En uno de los pasajes más demoledores de Stoner, la novela de John Williams sobre un joven lanzado prematuramente a los brazos de la adultez, el protagonista observa y descubre que su hija, quien dio aire a su anodina vida, es infeliz y alcohólica. La nostalgia por la placentera ingenuidad de la infancia, el desgarro y la impotencia ante la tristeza de alguien querido, irrumpe con terrible quietud.
En Toni Erdmann, la última película de Maren Ade, hay un momento en el que un padre observa por una ventana a un señor jugando con un niño. Una no puede evitar pensar en el sabor dulce y amargo de la nostalgia, en que quizá el protagonista ve en ese hombre y en ese infante a él mismo y a su hija, años atrás. En el fondo, Toni Erdmann trata de cómo un padre reacciona a la tristeza que le invade al observar que su hija lleva una vida excesivamente estresante y entristecida. Aquí, la desazonadora impotencia que asomaba en la novela de Williams desaparece para dar paso a una comedia de tiempos dilatados.
La hija trabaja como consultora en una gran empresa. Sujeta a las normas del neoliberalismo más encorsetado, tiene que luchar para imponer sus comentarios ante sus compañeros y se ve relegada, por ejemplo, a llevar de compras a la esposa de un cliente. En este universo de normas, de politesse y de machismo endémico, irrumpe el padre, dispuesto a recordarle a su hija que en la vida también es necesario lo lúdico.
A Toni Erdmann se le puede achacar el carácter intrusivo del padre, la voluntad irracional por devolver a su hija a la condición de niña, en la que el juego aún está permitido. Sin embargo, la comicidad se impone en una película que gira, precisamente, en torno a la necesidad de mantener la diversión.
Winifred, el padre, decide disfrazarse y transformarse en un personaje que él mismo ha creado, Toni Erdmann, un mentiroso con peluca y con unos dientes como los de Jerry Lewis en El profesor chiflado. La referencia no es vana: desde la primera escena de la película, se pone en escena el carácter juguetón del personaje, y su dualidad, pues en Erdmann, el protagonista ha encontrado a su propio Mr. Hyde.
En Entre nosotros, la anterior película de Ade, la directora evocaba el cine de John Cassavetes, y en especial Faces, para contar la crisis de una pareja joven. En aquel filme, la chica jugaba con su pareja, en un equilibrio, de nuevo, entre la infantilidad y la edad adulta. Aquella era una película muy física. En Toni Erdmann, Ade compone una comedia triste y también física: por la transformación del padre, por la voz de la hija cuando entona una canción de Whitney Houston y por el cuerpo de ella, protagonista de la escena culminante del filme.
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