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69 Festival de Cannes #2: Dinero y amor (y sexo)

En Cine y Series 5 junio, 2016

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

En la segunda jornada de festival se ha proyectado fuera de concurso Money Monster, de Jodie Foster, en cara y cruz con I, Daniel Blake del veterano Ken Loach, destacando, sobre todas, la provocadora Rester vertical.

Bajo la apariencia de una diatriba progresista y bienintencionada, George Clooney interpreta en Money Monster a un presentador de televisión cuyo show sobre inversiones refleja la irresponsabilidad con la que se manejan los ahorros de las familias americanas y la manipulación que subyace en asesorías populistas nivel usuario. Los dramas televisados en vivo desde un plató no son un tema desconocido, y Jodie Foster se esfuerza en el aporte de originalidad forzando los giros argumentales, en lo que resulta un telefilm repleto de caras conocidas de la pequeña pantalla. El thriller combinado con comicidad humaniza trama y personajes, al precio de restar la escasa fuerza de una película que pretende desenmascarar «la gran estafa» y únicamente realiza piruetas en el aire, bajo la batuta de una Julia Roberts anodina (what else?) y un histriónico (what else?) Clooney. En papeles secundarios, estrellas de televisión como Caitriona Balfe (Outlander), Giancarlo Esposito (Breaking Bad) y Dominic West (The Wire, The Affair).

El protagonista masculino resulta arquetípico e inverosímil, sobre todo cuando se nos pretende convencer de su revelación y arrepentimiento por jugar con los pequeños inversores, al empatizar con el drama humano de su (en inicio) antagonista, Jack O’Connell (’71, Gary Hook, 2014) un joven estafado que irrumpe en el plató donde se graba Money Monster, en su particular día de furia. La película de Jodie Foster ha sido carcajeada y aplaudida con devoción por el público, que se ha rendido ante un producto comercial y falso, en el sentido más alejado del cine de autor con un discurso artístico.

Money Monster

Ken Loach, por su parte, también proyecta su visión de la debacle económica y del estado del bienestar en Gran Bretaña en su nueva colaboración con el guionista Paul Laverty: I, Daniel Blake. La tragedia de los desheredados, sumidos en la creciente e imparable ruina personal, apela a la emoción del espectador con unos personajes muy empatizables, que ya sea por su dignidad en la pobreza o por su llorosa depresión desesperada, se ven apenas subsistir entre la maraña burocrática de ayudas sociales, subsidios, bancos de alimentos, desempleo y trabajo precario. El viudo Daniel Blake (Dave Johns), convaleciente de un infarto, se debate entre la solicitud de la incapacidad laboral y la demanda de empleo, en una gran farsa procedimental, que convierte a tantos ciudadanos en marionetas de los protocolos, las cuotas de bajas y altas de la seguridad social y los intereses económicos del gobierno, en lugar de atender a sus necesidades vitales básicas, manteniendo su autoestima y capacidad.

El director apela al valor del individuo, frente a la apisonadora del estado, un laberinto de papeleo e inhumanidad, que con estrategias empresariales y no sociales, provoca el extravío de los ciudadanos carentes de apoyo, que pierden sus mínimos derechos, incluso su personalidad (en la ininteligible y despersonalizadora informática, según insiste Ken Loach), denegada su cualificación y cuestionado su CV. Ya sea Mi nombre es Joe o Yo, Daniel Blake, el héroe de Loach es un ser incomprendido, abandonado a su suerte por el padre estado, arrojado a las brasas de la prostutición, los negocios ilegales o la depauperación que mata en silencio, aligerando las listas de subsidiables. Emotiva, realista y justa, la película no abandona tampoco el toque de ingenuidad en las propuestas de reversión del viciado sistema, arriesgando demasiado en la anécdota.

Yo, Daniel Blake (Ken Loach, 2016)

La autoría más creativa y libre ha llegado con el estreno de Rester vertical, una transgresora película firmada por Alain Guiraudie (L’inconnu du lac), quien esta vez va más allá en su propuesta. En clave de fábula, cumpliendo los requisitos básicos del género, un caminante se enamora de una pastora de ovejas, tiene un hijo con ella, lo cría solo, tiene relaciones bisexuales con varios de los personajes del filme y hace las paces con los sanguinarios lobos que amenazan su rebaño. Esta peculiar odisea o pastoral es un canto a la libertad y la evolución personal, más allá de una epopeya gay, que ha sido recibido con reacciones controvertidas por parte de la crítica. Por ejemplo, Peter Bradshow, de The Guardian, la ha definido como autocomplanciente y errática, mientras por otra parte ha sido alabada por su riesgo, libérrimo planteamiento y descripción de personajes. En cuanto a nuestra reacción, ha sido fervientemente positiva, valorando una propuesta que rompe estereotipos de representación tradicional de roles, identidad, familia, para crecer en el aprendizaje y la entrega sin prejuicios.

Como afirma Guiraudie, el sexo es el origen del mundo y también puede ser su final. Así lo muestra tan explícitamente como en el plano que calca la obra El origen del mundo, la escena de penetración del anciano moribundo, las propuestas sexuales rechazadas o la escena del parto. Lejos de la necesidad de provocar con la simple mostración, el director irrumpe con un particular concepto del erotismo, la vida y la muerte que justamente puede incitar al rechazo por no abundar en el convencionalismo de la representación en el cine tradicional, por muy vanguardista que sea. El amor y el deseo en Guiraudie son terrenos abiertos y fértiles nunca limitados por vallas ni realmente amenazados por los lobos metafóricos.

Rester vertical

La sociedad patriarcal, las opciones sexuales rellenables como una casilla de formulario, los roles en la familia son dinamitados en Rester vertical, un filme libre y valiente, con un gran sentido del humor, que como un viaje con antagonistas, ayudantes, obstáculos y pruebas (ogro, hada-sanadora, lobos, pastora, bebé, indigentes, ancianos) lleva a su protagonista Leo (Damien Bonnard), desde un punto de partida en que su camino se confía al azar, a explorar la vida y la muerte de forma casi mítica, para llegar finalmente al conocimiento y a la liberación.

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