejado de conectar con el ahora.
Sus personales géneros dramáticos se recogen en cinco grandes grupos llamados Posteatre (acciones espectáculo), Accions musicals, Streptease i teatre irregular, Monòlegs de transformació y Normes de mascarada, que incluyen los ballets.
Escritos en su mayoría en el periodo 1948-1954 y en 1964 los 19 que forman Troupe, su intención era recuperar un género que había caído en la repetición de la técnica para incorporarlo al terreno de la investigación dramática.
Gomintoc, La ciutat del sol, Sargatana, La mosca de bronze, La “prima ballerina” es fractura una cama, cosa que li impedeix tornar a ballar o Un príncep resta sorprés d’un cigne que es transforma en una donzella son algunos de los nombres que adoptaron las, en muchas ocasiones, breves piezas.
En Un príncep resta sorprés… “Un personaje con cuernos dispara a la bailarina”; en El bosc dorment la escena primera describe un pas seul en tutú blanco sobre fondo verde, la segunda un pas seul en tutú verde sobre fondo blanco y la tercera un fórum en el que un colchonero bate un montón de lana. Después cae el telón.
Experimentales, heterogéneos, surrealistas, llenos de gestualidad, de humor, ballets en los que el circo, el music hall, personajes de la Comedia Dell’Arte como Arlequino, Pierrot y Colombina o bailarines clásicos pasean entre cortinas de colores vivos mientras reproducen con rigor técnico los pas à deux, solos o pas à trois que indica el texto.
Tuvo colaboradores de la talla del compositor Josep Maria Mestres Quadreny, quien En roba i ossos hace que una sola nota, el re bemol 3, suene ininterrumpidamente de principio a fin pasando de un instrumento a otro.
Se levanta el telón
Pese a la cantidad de ballets escritos, pocos han sido representados. Hubo un intento en 1954 de llevar a escena Gomintoc bajo la dirección de Joan Tena; y en 1962 otro intento con Petit diumenge, Vegetació submergida i Roba i ossos, pero en ambos casos no se pudo llegar al montaje final.
Fue en 1980 cuando el Ballet Experimental de l’Eixample se atrevió con una velada brossiana en la Fundación Joan Miró. De las cinco piezas representadas (Moment Musical, Torna el nocturn, Quina, Negre sobre negre i Bipolar) solo dos se salvaron para la crítica, que consideró que en las otras no se mantiene ni de lejos el aliento poético que el autor exige. El propio Brossa calificó de desastroso el resultado.
Fue en 1996 cuando el colectivo La Porta, nacido un año antes en Barcelona, se encargó de llevar a escena algunas de las obras dancísticas de Brossa. La sala Becket acogió dentro de la programación del festival Grec de ese año un programa que incluía Diana, M M, Horrors als museus, Saurina, La nit, Censurat y hasta 12 breves creaciones que vulneraban las coordenadas de espacio y tiempo habituales para abrir así el camino al reino del subconsciente. Es el momento de los encuentros fortuitos, del juego de las apariencias y del escamoteo de lo real, de pequeñas ceremonias coreográficas que beben a partes iguales del espíritu dadá, del surrealismo y del happening, se leía en el programa de mano.
Dirigidas y coreografiadas por Montse Colomé, Ana Eulate, Ona Mestre y Victor Turull, hasta ocho intérpretes participaron en una propuesta que, en dos actos y doce secuencias, transpiraban libertad, modernidad, humor, sensualidad y crítica social según escribía entonces la crítica Carmen del Val.
Otras crónicas recogen como el propio Brossa, quien acudió al estreno, fue testigo de un negro total en escena fruto de un fallo eléctrico, lo que le llevó a exclamar: Esto no está en la obra.
Brossa en el epicentro cultural
La reedición de la poesía escénica completa del autor comenzó en 2013 y es este mes cuando se presentan los volúmenes que recogen las acciones musicales, las óperas y los ballets. En el marco de Epicentre Brossa, se celebró un completo programa de actividades coordinadas por la Fundació Brossa en torno a su obra, como adelanto a la celebración del centenario de su nacimiento, que este año dará nombre y apellidos al 2019, en homenaje a la obra de un artista al que hay que seguir reivindicando.
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