Cuando me preguntan en que estoy metido últimamente, suelo responderles sucintamente: En una novela gráfica. La gráfica propiamente dicha tiene dos ejes X e Y, que corresponden a los índices ego y tontería. Ambas variables dan como resultado una curva de tópicos descendente y pretenciosa.
Si hay quien ha resistido al tratamiento de choque e insiste en conocer el argumento de la novela le remito a otra gráfica, ésta de sectores (de quesitos, para entendernos). Tenemos un sector fino y alargado como una lágrima de sílex, en el que teóricamente vive el 5% de la humanidad. Esta gente tiene sojuzgado a un queso mucho más grande (el 95% restante del personal, que contiene a los estadísticos, a los tertulianos, a Netflix y a las redes sociales), y toda la gráfica se basa en la progresiva introducción de variables que mantienen al queso grande en un estado de atontolinamiento disfrazado de dignidad.
El argumento habla asimismo de un plan irrealizable para fusionar ambas realidades, una historia de amor imposible entre un miembro de cada queso, y las aventuras de los dos amantes antes de ser descubiertos y encuestados por Demoscopia.
Aunque a ratos yo mismo dudo de las posibilidades reales de la obra, mi editor afirma convencido que ésta se va a vender como churros, es decir, envuelta en papel aceitado para ser después devorada a lo largo de una avenida de norias, tiovivos, el barco vikingo, el pulpo, la cama elástica, el delfín memo, las pirañas veganas, el individuo con principios, etc…
Foto cabecera ©Andreas Gefeller.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!