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De la pista a la bancarrota

En Vidas salvajes, Lifestyle miércoles, 28 de enero de 2015

Miguel Caamaño

Miguel Caamaño

PERFIL

Mientras observamos cómo los hermanos Gasol copan portadas por su titularidad en el próximo All Star y demuestran una prudencia en sus actos fuera de lo habitual, no está de más recordar cierta fauna salvaje por aquellas latitudes. La NBA, no en vano, siempre ha sido una hoguera de vanidades y de derroches.

Todo el mundo pareció llevarse las manos a la cabeza cuando el sonriente Magic Johnson decía haber contraído los anticuerpos del SIDA por llevar una vida sexual promiscua y tal vez algo descuidada. Aunque bien es sabido que los hoteles donde se hospedaban los jugadores era un ir y venir de mujeres “cazafortunas” embutidas en sus mejores trapitos y tacones. Pero hoy el sexo no es la madre del cordero, más bien lo será la estupidez humana, una estupidez que elevan a lo absurdo algunos de los “perlas” a los que hoy aludiremos.

El primero en esta lista es Shawn Kemp, quien podría decirse que fue un reincidente a la hora de ser un “manirroto”. Ya en el High School le robó dos cadenas de oro al hijo de su entrenador y compañero de equipo. Pero eso es cleptomanía, sus derroches empezaron al recalar en la NBA y ganar dinero. Si bien brilló en la pista hasta que le dio por engordar 25 kilos en un parón de la Liga por motivos sindicales, su auténtica cruz era el vil metal, unido en este caso íntimamente a las mujeres y la droga. Nada menos que ocho hijos de seis mujeres diferentes, junto a fallidas operaciones de ser copropietario de un equipo de una liga menor donde ni siquiera le dejaron jugar. Tras pasar por Italia a ganarse las penúltimas limosnas, luego se fue de gira con jugadores del pelaje de Dennis Rodman, a quien por supuesto dedicaremos un Vidas Salvajes a él solito más pronto que tarde.

Sugar Ray Richardson tenía nombre de boxeador y orígenes texanos. Al recalar en Nueva York a finales de 1978 se dedicó no solo a meter puntos y robar balones (sus especialidades) sino también a visitar asiduamente Studio 54, donde derrochaba sus ganancias, iba de punta en blanco y conducía coches de lujo. Ese tren de vida le pasó factura después de los tiempos dorados de All Star, de ser admirado y reconocido por el intocable Larry Bird y de decidir resolver sus dudas existenciales metiéndose el maldito polvo blanco por la nariz. Después, y tras diversas suspensiones por drogas, recaló en Italia y jugó hasta los 46 años, llegando a ser incluso objeto de un documental llamado ¿Qué pasó con Michael Ray?

Muchos son los hechos que tristemente apuntalan el cliché de baloncestista afroamericano millonario y zafio en sus actos, como el de Andrew Bynum lanzando billetes de 100 dólares subido a una barra de un local de moda, a Charles Barkley, Michael Jordan o Allen Iverson quemando dólares en sus reiteradas visitas a casinos y timbas de todo pelaje. Sin embargo, el caso de Scottie Pippen nos evoca a la comedia de Richard Pryor El Gran despilfarro por sus ingredientes tragicómicos: tras ser uno de los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA, perdió 27 millones al crear unas líneas aéreas con su nombre (¡!) o 2 millones más tras malvender su mansión. Todo ello solo cinco años tras su retirada en la cúspide.

En el Real Madrid tuvieron, por ejemplo, el dudoso placer de acoger a Stanley Roberts, un gigante, ex compañero de Universidad de Shaquille O’Neal,  que se esforzó por comerse todas las hamburguesas del planeta, probar todas las drogas habidas y por haber, dejar algunos hijos por el camino y abandonar a medio hacer una mansión en medio de Carolina del Norte. Precisamente el norte es lo que pierden algunos con los billetes de los Dead Presidents.

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