Escribir borracho está demodé y sin embargo, el mundo y no sólo la tele, invita a beber, ¿qué hacer? Impulsado por la revista Canibaal, el mítico local Slaughterhouse abre un ciclo de micro-charlas, de Anne Sexton a Dylan Thomas, para discutir sobre el cónsul de Lowry mientras se le da al drinking.
En Con distinta piel, Samuel no puede sacar el dedo que se le ha quedado atrapado en la botella. Con esa imagen, el poeta del “Nuevo Apocalipsis” nacido en Swansea, Dylan Thomas, describía su propia relación con el alcohol.
En Juventud, J. M. Coetzee, reflexiona lúcidamente desde la otra orilla: “Sin duda, la absenta y las ropas harapientas ya han pasado de moda. ¿Qué tiene de heroico robarle al casero. T. S Eliot trabajaba en un banco. Wallace Stevens y Franz Kafka en una compañía de seguros. A su modo particular Eliot, Stevens y Kafka sufrieron tanto como Poe y Rimbaud?”
Coetzee tiene razón.
No obstante, alcohol y literatura es un cliché que conserva su atractivo, una yuxtaposición estimulante (espirituosa, por así decir) y un tema que se renueva: Bukowsky, Patricia Highsmith, Fitzgerald… Lope de Vega. De los Alcoholes de Guillaume Apollinaire a La leyenda del santo bebedor de Joseph Roth, el alcohol es también un eje temático. El alcohol nos dio uno de los personajes más conmovedores de la literatura del siglo XX: Geoffrey Firmin, el cónsul de Bajo el volcán, la bellísima novela de Malcom Lowry.
¿Sigue habiendo alguna relación entre la liberación etílica y la soltura del escribir? ¿La hubo alguna vez? ¿Resulta más tóxico trabajar en un banco que la absenta? ¿Sube más? Me ha parecido ver en algunos de los más interesantes escritores actuales un debate interno sobre esta cuestión, no sólo Coetzee, pienso en el vacilante, y por momentos trágico, personaje de Dublinesca, la novela de Vila-Matas, pero sobre todo uno tiene claro que un ciclo así es, en realidad, una excusa.
Una hermosa excusa. Una excusa (partir de la relación de un autor con la bebida) para conocer mejor algunos libros. Una excusa para leer. Con esa idea peregrina en la cabeza, comienza el ciclo “Literatura & Alcohol” en Slaughterhouse, ese local del barrio de Ruzafa de Valencia, con eco de Vonnegut donde se puede leer y beber a la vez.
Microcharlas de miércoles alternos, sobriamente maquinadas desde la redacción de la Revista de Arte y Literatura Canibaal, revista amiga de la vanguardia y de Fernando Arrabal, que ha lanzado la invitación a publicaciones muy admiradas (Paco Inclán de Bostezo sobre el mejicano Alex Morales), a librerías de referencia (Luci Romero, de librería Bartleby, nos ofrecerá a Anne Sexton en chupitos sabios y elegantes), abrirá el poeta Pablo Miravet con un no-escritor cuyo apellido se liga a la bebida: Michi Panero; Ximo Rochera, Ramón Cabrera, Aldo Alcota. Comprometemos desde aquí a Eva Peydró para que nos invite a conocer mejor a Dorothy Parker. Éncar Reig interrumpirá su poesía para enseñarnos la zona etílica de Marguerite Duras. Habrá muchos más.
Muchos.
Muchas más. Se anuncian charlas temáticas: actualidad y futuro de la absenta, por qué ya no hay malditos (gracias a Dios), elogios marxistas de la sobriedad, dudas filosóficas: ¿es rancio nombrar a Baco? ¿es preferible a la insoportable brasa del pícaro esnifador, la rancia cantinela del santo madrugador? ¿cae el vicio del lado neoliberal? ¿pagan a Arrabal cada vez que se emite su etílico minuto sobre el mileniarismo? ¿existe alguna relación entre el aumento de poetas que no leen poesía y el turismo de borrachera de Magaluf?
Charlas, debates, quizás se escape, es de temer, alguna moraleja pero aún así merece la pena embarcarse. Echar una charla rápida, echarla de un trago y largarse a leer. El ciclo está abierto de par en par, abierto como sólo saben abrirse, repentinamente hermanados, aquellos que comparten una noche de viento la misma barra.
Debates, barras, gente, música que seguramente pinche Javi Swift con todo su aire de poeta galés: el “Alcohol” de The Kinks, “Cold Turkey” de Lennon, The Pogues, “Días de vino y rosas” de The Dream Syndicate, Amy Winehouse, Massiel, Un soir de scotch de Luce Dufault, Tom Waits.
Seguramente, alguien se acordará de citar, entre libro, carne de hamburguesa e inteligencia Slaughter, el erudito efluvio del filósofo y crápula irónico Kingsley Amis: la naturaleza ontológica del beber en ese divertido ensayo filocogórzico: Sobrebeber.
Haría bien.
Tampoco es descartable sino aconsejable que uno o una reenvíe al que quiera leer líneas meritorias al ensayo de Olivia Laing sobre la particular sed del literato, una relación que tiene que ver con las condiciones de trabajo, quizás con la timidez: The Trip to Echo Spring: On Writters & Drinking. ¿Quienes? Fitzgerald, Hemingway, Carver, Cheever, Tennessee Williams y John Berryman pero también un amplio grupo de mujeres, entre las no citadas por mí ahí arriba: Jean Rhys, Jean Stafford, Patricia Highsmith, Elizabeth Bishop, Jane Bowles, Shirley Jackson.
Será bueno todo eso para el que quiera saber más. El que sólo quiera una charla de bar que deje los debates electorales, Telecinco, la noche en 24h, los desayunos de la 1, los tertulianos que saben de todo y de política y venga al bar.
Dicho de otra forma, el ciclo («Literatura y alcohol») promete devolver la charla de bar al bar ¡de donde nunca debió salir!
Hermosos: pasajes de Bajo el volcán
Malditas: resacas, pero también… ¡malditas monsergas! (“es mejor no salir por la noche, uno se pierde las mañanas”, “las mañanas son lo mejor del día” and so on)
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