Se cumplen 45 años de la muerte de Jacques Brel, una de las figuras más importantes de eso que se dio a conocer como chanson, pero que realmente es una de las dos o tres figuras más importantes de la música popular en francés del siglo XX. Aunque, a pesar de todo, fuera de los países francófonos su enorme figura ha quedado diluida a la de su influencia en figuras que hablan en el latín de nuestros tiempos, el omnipresente inglés, tales como David Bowie, Marc Almond, The Divine Comedy o, sobre todo, Scott Walker, su mejor alumno en la lengua de Shakespeare.
Así que quiero aprovechar la oportunidad para resaltar la carrera de un gigante de la música, alguien que comenzó a tocar la guitarra a los 16 años y se convirtió en el mejor compositor de canciones en francés del siglo XX (bueno, junto a Serge Gainsbourg) para escapar del aburrido futuro en la empresa familiar de su padre, cambiando la vida burguesa que le habían asignado los hados por la bohemia de los cabarets y los bajos fondos.
Jacques Brel et ses chansons – nº1 (1954)
Jacques Brel nació en Bélgica en el seno de una familia flamenca católica con un negocio propio, una fábrica de cartón. El pequeño Jacky, así le llamaban, entró a trabajar en la fábrica de su padre a los 17 años y estuvo allí hasta los 24, cuando le surgió la oportunidad de grabar un disco en París. Entre medias había comenzado una doble vida en la que trabajaba por las mañanas en la fábrica y por las noches cogía su guitarra y tocaba en los cabarets de Bruselas bajo el seudónimo de Jacques Bérel, ya que su padre no quería mancillar el nombre familiar cantando en antros.
El caso es que Jacques Brel tenía una gran facilidad melódica, metiendo en los postulados de la chanson su amor por la música clásica y compositores como Maurice Ravel o Franz Schubert. En 1953 hizo una maqueta en 78 rpm que, después de varias carambolas, llegó a los oídos de Jacques Canetti, un cazatalentos parisino, que era director artístico de Philips y propietario del teatro Les Trois Baudets. Canetti era una leyenda en sí mismo, había sido el primero en llevar a Francia a figuras como Louis Armstrong o Duke Ellington y le había dado su primera oportunidad a la mismísima Edith Piaf. Cuando escuchó a Brel no lo dudó un segundo, le hizo llamar a París inmediatamente, el cantante esperó hasta el nacimiento de su primera hija y al día siguiente se marchó a París donde firmó con Canetti.
Sus primeras actuaciones fueron un fracaso pero Canetti le seguía manteniendo, Brel iba probando sus canciones y las 9 que más le gustaron pasaron a formar parte de su primer disco, grabado en febrero de 1954. Todavía no tiene el estilo teatral por el que será conocido y sigue tocando la guitarra, en sus letras todavía se nota su educación católica, lo que hacóa que otro grande de la ‘chanson’, Georges Brassens, le llamara en esa época “el Padre Brel”, pero aquí ya había canciones como “Le Haine”, “Grande Jacques” o “Le Diable” que hacían ver a un compositor con mucho talento.
Quand on n’a que l’amour – nº2 (1957)
En los tres años que separan sus dos primeros discos, Brel no paró de girar y de tocar sin descanso. Fue poco a poco encontrándose a sí mismo en el escenario y a las personas más importantes de su carrera, en 1955 conoció a Georges Pasquier, Jojo, que se convertiría en su mejor amigo y su hombre para todo, chófer, ayudante de escena… En 1956 se produjo el encuentro con el maravilloso músico François Rauber que ayudaría a sofisticar más su música, con sus maravillosos arreglos y orquestaciones, algo que se podría ver en este segundo disco, encabezado por la canción que le da título, una de las mejores de su carrera, y el primer gran éxito de la misma, cuando se publicó en noviembre de 1956.
Es, también, un perfecto ejemplo de eso que se pasó a llamar el ‘crescendo breliano’, en el que la canción va subiendo en intensidad tanto musical como en la interpretación del propio Jacques Brel y que también supo captar uno de sus más conocidos seguidores, David Bowie, en la más ‘breliana’ de sus canciones, “Rock’N’Roll Suicide“. Pero, además de su indisputable obra maestra, el disco también está lleno de otras grandes canciones, como los toques jazz de “Qu’avons-nous fait bonnes gens?” o “Hereux”, una escondida gema sobre dos amantes separados pero felices ante la posibilidad de un siguiente encuentro.
La valse à mille temps – n°4 (1959)
Palabras mayores dentro del cancionero breliano, se podría decir que fue en 1959 cuando Jacques Brel se convirtió en Brel, adiós a la guitarra, dentro las teatrales interpretaciones que acababan en el paroxismo de las lágrimas, el crescendo breliano llevado al máximo en la interpretación teatral y, musicalmente, el destape definitivo. Aquí aparece su canción más recordada y una de las más versionadas en la historia, “Ne me quitte pas”, con un poco de Franz Liszt y un mucho de desesperanza y abandono, un no me abandones, que no era sino el fin de uno de sus muchos romances —aunque para un tipo que tanto se rió de la moral burguesa, nunca terminó abandonando a su mujer—, en el que se dejó el alma y vació su complejo de culpabilidad.
Pero es que aquí también están ese Vals a mil revoluciones (“La Valse à mille temps”) en el que Brel acaba tan revolucionado que parece estar rapeando al final, otra absoluta cumbre. Claro que no podemos dejar de nombrar la espectacular “Je t’aime”, con otro arreglo maravilloso de Rauber, la icónica y carabetera “Les Flamandes”, la primera de sus diatribas contra sus compatriotas nacionalistas flamencos, la acertada “La Mort” (que contó con conocida versión de Bowie, en “My Death”) o la pacifista “La Colombe”. El primero de sus discos imprescindibles.
Olympia 1961 (1962)
Una vez que Jacques Brel se convirtió en Brel, el belga hizo del Olympia lo que James Brown del Apolo: su casa y el lugar donde dio sus conciertos más míticos y sacó sus más famosos discos en directo. El primero de ellos, publicado a principios de 1962, recogió las tres actuaciones que ofreció allí a finales de octubre de 1961. Este disco funciona a la perfección como un grandes éxitos de los primeros años de Brel, comenzando con esa oda a su hogar de acogida, París, que es “Les prénoms de Paris” y cerrando con la mayestática “Quand on n’a que l’amour”, sin olvidarse de sus hirientes odas a los burgueses (“Les Bourgeois”) o a los flamencos (“Les Flamandes”), sus canciones con nombre de mujer como las maravillosas “Marieke” y “Madeleine”, o sus grandes clásicos como “Ne me quitte pas”, “Le moribond” o la inolvidable “La valse à mille temps”.
Les Bourgeois (1962)
En 1962 Brel ya era la mayor estrella de la chanson y abandonó su primera discográfica, Phillips, para fichar por Barclays donde su primer disco fue este Les Bourgeois, donde se demostraba que Jacques Brel seguía de dulce, con varias de sus mejores canciones como la titular en la que derrochaba desprecio por los burgueses (Los burgueses son como cerdos / Cuanto más viejos, más tontos / Los burgueses son como cerdos / Cuanto más viejos, más imbéciles). Aunque mi canción favorita del disco es ese homenaje a su Flandes natal en “Les Plat Pays”, la única canción en la que seguía tocando la guitarra en el escenario durante los 60 (además de “Quand on n’a que l’amour”) o la animada “Bruxelles”, en la que pagaba homenaje a la ciudad de su infancia y juventud.
Olympia 1964 (1964)
El disco más mítico en directo de Jacques Brel es el que recoge parte de sus conciertos del 16 y el 17 de octubre de 1964, y salió al mercado solo 4 días después. Hay muchas razones para eso, primero Brel estaba en el momento más álgido de su carrera, ese año sacó al mercado en 45 rpm canciones como “Mathilde”, “Tango funèbre”, “Jef”, “Les Bonbons”, “Au suivant” o “Le dernier repas”, además de que en este disco aparece la única interpretación de otra de sus canciones más míticas, “Amsterdam”, su oda a marineros y prostitutas con acordeón y el más dramático de los crescendos brelianos.
En el disco original solo aparecían 8 canciones, pero en las subsiguientes reediciones aumentaron hasta 15, con títulos imprescindibles como “Les Vieux”, “Tango funèbre”, “Le Plat Pays”, “Les Bonbons”, “Jef” o “Au suivant”. El Brel intérprete lograba transmitir con cada fibra de su cuerpo, con las expresiones del rostro, convirtiéndose en los personajes que poblaban sus canciones, borrachos, prostitutas, perdedores, sumergiéndose en ellos y dándoles voz en el escenario durante los tres o cuatro minutos que dura cada canción. La conexión con su público era tal que dos años después, en sus conciertos de retirada de los escenarios, en octubre y en el Olympia (como no podía ser de otra forma), tuvo que salir siete veces a saludar a un público que le gritaba Ne nous quitte pas (“No nos abandones”).
Les Bonbons (1966)
En 1966, en medio de los rumores de retirada del artista, en Barclays se dieron cuenta de que tenían al artista más famoso, pero que llevaban sin publicarle un disco de larga duración, que no fuera en directo, desde 1962 con Les Bourgeois, así que decidieron reunir varios de sus EPs y sencillos en dos 33 rpm absolutamente imprescindibles, el primero de ellos recopilaba grabaciones de entre el 2 de abril de 1963 y enero del 64, joyas como la canción titular, la bella “Les Vieux”, “Le Dernier Repas”, “La Fanette”, además de otra de sus más resplandecientes joyas, la melodramática “Au suivant”, en la que habla de un campamento militar que ofrece prostitutas a los jóvenes reclutas, que forman en línea para tener sexo, ante el grito de el siguiente, una obra maestra de miseria y negrura.
Ces gens-là (1966)
El segundo disco recopilatorio de Barclays del 66 es la gran obra maestra de Brel (junto a su despedida), un disco absolutamente magistral que recoge canciones de 1964 y 1965. Maravillas como ese “Tango funèbre” en el que se imagina su propio entierro, la melancolía y el encanto del arreglo de “Jef”; la mejor de sus canciones con nombre de mujer, “Mathilde”. Además de dos maravillas de 1965, la autobiográfica “La chanson de Jacky”, en la que se puede ver una reflexión sobre la edad, la belleza y la fealdad, o una señal de que Brel se estaba retirando. Aunque puede que mi favorita sea la canción titular, que se abre como una pieza de jazz modal en la que Brel despliega su increíble capacidad de contador de historias, en este caso el de una familia burguesa a la que el narrador (que se lo cuenta a una tercera persona) desprecia. Vocalmente, la interpretación comienza nuevamente de forma moderada, pero va alcanzando un clímax cuando habla de la hija, Frida, de la que está enamorado, pero, a pesar de sus promesas, sabe que nunca la dejarán irse con él, de ahí el contraste con la interpretación resignada que sigue y termina la canción.
J’arrive (1968)
Brel se retiró de los escenarios en 1966 ante la estupefacción de un público que le adoraba y comenzó a coquetear con el mundo del cine, pero en 1967 sacó un nuevo disco, Jacques Brel 67, y en 1968 apareció este J’arrive, su décimo disco de estudio. Aquí demostraba que seguía siendo un compositor único con un disco estructurado para presentar una serie de escenas que hacían una descripción coherente de varios de sus temas favoritos, como amor, muerte o aislamiento. Brel se quiso despedir a lo grande antes de dedicarse por completo a la interpretación y el cine y lo consiguió con temas tan memorables como la canción titular, con otro maravilloso arreglo a cargo del fiel François Rauber, la espectacular “Vesoul”, una mezcla de musette y swing, con el acordeón de Marcel Azzola, acompañando a la perfección su voz a lo largo de toda la canción o esa preciosidad llamada “Je suis un soir d’été (Soy una tarde verano)”.
BREL o Les Marquises (1977)
Jacques Brel tuvo esporádicas vueltas a la música después de “J’arrive”, como su adaptación al francés del musical El hombre de la mancha o la edición en 1972 del disco Ne me quitte pas, en el que regrabó algunas de sus canciones más famosas, pero estuvo más centrado en el cine, aunque en 1974 decidió dejarlo todo y marcharse a dar la vuelta el mundo en barco, ya que navegar era una de sus grandes pasiones. Pero el viaje se tuvo que interrumpir porque le fue detectado un cáncer en el pulmón (Brel fumaba tres paquetes de cigarrillos diarios). Cuando le extirparon el tumor decidió seguir su viaje, pero al llegar a las Islas Marquesas, enamorado de un exótico lugar donde nadie le conocía, pero también cansado y débil por la enfermedad, decide quedarse allí.
En 1977 el cáncer vuelve a aparecer y los doctores le dan poco tiempo de vida. Es entonces cuando Brel decide regresar a París para grabar un último disco, una especie de testamento musical en el que se despide de amigos, como Georges Pasquier, que había fallecido en el 74, al que dedica “Jojo”, o volver a insultar a los nacionalistas flamencos con “Les Flamingants”, pero, sobre todo, para despedirse de un público que le pidió que no les abandonase y que seguía adorándole a pesar de que llevaba casi 10 años sin sacar canciones nuevas. Lo hizo todo, en la medida de lo posible, a escondidas, pero cuando se supo la noticia los pedidos del disco, antes de su publicación, ya eran de cientos de miles, y cuando finalmente apareció se convirtió en el disco en francés más vendido en la historia de Francia, hasta ese momento.
No era para menos, en la despedida de Brel están algunas de sus mejores canciones, el disco se abría a la vieja usanza, un acordeón y la voz de Brel en “Jaures”, eso sí, había un poso todavía mayor, algo que se apreciaba en la insondable tristeza de “La ville s’endormait”, una perfecta canción de pop barroco que se vuelve a beneficiar de otro arreglo maravilloso de Rauber y del piano del imprescindible Gérard Jouannest, con el que compuso varias de sus mejores canciones. También aparecen la imprescindible “Orly”, en la que retoma su papel de narrador de una escena que presenció en el aeropuerto parisino, la devastadora “Voir un ami pleurer”, en la que viene a decir que no hay nada más triste que ver a un amigo llorar, sobre una línea de piano de Jouannest que Badalamenti seguro que tenía en mente cuando compuso Twin Peaks, y se cerraba con la magistral canción titular, en la que rendía tributo a los paisajes del archipiélago, evocando a Paul Gauguin (que también pasó allí los últimos años de su vida y fue enterrado allí) y el paso del tiempo, que no tiene freno en las Islas Marquesas.
Tras grabar el disco, Brel volvió allí, hasta que en julio de 1978 su estado de salud empeoró y regresó a Francia donde murió un 9 de octubre de 1978. En el mundo francófono sigue siendo una deidad, pero en el resto del mundo es solo una nota al pie de página de los Bowie, Scott Walker o Leonard Cohen, pero no hace falta decir que si hubiera cantado en inglés se le colocaría, con toda justicia, donde corresponde, en el mismo escalón que cualquiera de esos nombres míticos.
Carneham 8 diciembre, 2023 12:22 pm
Jacques Brel sería “el mejor compositor de canciones en francés del siglo XX ( bueno, junto a Serge Gainsbourg)”, si no fuera porque del mismo siglo son Georges Brassens, Léo Ferré, Charles Trénet y Charles Aznavour, todos ellos con un cancionero igual o superior al de los dos citados.
Por lo demás y salvo esta puntualización, un gran y merecido artículo, en la línea habitual de uno de los mejores críticos de música (y cine) actuales.