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Cine y Series

«Yo tenía una vida». Entrevista con Octavio Guerra

En Entrevistas, Cine y Series 16 marzo, 2024

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Tras el éxito de su documental sobre el particular crítico cinematográfico Óscar Peyrou (En busca del Óscar, 2018), que puede verse en Filmin y tuvo una celebrada exhibición en varios festivales internacionales, Octavio Guerra ha presentado su última obra, Yo tenía una vida (2023), en el 26º Festival de Documental de Tesalónica. La película, que tuvo su estreno nacional en el Festival de Málaga y ya se ha exhibido en salas, ha tenido así su première internacional en un certamen especializado de tanto prestigio como el que alberga esta ciudad griega. Producido, como el resto de sus obras, por Elisa Torres y fotografiado por Carlos Aparicio, este documental de contenido social ha puesto en el punto de mira a las personas sin hogar, en la ciudad de Valencia (España). La gente que obviamos cuando pasamos por su lado y no nos atrevemos a mirar a los ojos, mientras yacen envueltos en mantas en el habitáculo improvisado de un cajero, tienen nombres y apellidos e historias tan relevantes como los protagonistas de Yo tenía una vida, a los que Guerra se ha atrevido a nombrar y restituir una dignidad difícilmente reconocida. Las vidas marginadas que contemplamos en su relato no son sino el resultado de las dificultades de reinserción laboral, adicciones y los obstáculos para rehacer un hogar propio tras una tragedia personal. El público, que llenó los dos pases del documental en Tesalónica, se quedó con ganas de preguntar, a pesar del largo coloquio que sostuvieron con el director (y guionista) y la productora, puesto que la aproximación de Octavio Guerra y la particular situación de su protagonista suscitaron un enorme interés entre la audiencia. Ver de cerca, durante 71′, lo que acostumbramos a mirar con el rabillo del ojo nos permite desprendernos de nuestros prejuicios, si nos quedan, y recalibrar nuestra capacidad de empatía. Para el director fue especialmente significativo lanzar internacionalmente aquí su película, puesto que nació en el Ágora del Festival, donde se desarrolló el proyecto hace unos años.

Tuvimos la oportunidad de entrevistar al director de Agua bendita (2013) en el legendario Warehouse C del complejo cultural que acoge el festival, tras la primera proyección y compartimos su satisfacción por la respuesta del público griego que siempre nos asegura coloquios de elevado nivel. Empezamos interesándonos por la génesis de un proyecto extendido durante varios años y su punto de partida: «Yo no he ido a buscar la historia, sino que la historia me ha llegado a mí de alguna manera». Octavio Guerra practicaba taekwondo con el coordinador de un programa social de reinserción, que le animó a proyectarles su primera película y dar una charla dentro del proyecto: «Les puse Agua bendita, una película donde los actores se interpretan a sí mismos. Es un documental, pero donde los personajes de alguna manera son ellos. Quedamos otra vez y en esa ocasión les puse Crónica de un verano (Edgar Morin, Jean Rouch, 1961). Ahí sí que ya les voló la cabeza porque de alguna forma ya vieron algo como muy auténtico, también sobre el trabajo, más social, una crítica más social. Y entonces, ahí sí que ya entre todos, vimos la posibilidad de intentar hacer algo en común».

Octavio Guerra

Octavio Guerra, director de Yo tenía una vida. Foto © El Hype.

Yo tenía una vida empieza de una forma coral, conocemos a los hombres que comparten un piso tutelado, y preguntamos al director cómo eligió a sus protagonistas: «Esas dos proyecciones que comento sirvieron como una especie de casting, porque ahí ya empezó a brotar la selección también. Visualizaban cómo podía ser su propio personaje en la película y la evolución a quedarnos con un personaje protagonista fue muy orgánica, digamos que esa coralidad se fue desvaneciendo para centrarnos en Jesús Mira. La película respira mucho los tiempos, es verdad que fueron muy largos en su caso, porque desde el primer plano hasta el último, pasaron ocho años. Pero en la película no nos funcionaban esos ocho años, los teníamos que recortar». Esos años incluyeron una pandemia y la dificultad de seguir el rastro a su protagonista, «Realmente esta película es un poco un milagro, trabajamos con muchos personajes y llegó la figura de Jesús. Con él nos entraba la historia, el conflicto, la crítica, lo que era Jesús, un personaje muy fuerte, incomparable con el resto, que no estaba a su altura. Entonces rápidamente nosotros nos volcamos en la observación».

La primera parte de la película funciona como una introducción, como el contexto en el que entendemos las reticencias de una persona sin hogar a prolongar indefinidamente una vida tutelada y dependiente. La personalidad de Jesús es muy particular y tiene las cosas muy claras, como muestra Guerra desde su primera aparición, se debate entre la necesidad de una cobertura a sus necesidades materiales y la libertad de poder controlar su vida, sus horarios y sus elecciones laborales, aunque sean precarias. Hay una escena en Yo tenía una vida particularmente impactante, que nos muestra sin palabras ese dilema interior por mantener la coherencia con unos valores o contemporizar: «Ese largo silencio de Jesús, cuando le ponen ante la disyuntiva de aceptar seguir en el piso con unas reglas que no puede aceptar o marcharse, surgió así, en el momento, pero tiene mucho más significado al haber puesto su conflicto en la primera parte. Ese silencio adquiere otra dimensión, y ese silencio llegó muy pronto en la grabación. Tenemos un minuto entero de silencio y para que funcionara tuvimos que desarrollar mucho el contexto y el conflicto y la repetición de él en ese bucle del que no sale».

Yo tenía una vida (I had a life)

Póster de Yo tenía una vida. Diseño © Milena Fontana.

Esa espiral sin salida la muestra también gráficamente de otras maneras, «Visualmente también nos rodeamos de ese bucle constantemente. La noria y la lavadora, por ejemplo, es como que siempre vuelve a la casilla de salida». Ese minuto es un tremendo hallazgo cinematográfico. «Tengo la tentación de mirar por fuera de la ventana de la sala donde Jesús habla con el coordinador, a ver si Carlos ha movido la cámara porque la directriz era intentar grabar la secuencia y cuando veíamos que ya había un cierto agotamiento cambiar el plano, porque como no puedes repetir con Jesús, no puedes hacer una puesta en escena. Por mi experiencia en el documental, me he dado muchas veces cuenta de que las cosas pasan en el momento en que levanto la cámara, así que prefiero registrar y luego elegir. Por suerte, Carlos no movió la cámara y yo viví ese silencio».

En un documental en el que se retratan personajes y, además, durante un larguísimo periodo de tiempo, las dificultades debieron ser mayores de lo habitual, por ejemplo perdiendo la pista a su protagonista o logrando espontaneidad, y el director nos lo confirma: «Es relevante para ello el hecho de que grabamos con un equipo extremadamente pequeño en el que yo hago el sonido simplemente porque necesito hacerlo. No cabían más personas con Jesús. Casi todas las secuencias son muy íntimas. Y una tercera persona podía romper esa cercanía. Por otra parte, Jesús es un personaje muy difícil. Pero esas dificultades nos aportaron creativamente, porque cuando de alguna forma te ponen alguna barrera tienes que buscarle solución y esa solución es muy creativa. Lo interesante era que estábamos siempre pendientes porque sabíamos perfectamente que no podíamos repetir, que era un hombre muy sensible. Tuvimos que repensar mucho. Al grabar nos preguntábamos ¿dónde nos ponemos? Vamos a ponernos en la piel de Jesús, para saber qué haría él y desde ahí diseñamos la secuencia, y por otra parte, hallamos el significado que podíamos obtener de ese tipo de plano. Por ejemplo, grabamos mucho al principio a través de los cristales, pero a lo largo de la película, a medida que él no deja acercarnos, nos vamos aproximando más. Hay una cierta distancia al principio, pero se fue generando una especie de método».

Un personaje importante en Yo tenía una vida es el de Elena Matamala, la trabajadora social, muy próxima a Jesús, que al mismo tiempo está trabajando en su tesis e incluso llegamos a ver cómo la presenta. Se trata de una mujer que se pregunta cómo mantener la empatía y la distancia profesional al mismo tiempo, algo que debió replicarse en el rodaje, como nos confirma Octavio Guerra: «Bueno, eso es difícil porque Jesús, al final era un personaje que muchas veces nos ponía un poco entre la espada y la pared y, de hecho, en el proceso lo perdimos dos o tres veces. Y como te decía, esta película es un milagro porque al final, a través de los años, lo íbamos recuperando, lo íbamos perdiendo, siempre de forma casual. Y entonces al final, era él quien nos venía a buscar, no nosotros. Entonces, nos pedía que siguiéramos grabando, pero realmente sabes que te la puede jugar. Pero así y todo volvíamos, porque tenía más fuerza la historia. Nos importaba más la posibilidad de contarla que la posibilidad de que nos dejara tirados otra vez. En el momento en que apostamos por una financiación, una dedicación, por unas justificaciones de grabaciones, etc., ahí ya le dijimos a Jesús ‘esto tiene que salir’, porque ahora sí que ya vamos a entrar en unos terrenos donde nos comprometemos».

Yo tenía una vida (I had a life)

En una historia tan larga no es fácil llegar a un punto final, por eso preguntamos a Guerra cómo se llega a saber cuál es el momento de dejar de rodar: «Tenemos toda la parte residencial, del programa, lo laboral… y luego la película es un poco un puzzle donde Elena nos ayuda porque nos proporciona la parte que no nos cuenta Jesús. Su rol es importante porque nos posiciona la película en cuanto a información e, incluso, un poco en cuanto a estética, porque ella también tiene la posibilidad de planear la acción, nivelaba un poco la película y esa austeridad que podía tener, porque Jesús no nos deja repetir. Teníamos que estar atentos al plano. En cuanto al final, tiene que ser dramáticamente importante. Ahí hubo un pequeño debate, y la decisión debía ser mía: terminar con un happy end o con una derrota. Al final, utilizamos las herramientas que te da el cine para plantear ese final, creemos que el público tiene que llevarse una derrota también, salir mal…». La vida de Jesús es como una montaña rusa de pequeños triunfos y grandes derrotas, por lo que el director tuvo que optar por detener su relato en una de esas paradas que, como la noria, alejan a su protagonista de la parada definitiva. «Creo que si lo hubiésemos hecho de otra forma, el propio Jesús nos habría dicho: ‘Chicos os habéis equivocado.’

Yo tenía una vida es valiente porque su mirada es reveladora de una realidad más compleja de lo que parece, y que se nos escapa por vivir en paralelo con quienes el cuerpo social expele; nos interroga sobre la normalidad social y la cuestión de que el derecho al bienestar respete nuestra individualidad, desde luego el debate es interminable.

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