Pablo Larraín nos presenta a Pablo Neruda (Luis Gneco) en medio de una bronca política, en el mingitorio del Senado chileno, entre urinarios, mármoles y aparadores con barra libre, donde el futuro premio Nobel se enfrenta a quienes apoyó políticamente y hoy engañan al pueblo. Desde el primer momento, el sentido del humor se hace presente en una historia que bebe de un drama y un thriller político muy sui generis.
Esa es la secuencia que abre un film muy alejado del biopic donde no hay ni hagiografía ni crítica a primera sangre. Dos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el senador comunista es un hombre de éxito que recita sus poemas por todo el país, hombre elegante y bon vivant, como apreciamos en sus fiestas, eventos de sociedad que reúnen artistas y militantes comunistas. El ambiente burgués-bohemio, revelado en las indumentarias, la libertad en el vestir y desvestir y el juego de charadas en que incluso el anfitrión se maquilla y enfunda un disfraz, son la elección de Pablo Larraín para adentrarnos en la esfera social de su protagonista. En un ambiente propio de Montaparnasse, el senador goza en la satisfacción de la chanza, el coqueteo, la lírica y la adoración, mientras una voz en off glosa su figura y las imágenes que se van mostrando.
Senador comunista y poeta, perseguido por González Videla, no tiene más remedio que poner fin a su estilo de vida para huir y salir clandestinamente de Chile, pero los obstáculos se suceden, la policía le persigue y debe refugiarse en casas de amigos durante meses, viajando desde Santiago a Valdivia, Futrono, a lo más profundo del país. Guillermo Calderón, guionista también de El club elige un punto de vista valioso para su historia: Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal) fue el jefe de policía que dedicó meses a perseguirle, conocerle, imbuirse de su obra y entrar al trapo en el juego del ratón y el gato que el escritor propone interesadamente en su fuga, fomentando la leyenda poeta perseguido, engrandeciendo su figura como símbolo de la libertad.
Gael García Bernal y Luis Gneco, que ya coincidieron en No (2012) llevan el peso del filme en sus hombros, con unas interpretaciones extraordinarias, los soliloquios del policía a lo largo de la persecución y las enfáticas lecturas de Neruda de sus más conocidos poemas rinden al espectador atrapándole en una historia donde la reflexión y el fluido relato van de la mano. Neruda es un nuevo ejemplo del crossover entre cine de autor y cine comercial que tantas buenísimas películas está ayudando a nacer, dejando intacta la vocación artística y aprovechando su potencial para ser exhibidas en festivales, recurriendo a la acción (Pablo Trapero), a las tramas de interés para el gran público, o a grandes estrellas (Gael García Bernal).
En la tercera sesión también hemos visto Exil (2016), la película número 21 del camboyano de origen y naturalizado francés en 1981, Rithy Panh. El autor de La imagen ausente (2013) nos presenta un documental que reflexiona sobre el exilio, meditando sobre la ausencia y la soledad interior. Según afirma Pahn, perdida la condición humana en la dictadura tardé años en reconquistar cada parcela de mi identidad.
En un espacio único (el interior de una choza) que se va transformando, vemos los campos de arroz, los objetos de la vida cotidiana en Camboya y en Francia, polvorientos y abandonados o relucientes, las pesadillas representadas a través de garzas, gaviotas, serpientes, y la vajilla exiguamente ocupada por alimentos, como símbolos del dolor, de la huida y de la difícil vida en un nuevo país. El filme alterna el solo de un actor en el descrito escenario, que compondría una perfecta obra de teatro, con imágenes extremadamente deterioradas de la vida en Camboya (Kampuchea) antes y durante la revolución.
El narrador de Exil lee un guion trufado de citas de grandes escritores y pensadores referentes a la libertad y el exilio, insistiendo en que la idea de la pureza (la imposible infalibilidad a la que aspira la dictadura) es el horror, mientras que como afirmó Víctor Hugo: el exilio es un largo insomnio, al que se enfrenta Panh concienzudamente, pero sin que su mirada evolucione, dentro de su filmografía.
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