A pocos de los que hemos estado cubriendo el 57 Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya nos ha sorprendido que el jurado de la sección oficial competitiva otorgara el máximo galardón del certamen a The Devil’s Bath. La cinta dirigida por Severin Fiala y Veronika Franz, que ya había conseguido entrar en el palmarés del último festival de Berlín, había sido una de las propuestas más sólidas de todas las que se habían presentado a competición. Había otras bastante decentes, pero era consenso entre los periodistas acreditados que esta coproducción entre Austria y Alemania sería una de las favoritas del jurado compuesto por Lisa Dreyer, Stephen Thrower, Christophe Gans, Fred Dekker y Carlota Pereda.
Ambientada en Austria en el siglo XVIII, documenta una costumbre de la época bastante macabra: como existía la creencia de que los suicidas serían condenados para toda la eternidad, muchas personas que querían quitarse la vida lo que hicieron para evitar dicha condena eterna era cometer un crimen y entregarse de inmediato para que fueran ejecutados. Estos crímenes eras cometidos frecuentemente por mujeres, y no era extraño que las víctimas fueran niños.
The Devil’s Bath explora uno de estos casos adentrándose de esta manera en un camino de horror donde la protagonista, que sufre una severa depresión, no encuentra otra escapatoria a su situación que hacerlo de la manera antes descrita. Es una película, es cierto, de caligrafía pausada, la cadencia con la que se nos explica todo podría ciertamente haber sido un poco menos morosa. Sin embargo, este tempo permite a Fiala y a Franz que lo tétrico del relato empape todas sus imágenes, con lo que su visionado se convierte en una experiencia realmente terrorífica.
También puede entenderse la película como una reflexión acerca del papel de la mujer en esa sociedad preindustrial. Un papel, claro, sometido a las creencias y a la predominancia masculina, como queda bastante bien reflejado en todo el proceso depresivo de la protagonista: por parte de todo el mundo, marido y familiares incluidos, se reduce su situación mental a una histeria y se ignoran sus necesidades de manera despiadada agravando aún más su situación.
The Devil’s Bath, pues, ofrece un espectáculo poco reconfortante al introducirnos en la oscuridad más lúgubre de una época ya de por sí bastante tétrica. No en vano, las imágenes más espeluznantes de la película son aquellas en las que los habitantes del pueblo donde vive la protagonista asisten a una ejecución, celebrándola después con bailes y cánticos. Es la desaparición de cualquier rasgo de humanidad, de empatía, aniquilada por el poder de la creencia en leyes divinas supuestamente superiores: el cadáver decapitado de una mujer, su cabeza en el suelo, y los niños bailando alegremente alrededor, es de esas imágenes que permanecen en la retina durante mucho, mucho tiempo después de verlas.
Siguiendo con el palmarés, el premio al mejor director fue para Soi Cheang por Twilight of the Warriors: Walled In. Se trata de una entretenidísima película de acción ambientada en la ya desaparecida miniciudad amurallada de Kowloon, un enclave en Hong Kong que se convirtió en un hervidero de criminalidad entre las décadas de los años 50 y 80 del siglo pasado, hasta que fue demolido en 1994. La película construye un relato con reminiscencias de El padrino (salvando todas las distancias que haya que salvar), aunque lo que realmente destaca es la vigorosidad de sus secuencias de peleas enmarcadas en los oscuros, estrechos, sucios y peligrosos callejones de la ciudad amurallada. Vigas de cemento descuidadas, densas marañas de cables de electricidad, y una sensación perpetua de mugre y de muerte sirven de escenario para fabulosas secuencias de peleas en las que los cuerpos humanos rebotan y se estrellan contra todo lo que hay por en medio.
Es una película estupenda, no cabe ninguna duda, aunque quizás le viene grande el premio a mejor dirección en una sección oficial en la que competían, por ejemplo, trabajos de dirección tan sólidos como el de Pablo Hernando con su Una ballena, suerte de thriller sobrenatural que sorprendió en Sitges por su apuesta intimista y sosegada, alejada de los estruendos habituales en el género.
El jurado otorgó un Premio Especial a Exhuma, de Jang Jae-hyun, premio no del todo comprensible porque la película, aunque interesante como relato de fantasmas, termina derrapando por culpa de un metraje estirado sin causa justificada, alargamiento cimentado en las tediosas apariciones de un espíritu con unas sorprendentes capacidades oratorias.
El premio a la mejor interpretación femenina fue para Kristine Froseth por su extraordinario tour de force en Desert Road. Película de prácticamente un personaje, Froseth interpreta a una joven atrapada en una especia de bucle espaciotemporal en una carretera en mitad de la nada. La joven actriz entrega una performance creíble, y es capaz de aguantar casi en solitario todo el peso de la película sin exagerar matices y guardando en todo momento la coherencia interna del personaje. Una revelación, la verdad.
El premio a la mejor interpretación masculina fue un ex-aequo, la verdad que bastante poco objetable, para John Lithgow y Geoffrey Rush (este último presente en Sitges ya que se le concedió el Gran Premi Honorífic de esta edición del festival) por The Rule of Jenny Pen. Ambientada en una residencia para gente mayor, los dos actores entablan una encarnizada lucha psicológica a lo largo de un metraje que, si bien no acaba de explotar todas las posibilidades que ofrecía la premisa, sí que permite a Lithgow y a Rush ofrecer un verdadero recital interpretativo. Es especialmente interesante este duelo porque, además, se produce en una franja de edad ya muy avanzada en la que no suelen abundar papeles de esta enjundia, algo que no dudo que los dos actores habrán sabido agradecer.
El premio al mejor guion recayó en el de Aaron Schimberg para A Different Man, película que explora la deformidad física (del rostro, en este caso) como parábola social y como trauma psicológico. Es, quizás, la película de toda la sección competitiva oficial que más directamente entroncaba con el leit motiv de este año de Sitges, el de los freaks tomando como referencia principal los de La parada de los monstruos de Tod Browning.
El premio a la mejor fotografía se lo llevó Giovanni Ribisi por su trabajo en Strange Darling, retorcida película que se centra en una persecución a vida o muerte narrada de manera cronológicamente desordenada. Posiblemente el jurado decidió valorar aquí los reflejos luminosos de secuencias como la larga conversación en el coche entre los dos protagonistas, o la cegadora luz solar que baña la mayor parte de la persecución. Y sí, este Giovanni Ribisi director de fotografía es el mismo Giovanni Ribisi que como actor lleva ya bastantes años siendo una presencia habitual en el cine.
Finalmente, el premio a la mejor música fue para Die Hexen por Fréwaka, y el de los mejores efectos especiales, galardón de no poca trascendencia en un festival dedicado al género fantástico, fue para los de Else, película francesa que narra un confinamiento provocado por un virus que hace que las personas se fundan con los objetos que tocan. Heredera del mejor David Cronenberg de todos, el de sus primeros y más extraordinarios trabajos centrados de lleno en el género fantástico, Else consigue citar la pandemia del Covid-19 sin nombrarla centrándose en la paranoia y el estrés psicológico que provoca tanto el encierro como la pérdida a causa del virus. Cinta, pues, angustiosa porque nos habla desde el fantástico pero partiendo de una situación que casi todos en el mundo hemos tenido que experimentar.
Los largometrajes de la sección oficial competitiva concurrían además en otros premios aparte de los que concede el jurado de dicha sección. Por ejemplo, el Premio Méliès de Plata a la mejor película de género fantástico, que recayó sobre Animale, de Emma Benestan. El Premio de la Crítica José Luis Guarner fue para The Devil’s Bath, y el mismo jurado otorgó el Premio Citizen Kane al mejor director revelación a Thibault Emin por Else. El jurado Carnet Jove otorgó nuevamente a The Devil’s Bath el premio a la mejor película, mientras que el Gran Premio del Público, que se otorga por votación directa a la salida de las proyecciones de las películas en sección oficial competitiva, fue para Strange Darling.
El palmarés completo de esta edición del Festival de Sitges puede consultarse aquí. Una edición que no pasará a la historia entre las mejores de la historia del certamen, y que si por algo se ha caracterizado es por la abundancia de títulos que nos hablan de un futuro próximo para advertirnos de muchas desviaciones que ya existen en nuestro presente. Ahí están, por ejemplos, cintas como Planet B, protagonizada por Adèle Exarchopoulos, que nos habla de eco-terrorismo y profundiza en los límites tanto de esa manera de denunciar los atropellos que se cometen contra el medio ambiente como, sobre todo, en los de la violencia de estado. 2073, por su parte, reflexiona a partir de imágenes de archivo sobre el mundo de violencia y caos social y económico en el que vivimos, y pronostica un colapso social si seguimos dejando que las élites controlen y supervisen la vida en el planeta.
Y ojo, por último, a la extraordinaria película sorpresa que se proyectó en el penúltimo día del festival, The Assessment. Dirigida por Fleur Fortune y protagonizada por Elizabeth Olsen y Alicia Vikander, retrata un futuro muy peculiar en el que una sustancia permite a los humanos vivir mucho más allá de los 100 años de manera saludable, lo que plantea un salvaje control de la natalidad: el estado prohíbe la reproducción y aquellas parejas que desena tener un hijo se han de someter a siete días de escrupulosa vigilancia por parte de una supervisora que no conoce límites para poner a prueba a las parejas. Cinta de tremenda tensión psicológica, ahonda en la paradoja de la (casi) inmortalidad planteando qué consecuencias sociales y psicológicas podría acarrear la posibilidad de vivir muchos años. Fue, sin duda, una de las mejores (si no la mejor) propuestas de este Sitges 2024, incomprensiblemente relegada a la sesión sorpresa cuando, por calidad y por valores artísticos, podría perfectamente haber figurado en competición oficial, donde sin duda barría en muchos aspectos a buena parte de lo que allí se ha podido ver.
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