El 80º Festival de Venecia nos ha ofrecido otros dos largometrajes biográficos (un tema dominante en el certamen), ambos protagonizados por personajes estadounidenses pertenecientes o cercanos al mundo de la música, han acompañado el segundo tercio de la Mostra.
Maestro, protagonizado y dirigido por Bradley Cooper, se centra en la figura de uno de los mayores grandes directores de orquesta de la historia, además de gran compositor de música clásica, jazz y musicales. Nada menos que el gran Leonard Bernstein que Cooper interpreta con una identificación abrumadora en todo momento por gestualidad, carga emotiva y voz.
La película se divide en dos partes. La primera, en blanco y negro, está llena de esperanza, muy dinámica con un aflato romántico y donde se cuenta la brillante afirmación de un genio de la música y el inicio de su relación con la que será su esposa, Felicia Montealegre, interpretada excelentemente por Carey Mulligan. La segunda, en colores, donde le director se centra más en retratar las dificultades, dudas y contradicciones del gran músico, dividido entre su amor hacia su esposa —a a quien estuvo muy unido hasta su muerte prematura— y sus conocidos flirteos con jóvenes músicos, sobre todo en los años setenta. Bernstein estuvo perennemente atormentado por su inseguridad sobre cómo sería recordado: ¿gran director o compositor?
La obra de Cooper oscila entre el clásico biopic y un estilo más seco que recuerda al de Escenas de un matrimonio. En este sentido es inolvidable la primera bronca entre Leonard y Felicia mostrada con un único plano fijo de varios minutos, en el interior de una habitación con colores cálidos, mientras a través de las ventanas vemos el paso del Snoopy gigantesco del desfile del Día de Acción de Gracias.
El resultado es una película que pese a su apreciable factura no consigue convencer completamente, ya que se convierte en un vaivén de estilos no del todo coherente, aunque tiene sin embargo el gran mérito de centrarse sobre todo en la psicología de Bernstein y en la relación con su mujer, sin hacer nunca una exaltación fácil del personaje. La banda sonora es espectacular, incluyendo una secuencia en la que Bernstein dirige con una intensidad inolvidable el final de la Segunda Sinfonía de Mahler (el concierto original se puede encontrar en YouTube) .
Menos pretenciosa y formalmente más lineal es Priscilla de Sofia Coppola, retrato de la evolución que tuvo la relación de Elvis Presley con la jovencísima hija de un militar, Priscilla Ann Wagner Beaulieu, iniciada durante su estancia en la base americana de Wiesbaden en la Alemania Occidental, a finales de los años cincuenta. El largometraje está basado en las memorias de Priscilla Presley, Elvis end me, y relata la forma en que evolucionó la personalidad de la joven, que maduró a la sombra del Rey del Rock, pasando de ser una joven algo ingenua —pura e intocable para Elvis, así como escondida al mundo entero— a mujer capaz de alcanzar finalmente su independencia en 1973, cuando decidió alejarse de su famoso marido.
La primera parte del metraje es sin duda la más lograda. La joven Cailee Spaeny es perfecta en su papel de adolescente enamorada que días tras día se da cuenta de ser en realidad nada más que una prisionera dentro el mundo dorado de Graceland. Sofia Coppola logra establecer una relación muy efectiva entre los espacios de la famosa finca cerca de Menfis; su iluminación y los cuerpos de los personajes se funden a la perfección con los decorados. Menos logrado, contrariamente, es el último tercio del metraje, ya que la evolución desde la sumisión hacia la toma de consciencia de una autonomía personal se describe de forma demasiado repentina, escasamente elaborada y por ello poco creíble.
Dejando de lado los escasos atractivos de Finalmente l’alba de Saverio Costanzo y Adagio de Stefano Sollima —esperemos que los tres títulos que falta por presentar en el festival eleven el nivel bastante bajo del cine italiano en le Festival— y la insufrible y pretenciosa La Bête de Bertrand Bonello —una reflexión cansina y poco resuelta sobre las emociones en la época de la Inteligencia Artificial—, el certamen ha dado lo mejor con la impresionante Poor Things de Yorgos Lanthimos (ver la acertada reseña de Eva Peydró) y dos películas tan enigmáticas como fascinantes: Die Theorie von Allem (La teoría del todo) del alemán Timm Kröger y Evil Does Not Exist del japonés Ryusuke Hamaguchi, que comentaremos en la siguiente crónica.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!