El 51 Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya – Sitges 2018 ya está empezando a calentar el ambiente. La primera rueda de prensa de avance de novedades ha aportado bastantes claros y oscuros en relación a un festival que, bajo la dirección de Ángel Sala, ha alcanzado una importante penetración popular difícil de encontrar en épocas pasadas del certamen. De momento, los claros encuentran un mayor peso específico que los oscuros, así que a cuatro meses del inicio de esta importante cita con el fantástico veamos qué hay de bueno y de no tan bueno entre lo que ya se ha anunciado.
Si hay algo que parece haber puesto de acuerdo a todo el mundo es el cartel de este año. Admiradlo, ampliadlo, fotocopiadlo, estudiadlo, empapelad vuestras habitaciones con él, porque tardaréis en volver a ver uno parecido. Carteles los ha habido de todos los colores en la etapa Sala de Sitges: algunos muy buenos como el de 2005 con la aleta del tiburón delante de la iglesia o el de 2012 con un Sitges post-apocalíptico, algunos correctos como el de la oreja lynchiana de 2006 o el de la caja de cartón de 2015, y algunos ciertamente feísimos como el de Star Trek de 2016 o el del King Kong de papiroflexia de 2007. Pero creo que ninguno había sintetizado la esencia del festival de una manera tan simple y potente al mismo tiempo: el monolito de Kubrick emergiendo de las aguas de Sitges… y ya está. Punto. Ni tan siquiera la omnipresente iglesia ha sido necesaria este año. La belleza estética y el acierto en todos los detalles del cartel me parecen incuestionables, desde el plano ominosamente frontal desde el que se aborda la imagen del monolito hasta la colocación en vertical arriba a la izquierda de las fechas. Es una obra de arte cuya gestación ha sido mucho más compleja de lo que su sencillez puede indicar: 2001 es una película muy protegida y hubo que contar con la aprobación de los herederos de Stanley Kubrick y de Warner, propietaria actual de los derechos.
Luego está el tema de las películas homenaje de Sitges. El festival cada año pivota sobre películas o –como el año pasado con Drácula– a veces sobre algún personaje, en torno a los cuales se teje una visión propia del fantastique, que es la visión del festival y por extensión la de sus responsables. Son, por así decirlo, las reivindicaciones de Sitges, que suelen coincidir con algún tipo de aniversario: en este caso se han escogido películas que este 2018 cumplen 50 años por considerarse 1968 un año esencial para el cine fantástico moderno. Los fans se han quejado en no pocas ocasiones que tal año no se haya dedicado el festival a tal aniversario o a tal otro, siempre hay críticas en este aspecto aunque al final, como ya sentenció en una frase inmortal el gran Harry Callahan, las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene uno.
No va por ahí mi objeción. De hecho, las cuatro películas a las que Sitges rinde homenaje este año son, de una manera u otra, clásicos inapelables: además de 2001: Una odisea del espacio están El planeta de los simios, La semilla del diablo y La noche de los muertos vivientes. El único problema que veo yo a esta elección es que se trata de cuatro películas sobre las que el festival ha hablado en anteriores ocasiones, y en algunos casos ha hablado mucho. Se trata pues de obras que, de una manera u otra, ya han merecido reflexiones en Sitges, ya sea a través de proyecciones, de debates, de premios, o de homenajes.
Algunas evidencias: La película de Romero se ha proyectado en Sitges varias veces, incluyendo el montaje de 1998 con motivo del 30 aniversario, que añadía 15 minutos de metraje. ¿Nadie se acuerda de que la cinta de Polanski fue una de las escogidas en 1992 para celebrar los primeros 25 años de vida del festival, y de que la protagonizada por Charlton Heston lo fue en 1995 para celebrar los 100 años del nacimiento del cine? Más: la edición de 2008 se abrió con un premio a la viuda de Kubrick y la presencia de dos de los actores protagonistas de 2001. A Romero le dieron otro premio en 2007. Gente como Douglas Trumbull, artífice de los F/X de la película de Kubrick, o Roddy McDowall, inolvidable como simio, han tenido sus homenajes… ¡Ey! ¡Si hasta el icónico carrito de bebé de Rosemary Woodhouse, en llamas justo delante de la iglesia de Sitges, fue el centro del cartel de la edición de 2013!
Un festival de cine está editorializando desde el mismo momento en el que escoge unas películas y otras no, es una de sus funciones más importantes, ya que le ayuda a construir el hoy tan famoso “relato”, o lo que es lo mismo, una identidad propia. Y en este sentido, curiosamente a un festival de cine fantástico como es el de Sitges le falta mucha imaginación para escapar de los títulos canónicos del género a la hora de articular su discurso histórico. Es absurdo (y aburrido) volver una y otra vez a los mismos temas, a los mismos mitos, a los mismos directores, parece como si el fantástico solo lo hubieran escrito Kubrick, Polanski, Romero y cuatro más. Que no se me malinterprete: la aportación de todos ellos al fantástico me parece CAPITAL, y perdón por las mayúsculas pero no quiero dejar lugar a la menor duda en este punto. Sin embargo el festival les ha dedicado tiempo en otras ocasiones, y tiempo es precisamente algo de lo que Sitges va muy faltado en sus días locos de proyecciones y carreras entre El Retiro, el Prado y el Auditori.
No voy a entrar en si se podría haber empleado este año en homenajear tal o cual película (Harry Callahan, no lo olvidéis), pero hombre, por poner un ejemplo sin salir de lo que ya se ha anunciado para esta edición 2018, el pase de La noche de Halloween con motivo de sus 40 años de existencia podía haber servido de excusa para algo bastante más interesante que la enésima reflexión acerca de 2001 o de La semilla del diablo. Señores de Sitges: es importante reivindicar lo que todos esperan que ustedes reivindiquen… y también lo que no esperan tantos.
Como por ejemplo Peter Weir, un director al que Sitges le dará un premio este año y que, a priori, parece una elección sorprendente. No lo es tanto si tenemos en cuenta que Weir no es precisamente un extraño en Sitges: algunas de las primeras películas que hizo, como Los coches que devoraron París o La última ola, se pasaron aquí y causaron muy buena impresión. De hecho, estos y otros títulos contribuyeron en los años 70 a cimentar una merecida fama de calidad del cine fantástico australiano. Reivindicar la carrera de Weir me parece un gesto necesario por una parte, ya que no es un director al que se le haya reconocido su talento de manera global, y arriesgado por parte de Sitges en tanto que Weir no ha transitado demasiado por el fantástico después de esos primeros títulos. Eso sí: el tipo no ha dirigido ni una sola película mala, y no hay muchos directores que puedan decir esto. Así que estaré en primera fila para aplaudir a la persona que nos ha dejado algunas obras de impacto emocional tan imborrable como El club de los poetas muertos o Matrimonio de conveniencia.
Respecto a los títulos ya confirmados en la sección oficial, casi todos ellos son muy previsibles teniendo en cuenta que Sala y su equipo estuvieron en la pasada edición de Cannes. De allí se traen las últimas películas de Lars von Trier, de Gaspar Noé, de David Robert Mitchell, de Panos Cosmatos, y de Alice Rohrwacher. En los tres primeros casos, sin embargo, esta previsibilidad está plenamente justificada: Trier, Noé y Mitchell son tres apellidos que en ediciones anteriores de Sitges han generado un hype considerable de una manera u otra, y su inclusión en el festival era, además de previsible, obligada.
Evidentemente a estas alturas esto es solo la punta del iceberg de lo que será la programación de Sitges 2018. Tiempo habrá de analizarla a fondo y de ver qué nos depara la edición de este año. Pero antes de terminar, me tiro a la piscina: Ángel Sala ha asegurado que en estos momentos trabajan con cinco posibles candidatas para inaugurar la edición de este año. Y el 40 aniversario de La noche de Halloween coincide con el estreno mundial en fechas inmediatamente posteriores a las del festival de una secuela directa de la mítica película de Carpenter. Ahí lo dejo…
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