Necesitamos héroes, eso es lo que nos pasa. Ante la viral expansión del trabajo fotográfico de Vivian Maier, la nanny que durante 40 años fotografió su sociedad y su universo, sin revelar ni uno solo de sus carretes, es necesario un momento de reflexión.
Descubrí a Vivian Maier hace unos años, por casualidad. Navegando por internet di con una campaña de crowdfounding que me llamó la atención. El proyecto intentaba producir un documental sobre una fotógrafa anónima cuyo fondo fotográfico fue encontrado en un garaje. Un tesoro de 100.000 negativos sin revelar, donde las primeras muestras de su trabajo desvelaban magia y una técnica exquisita, un personaje misterioso. Testigo de su tiempo con personalidad introvertida, desde el lanzamiento de aquel documental, la efervescente Vivian Maier ha pululado por la actualidad fotográfica en noticias y artículos, consiguiendo un gran numero de incondicionales. Hasta he llegado a escuchar insensatos comentarios que equiparan este descubrimiento al de la maleta mexicana de Robert Capa.
Creo que esa es la cuestión. El tiempo de los grandes fotógrafos, de los clásicos del siglo XX empieza a quedarse demasiado atrás. Representan una época dorada de la fotografía y la expresión visual, que nos acompaña en nuestra memoria colectiva y que forma parte de nuestra cultura. Puesto que han sido uno de los gérmenes de nuestra formación (fotográfica para algunos y visual para todos), necesitamos volver a los viejos maestros. Algo nuevo que meternos en vena, que nos haga sentirnos como cuando anonadados, descubríamos y disfrutábamos por primera vez de la capacidad de comunicar, y sobre todo de zarandear nuestras emociones de aquellas imágenes.
No pongo en duda que hay algo en la visión de Vivian Maier, se nos presenta un material con calidad académica y bien trabajado en la postproducción, porque, no nos equivoquemos, las grandes imágenes del siglo XX no estaban depositadas únicamente en los negativos. Siempre hubo un gran trabajo, horas de laboratorio, detrás de ellas y, en este caso, pasa exactamente lo mismo.
Toda esta farándula me agota, me interesa poco. Me he tapado los oídos. Me he olvidado del ruido y escucho con la vista las imágenes de Vivian Maier. Lo que me cuentan es algo verdadero y que escapa de la fotografía en sí. Me hablan de una manera de mirar y sentir. Una persona anónima y reservada, diluida entre la masa de ciudadanos, tiene algo que contarnos. ¿Acaso es esto privilegio exclusivo de los fotógrafos?, ¿de las grandes y elocuentes eminencias?. Olvidamos las capacidades humanas, nos equivocamos al juzgar a los individuos que forman parte de las masas como si de masa se trataran. Pienso en el conductor de autobús al que he saludado esta mañana al subir a su vehículo, en la limpiadora de un patio de la avenida y en el camarero del café que pasaban ante mí fugazmente por la ventanilla de un autobús acelerado. Tal vez, su universo sea más fascinante de lo que creemos.
Existe algo que no se aprende y que, a veces, incluso desconocemos que poseemos. Pasamos por alto las cualidades ocultas del prójimo, hasta que viene un tercero y nos las restriega por las narices.
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