El director sueco Roy Andersson nos ha hecho esperar siete años desde su última película, para volver a asombrarnos con la fuerza y meticulosidad de su inconfundible estilo narrativo.
Una de las maravillosas películas que esperábamos en la Mostra de Venecia 2014 fue la dirigida por el sueco Roy Andersson, que no solo estuvo a la altura de las expectativas sino que se alzó con el Léon de oro, en un reconocimiento al creador de obras personalísimas, que ha hecho esperar siete años desde su último estreno, You, the Living (2007), para terminar la trilogía de la vida comenzada con Songs of the Second Floor (2000).
Con un estilo narrativo que es cualquier cosa menos tradicional, Andersson plantea en Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia una serie de esmeradísimos tableaux vivants, filmados en planos secuencia planificados al detalle, con puntos de fuga estudiados como espacio dramático e incluso acciones paralelas en segundo y tercer plano, que podrían ser disfrutados independientemente.
La gama cromática de grises es una constante en decorados y vestuario minimalista consiguiendo ese look total, incluyendo un maquillaje níveo, que llega a emular en algunos personajes el estilo de los clowns, despersonalizando y consiguiendo el efecto de extender a todo el género humano las reflexiones sobre la existencia, el absurdo y la estupidez.
La profunda tristeza del planteamiento, que como un barniz ceniciento oscurece incluso más el último film de Andersson, respecto a los anteriores, revela una crudeza que liga estos microcuentos, armonizándolos y convirtiéndolos en un todo poliédrico, sin reparar en lo dispar de las épocas históricas y los contextos íntimos, mostrando una capacidad de homogeneizar los diversos episodios a través del inherente absurdo revelado, el humor sombrío y la capacidad metafórica.
La tesis se argumenta sobrepasando los límites del tiempo y el espacio, haciendo convivir diferentes épocas en un mismo decorado como prueba de la escasa evolución del género humano, en cuanto a la incapacidad para resolver los enigmas de la vida y encontrar la auténtica felicidad. Ya sea en los años cuarenta, en la época colonial o en el reinado de Carlos XII, en el maletín de un tétrico representante de artículos de broma o un laboratorio, el director sueco capta sin condescendencia un catálogo de situaciones que nos dejan un retrogusto ácido e hipnótico al mismo tiempo.
En la rueda de prensa que concedió en Venecia, Roy Andersson confesó su inspiración en la historia de la pintura, especialmente en Otto Dix y Georg Grosz. No en vano, el título del film se le ocurrió contemplando la obra de Brueghel el Viejo Los cazadores en la nieve (1565) y, desde luego, no es fácil olvidar su propia y larga carrera en la publicidad.
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