Terminó el 55 Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya y lo hizo deparando alguna que otra película interesante en su tramo final. Por ejemplo, Watcher, que incomprensiblemente se había encuadrado dentro de la sección Òrbita cuando claramente podría haber ido en sección oficial competitiva.
La protagonista de Watcher es una joven estadounidense casada con un rumano al que le surge una oportunidad de trabajo en su país de origen. La chica decide abandonar su carrera como actriz para estar junto a su marido, al que acompaña pues a Rumanía. Debido a su trabajo, ella pasa mucho tiempo sola en el apartamento en el que se han instalado, y pronto se da cuenta de que alguien desde el piso de enfrente está espiándola.
La cinta utiliza este punto de partida más o menos clásico (el voyerismo como base del mal) para acometer una interesante reflexión acerca del sentimiento de pertenencia a un territorio. Es significativa, en este sentido, la escena en la que el matrimonio cena con el jefe de él y su pareja, rumanos los dos, y entre los tres se establecen diálogos en rumano que la protagonista no entiende y que, por consiguiente, la dejan al margen de la conversación en su propia casa. La frustración y el miedo a lo desconocido se emparentan de esta manera con la extrañeza de un lugar nuevo en el que intentar echar raíces, una relación que la cinta explota de manera efectiva con la aparición en escena de un asesino en serie que acabará teniendo un papel importantísimo en el desenlace.
Filmada con elegancia por Chloe Okuno, Watcher consigue con estos elementos escapar de la previsibilidad de su planteamiento y ofrece no desde luego una película revolucionaria, pero sí eficaz y también bastante merecedora de estar programada en Sitges, sin duda.
Viejos, por su parte, ha sido seguramente la propuesta española más consistente de las presentadas en esta edición del festival. De entrada, porque orbita alrededor de un grupo de ancianos, sector demográfico siempre poco agradecido para protagonizar una película. Sólo por ello, la película ya demuestra más valentía que cualquiera de las otras películas españolas que concursaban este año en Sitges.
Pero lo más acertado de Viejos (Raúl Cerezo, Fernando González Gómez) es sin duda su decidida apuesta por el cine de género: es una película que, al contrario que otras que se han visto en el certamen y que cuentan con mayor aceptación como Speak No Evil, no esconde ni esquiva su afiliación al fantástico y desde el minuto uno se mueve dentro de los códigos del género, con resultados siempre aceptables. Una película que va de menos a más, que construye con poco presupuesto un entorno inquietante y asfixiante (literalmente esto último: la cinta transcurre en plena ola de calor en Madrid con temperaturas cercanas a los 50 grados), y que concluye con unos 15 minutos finales realmente aterradores. Película, pues, que de su sencillez extrae petróleo y cuya efectividad en clave de género me parece muy sobresaliente.
También española, pero mucho menos efectiva, es La niña de la comunión (Víctor García). Presentada mundialmente por primera vez en Sitges, se trata de una muy convencional historia de fantasmas rodada con fría corrección pero en la que pesa, y de qué manera, una supina ineptitud dramática: la película es incapaz de generar ningún tipo de inquietud más que con los consabidos (y previsibles) jump scare, tal es la desgana con la que la cinta afronta el género. No contento con ello, la narrativa tampoco encuentra otra manera de avanzar que no sea el juntar a varios personajes para que expliquen lo que ocurre, es decir, que es incapaz también de explicar su propia historia en imágenes y sólo puede explicarla con diálogos. Muy, pero que muy lamentable.
Algo más de interés, aunque no mucho, reviste Nocebo, la película que el último viernes del festival trajo a Sitges a Eva Green, sin duda la presencia que más expectación mediática ha despertado este año. Dirigida por Lorcan Finnegan, es un paso adelante respecto a su previa y fallida Vivarium, aunque no acaba de cuajar en su propuesta fantástica.
La historia de una diseñadora de moda que pierde progresivamente la cabeza quizás no sea excesivamente original, pero hay que reconocerle que el exotismo que aporta el personaje coprotagonista, una asistenta filipina extraordinariamente interpretada por Chai Fonnacier, transforma lo rutinario en un viaje bastante más inusual de lo esperado. El problema con Nocebo es que se guarda todo su impacto en una sorpresa final… que cualquier espectador avezado ya ha previsto a la media hora de proyección. Es un problema serio que lastra el resultado de una película que, a pesar de todo, no es insatisfactoria y se deja ver sin demasiados problemas.
Para la clausura de esta edición, Sitges se ha guardado uno de los platos fuertes del festival: Bones and All, la nueva propuesta de Luca Guadagnino, reunido con Timothée Chalamet después de (la insoportable) Call Me by Your Name. Se trata de una cinta a la que le sobran varias cosas, y es quizás este su principal hándicap. Le sobran subrayados musicales, y es particularmente lamentable el escogido para la escena final, que la arruina por completo. Le sobran minutos: la estructura de road movie deviene rápidamente una fórmula cansina, socorrida casi exclusivamente por el interés que despiertan los personajes episódicos que aparecen por el camino. Y le sobra Chalamet, insufrible en un papel que acomete con su característica limitación de recursos interpretativos: no transmite cuando ha de transmitir, no expresa cuando ha de expresar, y se limita a pasearse delante de la cámara en casi todos los momentos en los que aparece. De hecho, la mejor parte de Bones and All es la (esta sí) excelente primera hora… justo la que Chalamet no aparece.
Pero el material de partida es tan, pero tan impresionante (la historia de unas personas que, de nacimiento, poseen un impulso caníbal casi irrefrenable), que ni Chalamet ni tampoco Guadagnino, director no especialmente dotado, consiguen hundirla. Finalmente, y aún con todos los inconvenientes aquí explicados, Bones and All deviene un interesante y bizarro coming of age con ecos de Thelma y Louise en ese recorrido por la América rural de dos personajes que han cometido actos moralmente reprobables, aunque en ambas películas sean más víctimas que otra cosa.
Donde sí es sobresaliente la película es en el apartado interpretativo (con la ya mencionada excepción de Chalamet). Taylor Russell carga con el peso de la película de manera admirable, y las aportaciones secundarias de Michael Stuhlbarg, Chloë Sevigny, y sobre todo de un excelso Mark Rylance, ayudan a otorgar a la cinta de un cierto empaque que no estoy seguro de que merezca.
Finalmente, la película sorpresa de la última noche del festival fue Bodies Bodies Bodies, que cede a una estética y a un desarrollo argumental tiktokeros durante casi todo su metraje. Se intuye un trasfondo de crítica social (los chavales protagonistas son, en efecto, una insoportable pandilla de pijos rematadamente imbéciles), pero el comentario social carece del sarcasmo o de la ironía necesarios para trascender lo que, a la postre, queda resuelto como una irritante sucesión de diálogos intrascendentes, algunos de ellos incluso de una estupidez supina.
Y este es justamente el drama, porque el desenlace de Bodies Bodies Bodies (Halina Reijn)es absolutamente épico, un final que obliga a reevaluar todo lo que habíamos visto hasta entonces y que propone, aquí sí, un mordaz y demoledor comentario sobre la generación Z. Es un final tan ridículamente brillante que, de no mediar el mencionado desarrollo argumental, estaríamos hablando sin duda de una obra maestra y, con toda seguridad, del Scream del siglo XXI.
Termino con el palmarés de este Sitges 2022. Por primera vez en muchos años (en realidad, no recuerdo que haya ocurrido nunca), una única película se ha alzado con 4 premios. Se trata de la finlandesa Sisu, ganadora de los premios a mejor película, interpretación masculina, música y fotografía.
Más allá del insólito hecho de que un jurado se haya puesto de acuerdo de manera tan obvia, cabe destacar que este triunfo ha generado no pocas críticas debido a que la cinta se programó en horarios poco “amistosos”, por decirlo de una manera suave: un primer pase el miércoles por la noche en horario del Inter-Barça, un segundo pase el mismo miércoles a la 1:15 de la madrugada y precedido de un cortometraje de casi 20 minutos de duración, y un tercer pase el último sábado, ya con los premios dados a conocer, y en el mismo horario que la sesión sorpresa.
Ángel Sala, director del festival, explicó que el problema con Sisu es que llegó muy tarde, con la programación ya casi completada, y les resultó muy difícil encontrarle huecos. Mejores horarios tenía Pearl, la otra gran triunfadora del palmarés con los premios a mejor director (Ti West) y mejor actriz (Mia Goth). El de West es un premio muy discutible: había mejores direcciones a concurso, más personales, con miradas más centradas en el fantástico, y al final se premió a alguien que no ha hecho una película de género sino más bien un melodrama con tintes de género, que no es lo mismo. El premio a Goth es bastante menos cuestionable: no es solamente lo mejor de Pearl, también es la actriz la que sostiene lo poco bueno que tiene la película con una interpretación portentosa que, inspirada en las angelicales e inocentes interpretaciones de las actrices del cine clásico, aporta una mirada turbia y decididamente inquietante a la película.
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