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Una trampa más del ego

En Sin miedo, Juan, Lifestyle 26 mayo, 2014

Juan Solbes

Juan Solbes

PERFIL

Una de las formas más saludables de transitar por la vida es dejar de tener la razón. La continua defensa de nuestras creencias puede acabar con todos nuestros sueños.

La terrible necesidad de tener razón tiene unos costes verdaderamente inasumibles por parte de cualquiera que tenga dos dedos de la misma en la frente. Quizá es la mayor causa de enfrentamiento, y sin duda, de dolor y sufrimiento. En todo caso, salvo enfermedad grave, salir victorioso y con la última palabra en la boca no ha sido garantía de una vida afable, armoniosa, equilibrada, pacífica y ni mucho menos amorosa.

Defendemos nuestra razón como si la vida nos fuera en ello. Ponemos pasión, fuerza, energía y focalizamos toda la idiotez y la estupidez en un solo punto de vista sin darnos cuenta de que la riqueza está en la diversidad de ver el mundo según los ojos por los que lo miremos. Entonces…

¿Por qué ese empeño en incrementar las distancias entre nosotros cuando un abrazo o una sonrisa son capaces de hacer que las distancias desaparezcan? ¿Por qué ese apego a nuestras creencias si nos llevan a continuos enfrentamientos con los demás? ¿Qué tiene la razón para merecer esa defensa a ultranza y cualquier diferencia la vivimos como un ataque personal en nuestra línea de flotación?

El Sr. Borges, en una de sus conversaciones con Sabato, sacó a colación esa frase de un escritor francés que afirmaba que “las ideas nacen dulces y envejecen feroces” intentando explicar que la historia de la humanidad ha podido comenzar de forma intrascendente, en una charla de café o en cosas así.

La identificación con nuestras creencias es el error que nos puede estar llevando y de hecho nos ha llevado a tener que darle la razón a D. Jose Luis Borges, pero espero que no por mucho tiempo, porque estoy convencido, después de haber sufrido en mis propias carnes los horrores de la defensa de la razón, que no tengo nada que ver con mis razones. Las creencias se han formado alrededor de un ego que no tiene nada que ver con quien soy en realidad.

El salvoconducto para evitar tanto conflicto se obtiene con la experiencia, la cultura, la educación, innumerables viajes, las relaciones transitadas, lecturas emocionadas, conversaciones de café, sobremesas de gin-tonic, es decir, de todo aquello que nos permita ver el mundo desde diferentes puntos de vista. En el desarrollo de ese alma de artista que cada uno tenemos en nuestro interior y que nos permita decir “hoy no quiero tener razón, solo quiero entenderte”.

Añadir esta frase a nuestro acervo de comunicación interpersonal nos puede ayudar a tener muchos días de genialidad.

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