Arrancó el 53 Sitges Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, y lo hizo si no con la mejor película, que es muy pronto aún para asegurarlo y los méritos tampoco son tantos, sí al menos con una cinta del todo adecuada, Malnazidos. Adecuada porque es de género claramente fantástico (no como otras propuestas de las que luego hablaré), es entretenida, es moderadamente divertida, y para arrancar un festival no se puede pedir mucho más.
Dirigida por Javier Ruiz Caldera (Promoción fantasma, 3 bodas de más) y el debutante Alberto de Toro (hasta ahora, montador de todas las películas de Caldera), su combinación de cine bélico (en este caso, de ambientación en la Guerra Civil española) y cine de zombis recuerda mucho a otra película recientemente exhibida aquí, Overlord.
Las similitudes, sin embargo, acaban ahí, pues las intenciones de ambas películas son muy distintas. Malnazidos, al contrario que Overlord, no se toma en serio ni a sí misma ni al conflicto bélico en el que se ubica y, para encauzar la historia, bebe claramente del cine de aventuras de los 80′ con Spielberg a la cabeza (esos movimientos de cámara tan expresivos y esos encuadres de personajes que sirven para destacar la sorpresa y el estupor).
Malnazidos no funciona siempre bien, sus punchlines a veces aciertan y a veces no, y de solvencia interpretativa va bastante justa (prácticamente el único creíble aquí es Luis Callejo). Pero le pone voluntad en todo momento, y se agradece su humildad, ya que no tiene más pretensiones que la de divertir. Y como lo consigue, pues lo que decía antes: ¿qué más se le puede pedir?
En Secció Oficial Fantàstic Competició ya han enseñado sus dientes en estos primeros días algunas propuestas interesantes. The Dark and the Wicked, que dirige Bryan Bertino (Los extraños), plantea una reflexión acerca del tránsito final hacia la muerte visto como un momento de debilidad espiritual en el que Satán se empodera y puede campar a sus anchas.
No inventa nada nuevo Bertino, desde luego, y sin embargo juega sus cartas con una contundencia poco habitual hoy día en el género, consiguiendo generar una asfixia angustiosa que se traslada al espectador durante buena parte del metraje. Es una película brillante de esas que consiguen que el terror atraviese la piel partiendo de un minimalismo en la puesta en escena (apenas hay efectos especiales aquí). No se hacen muchas así hoy en día, y de entre las que se hacen muy pocas alcanzan el nivel de sugestión que logra The Dark and the Wicked.
La vampira de Barcelona es, por su parte, una propuesta que merece justamente ser destacada, no solo en el contexto de este festival, sino que diría que incluso en el de la producción patria. Rodada con escasos medios, hace de la carencia una virtud y proyecta una creatividad fascinante para recrear la Barcelona de principios del siglo XX.
La película se apoya en recursos teatrales de puesta en escena (cambios de iluminación para representar flashbacks, escenografía indisimuladamente de cartón piedra) para configurar una opción visual arriesgada que quizás no todos sepan (o quieran) entender, pero que por su insólito resultado acaba resultando casi hipnótica.
Basada en hechos reales, la cinta se centra en la investigación periodística en torno a Enriqueta Martí, la entonces conocida como “la vampira de Barcelona”, presuntamente secuestradora y asesina de niños. Con ecos del expresionismo alemán, de aquella hoy olvidada superproducción francesa llamada Vidoq, y del Drácula de Coppola, la película finalmente se rebela como una furiosa crítica a la burguesía catalana de la época, podrida en todos sus principales estamentos, desde el judicial hasta el policial o el periodístico. No sé si esa era la intención de sus responsables, pero el trágico y contundente desenlace de la historia no deja mucho espacio para la duda.
L’état sauvage es otra de esas extrañas apuestas de Sitges por “abrir” los límites del fantástico y no amurallarlo. Lo que ocurre es que “abrir” no debería significar “meter arbitrariamente cualquier película”, que es lo que me da la impresión que ha ocurrido en este caso.
No voy a gastar mucho tiempo en valorar la película que, sí, es un tostón, pero estaría diciendo exactamente lo mismo aunque me hubiera gustado. Si la excusa para que esté en competición oficial es una única escena literalmente en el último minuto de la película, o una secuencia de asalto a una casa, también hacia el final, filmada con cierto regusto fantastique, no vamos bien. Yo creo que no todo vale.
Defenderé siempre a muerte el trabajo incansable de los programadores de Sitges, y criticar su labor porque te gusten o no las películas que han escogido siempre he dicho que no es de justicia: su trabajo es precisamente escoger, y lo hacen, y eso no me parece que sea criticable. Lo que sí encuentro debatible, como poco, es la decisión consciente de incluir en competición películas como esta que ni tocan ni tan sólo se acercan, lo mires como lo mires, al género fantástico. En mi opinión, este tipo de decisiones deberían ser revisadas.
Save Yourselves! ha llegado a Sitges arrastrando una polémica de última hora. Inicialmente programada a competición, tan solo un día antes del inicio del certamen se tuvo que retirar de la sección (ahora está incluida en programación como sesión especial), porque se había estrenado en una plataforma VOD en España y la normativa de Sitges exige que las películas a competición sean premières en territorio español.
Más allá de la anécdota, ciertamente la sección competitiva tampoco se pierde gran cosa. Película de y para millennials incapaces de aproximarse al fantastique sin prejuicios, incurre en el típico defecto de este cine de confiar toda la efectividad del producto en una premisa ocurrente (una pareja de yonkis de la tecnología decide desconectar sus móviles en una semana de reposo en el campo y justamente entonces la Tierra sufre una invasión alienígena), que se desinfla progresivamente merced a una pobreza alarmante de medios y a unos diálogos que en el primer tercio de cinta pueden resultar graciosos, pero que después se tornan repetitivos.
Voy ahora con Quentin Dupieux, un director que, desde Rubber, ha conseguido colocar todos y cada uno de sus largometrajes en Sitges, a pesar de no haber venido al festival ni una sola vez. Aunque no soy muy fan de su sentido del humor, hay que reconocerle un universo propio inconfundible y reconocible, apoyado principalmente en el absurdo y el sinsentido como motores argumentales.
Mandibules es su último largometraje, aunque ya está rodando otro, como él mismo anunció en otra de esas presentaciones grabadas en vídeo que tanto abundan este año en Sitges. Y me da la impresión de que, en esta ocasión, Dupieux ha medido mucho el elemento irracional, que aquí no es tanto motor sino que está más integrado en un argumento más o menos convencional, o por lo menos todo lo convencional que puede llegar a ser el cine de Dupieux.
El resultado de esta sutil alteración en la forma da como resultado la mejor película del director galo, repleta de gags que funcionan a la perfección como funcionaban, por ejemplo, los de Peter Sellers cuando era dirigido por Blake Edwards. Una película que puede satisfacer tanto a los fans acérrimos del cine de Dupieux como a los que, como yo, nos acercamos a sus películas con traje protector.
Acabo hablando de Peninsula, la esperada secuela de Train to Busan, que también se pasó en Sitges hace algunos años. De Peninsula no se puede decir mucho bueno, desgraciadamente. Su precedente era una efectiva película de zombis, estrenada cuando el género estaba en plena efervescencia, y quizás por eso su hype fue tan excesivo cuando sus resultados no pasaban de correctos.
Peninsula es en cambio una apuesta que nace muerta desde el momento en que se inscribe de nuevo en el cine de zombis y el único valor añadido que es capaz de aportar es un argumento sacado directamente de Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno, que además no es precisamente la mejor de la saga. Un espectáculo indecente en tanto en cuanto trata al espectador como un borrego: le da exactamente lo mismo que el género le ha dado en los últimos 10 o 15 años, y se muestra orgulloso porque piensa que con eso le ha de bastar.
Y ojo, porque no se han equivocado sus responsables al pensar de esa manera. Peninsula ha reventado las taquillas post-confinamiento de Corea del Sur, lo que sintetiza de manera ejemplar la sumisión y poca exigencia de buena parte del consumidor de blockbusters, que consiente y aplaude un producto como este, tan inane en lo que ofrece y con los peores efectos digitales que recuerdo en años o incluso en décadas.
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