El valor sentimental de lo material puede ser un lastre compartido por varias generaciones. Las casas no hablan, pero si los muros que han amparado emociones las pudieran transmitir a los próximos moradores, viviríamos en un bucle de sentimientos heredados o confrontados, sin podernos liberar: los propios y aquellos que toda una constelación de antepasados luchó por acallar o esconder. La casa, las historias que alberga, las propias paredes y las transformaciones sucesivas se convierten en Valor sentimental en un personaje más que abraza al resto, unas veces con amor, otras como un lastre.
Al inicio de la última película de Joachim Trier contemplamos las imágenes de una casa en Oslo, que ha albergado a cuatro generaciones y cuya última moradora, la psicóloga Sissel —madre de Agnes (Inga Ibsdotter Lilleaas) y Nora (Renate Reinsve), divorciada del director de cine Gustav (Stellan Skarsgård)—, está a punto de fallecer. Durante su infancia, Agnes participó en una de las películas de culto de su padre, pero no quiso seguir la carrera de actriz, sin embargo, Nora, ha ganado prestigio en el teatro clásico, a pesar de sus ataques de pánico escénico. En una larga y angustiosa secuencia de presentación, entramos de lleno en el conflicto personal que se adivina bajo la incapacidad psicológica de Nora para desenvolverse en su trabajo. Entra y sale de bastidores, vuelve al camerino, se arranca la ropa porque el corsé no la deja respirar, lo intenta una vez y otra, suplica a un compañero, que también es su amante, que hagan el amor, que la abofetee. Lo que Nora desea es que la saque de ese bloqueo a través de una emoción más fuerte.
El retrato de la actriz que muestran Trier y su guionista habitual Eskil Vogt nos instala de inmediato ante un drama que pronto describiremos como familiar. Su padre es un reputado director de cine y ella tiene pánico escénico; su madre es psicóloga y ella rechaza hacer terapia. Tras ponernos en situación, la muerte de Sissel desencadena, como un detonante, la explosión de emociones soterradas, mal gestionadas y negadas que Nora alberga hacia el resto de su familia.
En uno de los momentos más cruciales de nuestra vida, en que la primera estructura humana que hemos conocido se descabeza, plasmándose materialmente en un legado inmobiliario y de objetos que nos obligan a revisar nuestra historia, ambas hermanas se enfrentan a un ineludible conflicto aplazado que deben manejar, alimentado por situaciones vividas a lo largo de su infancia y juventud. Por una parte, el padre ausente, con el que Nora tiene la peor relación, por otra, el duelo por la madre, además de su ambivalente relación con su vocación de actriz, probablemente anclada en su síndrome del impostor, por la falta de reconocimiento de Gustav, a la vez padre y director de actores. Al mismo tiempo, ha elegido su profesión para poder huir de su propia vida, ser otra(s) y poder seguir adelante. Nora, además, tiene cuentas pendientes con su hermana, mientras que la relación que mantiene con su compañero y amante Jakob (Anders Danielsen Lie) solo aparentemente está bajo control.
El regreso de Gustav con motivo del funeral de la madre y su oferta para que Nora interprete su próxima película, cuyo guion pretende saldar cuentas familiares, abrirá un nuevo capítulo en la historia familiar. Indignada y resentida, Nora rechaza la oferta de su padre, que le pide encarnar a su propia abuela, la madre suicida de Gustav, que marcó también la infancia de este, entre las mismas paredes. El director la sustituye por una joven estrella hollywoodiense Rachel Kemp (Elle Fanning), con la que coincide en el Festival de Deauville. Esta crisis será un nuevo paso hacia el abismo entre padre e hija, alimentando el infierno de las malas decisiones, los celos y el dolor. Nora se debate entre el orgullo y la inteligencia, la bondad y el interés, el rencor y el amor, mientras los provisionales cimientos de su vida se desintegran uno tras otro.
El gran carisma de Renate Reinsve planea sobre Valor sentimental, pero sobre todo la vemos sufrir (con la hermana, con el padre, con el amante, en el trabajo). En un registro diferente al de La peor persona del mundo, la actriz no deja de llorar y penar en todo el metraje, solo excepcionalmente relajada cuando está en compañía de su pequeño sobrino. Pero no es la única, Elle Fanning en sus ensayos se deshace de dolor, en un mar de lágrimas. El guion de Eskil Vogt para Valor sentimental es complejo, con apuntes humorísticos (el abuelo regala al nieto un conjunto de DVD, entre los que encontramos La pianista e Irreversible), incluye guiños a los maestros Bergman y Allen (Nora escucha a través del conducto de la calefacción las sesiones de terapia de su madre, como Gena Rowlands en Otra mujer, 1988) y bromas sobre el oficio, en los personajes del director de fotografía y el representante de Gustav. Sin embargo, cuando más apreciamos su trabajo es en su sobriedad y sus revelaciones entre líneas, con sutileza, las dinámicas y las vías de resolución de los conflictos familiares. Desde luego, mucho más que en las escenas en las que lo sentimental es superado por el sentimentalismo.
Tanto Elle Fanning como Renate Reinsve ofrecen un excelente trabajo, pero no podemos negar que cuando Stellan Skarsgård aparece en pantalla, el resto se difumina. Su presencia, más allá de sus diálogos, es elocuente por sí misma y la interacción con su hija Nora revela mucho más por lo que trasluce que por lo que muestra. Para ser un buen manipulador hay que ser un buen psicólogo y Gustav exhibe todas sus habilidades con cada una de las personas con que se relaciona.
Trier y Vogt nos plantean una historia dolorosa, pero sobre todo un relato de sanación. La más tóxica organización social es la que no se elige y que, por lazos de sangre nos pesa toda la vida, obligándonos a sentirnos culpables por no encajar o por no responder a las expectativas. Ser capaz de sobrevivir a eso y no perderse implica haber dado el definitivo paso a la madurez, y el personaje de Nora lo consigue dejando de culpar a sus progenitores de sus errores y desgracias, responsabilizándoede su propia vida y aceptando que algunas relaciones no elegidas pueden reformularse desde una perspectiva adulta. El perdón y la aceptación no son equivalentes ni necesarios. Lo más importante es superar el sufrimiento y liberarse para vivir sin ataduras traumáticas. Esa es la lección pendiente de Nora, la hermana que más sufrió por las carencias afectivas y la que más necesita pasar página. Ella no ha formado una familia como Agnes —que ha vivido centrada y resiliente, a pesar de su experiencia—, quizá por no repetir la historia o justo porque la historia se lo impide, pero el caso de las dos hermanas demuestra también que la crianza no lo es todo.
Valor sentimental ofrece su pulso más relajado en la reflexión sobre el cine y el trabajo del padre, mientras que, por el contrario, roza el exceso en las escenas más emocionales. Sin embargo, el conjunto es sobresaliente, con esa marca de la casa que lanza una carga de profundidad con la elegancia de una escritura fluida, una fotografía y una banda sonora impecables. La parte final, con un desenlace que aúna todas las tramas y todos los dramas, es tan coherente como el resto de una película bella, eficiente y que rebosa amor al cine y a su poder transformador.
Valor sentimental obtuvo el Gran Premio del Jurado en el 78º Festival de Cannes. Información actualizada el 24 de mayo de 2025.
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