Es llegar el primer fin de semana de mayo, con los aprietos de los primeros calores, y rápidamente identificar todo eso con los festivales de pop y rock al aire libre. Si hace unos años -bastantes, la verdad- era el Festimad madrileño el que servía de pistoletazo oficioso a la temporada, ya hace unas cuantas primaveras que es la ciudad de Murcia la que acapara el foco mediático (con permiso últimamente, a mucho estirar -y a fe que lo es- del San San de Los del Río, claro). Era el SOS quien tenía la culpa, desde 2008. Y es el recién nacido WAM el que ha tomado su relevo, tras las desavenencias entre aquellos y la administración local.
Así que lo que iba a ser el SOS del décimo aniversario, cuya planificación se truncó en diciembre pasado, se convirtió en el primer WAM (acrónimo de We Are Murcia, no vayan a buscarle tres pies al gato). Con solo cuatro meses por delante, en un margen de tiempo más que escaso, el nuevo festival murciano contaba con experiencia en la gestión de esta clase de eventos (el Low de Benidorm lo programan los mismos gestores, entre otras citas), con un recinto más que rodado (La Fica) y el hábito de un público natural que, obviamente, no podía distar mucho del que era asiduo al de la marca precedente.
Con todo, conformar un cartel con artistas nacionales e internacionales de cuajo en tan poco tiempo no era fácil. Y ahí puede decirse que el rápido expediente se solventó con holgura, porque 28.000 espectadores diarios de media diaria, mil arriba o mil abajo, son un buen aval para el cartel que se logró completar. Independientemente de la acalorada polarización que se observa en Murcia cada año en torno a la utilización de recursos públicos para apoyar grandes iniciativas surgidas del ámbito privado (extensible a cualquier otra capital española, por cierto) o de que se especulase durante semanas con la presencia de algún cabeza de cartel de mayor entidad que finalmente no pudo estar en el line up definitivo.
Así que, como estuvimos en el WAM, aprovechamos para destripar desde aquí algunas de nuestras claves personales del primer gran festival de la temporada.
#1 Honestidad brutal
No andamos tan sobrados de frontmen como Samuel T. Herring. Un tipo como él es capaz de elevar a las alturas un cancionero al que, pese a su innegable brillantez, muchos tachan -no sin razón- de lineal (hay quien dice que todas sus canciones son iguales). Su entrega, sus golpes en el pecho, sus contoneos, sus medidos rugidos guturales, su búsqueda del cuerpo a cuerpo con el público y -sobre todo- la intensidad emocional con la que defiende el inmaculado repertorio de sus Future Islands es tan magnética que redimensiona sus canciones sobre cualquier escenario.
Alguien con buen criterio nos dijo hace poco que los de Baltimore tienen las mejores virtudes de quienes recuperan el tan manido synth pop de los años 80, pero sin incurrir (por suerte) en ninguno de sus vicios. La desarmante honestidad de su líder, quien pregona el orgullo de exhibir la vulnerabilidad masculina sin cortapisas, y luciendo estampa de tipo corriente y moliente (y hasta rudimentario), hace el resto. Que no es poco. Incluso permiténdose escatimarnos “Black Rose”, una de las canciones del año.
#2 Clásicos navegando de las tinieblas a la luz
Orbital son perros viejos. Y como tales, se las saben todas. El diseño melódico de tiralíneas de Kraftwerk, la luminosidad hedonista de los tiempos de los balearic beats y el oficio para sacudir rítmicamente al personal como cuando el big beat noventero partía la pana: todo ello forma parte del ADN de los hermanos Hartnoll y sus sempiternas gafas con lucecitas. También su sampler del “Heaven Is A Place On Earth” de Belinda Carlisle en “Halcyon”, clásico incontestable, al igual que “Chime”. Sin sorpresas. Sin deslices.
En este trásito del colorismo a la oscuridad, protagonizado por músicos con galones, el danés Trentemøller abogó por medrar en las tinieblas con uno de los mejores conciertos del fin de semana. Luciendo un instrumental más orgánico de lo predecible (el mismo que en sus shows de Madrid y Barcelona en febrero) y con la ayuda de la imponente vocalista Marie Fisker, propinó un set pleno de desasosiego pero hipnotizante, como si se tratara de un cruce perfecto entre The Cure y Crystal Castles. En comparación, el manido tenebrismo post punk de White Lies -un día antes- sonó a material muy menor.
#3 Hay espacio para la diferencia, claro que sí
En un festival que participa -como casi todos los que rebasan los 20.000 espectadores diarios- del emplazamiento en la zona noble de su cartel de esas bandas españolas que colonizan hasta la extenuación cualquier cita con vitola indie, fue muy de agradecer que otros talentos bastante más heterodoxos gozasen también de una buena cuota de fervor popular. Y ese fue el caso de muchos de quienes pasaron por el escenario Punta Este (con un cupo local que dio buena cuenta de la heterogénea escena murciana), pese a que su sonido rara vez rayase a gran altura.
Los sulfúricos Crudo Pimento, los frenéticos Perro, los ensoñadores Noise Box, la perspicaz solvencia de Sr. Chinarro y las intensas letanías de Pablo Und Destruktion, independientemente de que hubieran podido sonar mejor en otra clase de recinto, más recogido (en algunos de los casos), probaron que hay -debe haberlo con más frecuencia, desde luego- un más que merecido hueco en nuestros festivales para aquellos que escriben desde los márgenes.
#4 Los valores seguros e inmutables
Si el sol sale por Antequera, entonces seguro que Lori Meyers van a reventar el aforo de la explanada frente al escenario principal y van a hacer bailar al personal. Seguro que La Habitación Roja van a despachar con eficacia su habitual retahíla de melodías contagiosas. Seguro que Fangoria van a poner el piloto atomático de forma que nadie advertiría la diferencia si en lugar de Alaska y Canut fueran dos replicantes quienes les hacen las veces sobre las tablas.
Seguro que Belako se van a marcar unas cuantas andanadas de post punk descarado, intenso y bailable. Y seguro también que Varry Brava van a entretener de lo lindo con su liviana pero saludable propuesta, que lo mismo guiña el ojo a los Blur de “Girls & Boys” (“Flow”) que a la vis más desenfadada de los tiempos de la Movida. Por no faltar, en el catálogo de items inmutables del WAM ni siquiera faltaron The Sounds, eterna franquicia festivalera sueca que nunca tuvo muchas cosas interesantes que decir. Pero ahí siguen.
#5 Matinales con sustancia
La imbricación de un gran festival en el enclave urbano que los acoge es una de las grandes asignaturas pendientes de muchas de nuestras grandes citas. Que una ciudad acoja con naturalidad a unos cuantos miles de visitantes, y que disponga de una oferta de conciertos gratuitos en sus calles, que vayan más allá de lo meramente testimonial y aporten un plus, debería ser una de sus grandes bazas.
La programación matinal del WAM no era especialmente cuantiosa (no más que la del SOS: vaya, otra vez las odiosas comparaciones), y tuvo sus desajustes (el cambio a última hora del escenario de la Plaza Sta. Catalina a otra calle cercana), pero al menos proponía un espacio en el que un puñado de bandas de mediano o largo recorrido (Nunatak, Perlita, los propios Crudo Pimento o Los Marañones) tramaban conciertos orientados al público infantil, no como un simple brindis al sol, sino buscando la participación activa de la chiquillería desde un enfoque didáctico. Una buena iniciativa.
Foto de portada de Javier Rosa
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