Dudas y reflexiones acerca de dónde y cómo colocar los límites del retoque fotográfico.
A raíz de la redacción de las bases de un concurso fotográfico sobre el rechazo de todas aquellas obras que hubieran sido retocadas, de nuevo vuelvo a plantearme el tema de los límites del retoque fotográfico. Aparte de los ya aceptados como pequeños retoques (brillo, contraste, tono o saturación), que en principio no alteran la realidad fotografiada, ¿dónde marcamos los límites del retoque fotográfico?
La propia elección de la palabra que lo defina ya conlleva ciertos problemas. No es lo mismo denominarlo edición fotográfica que llamarlo manipulación, por las connotaciones negativas que el propio término implica. La denominación retoque o el término postproducción (éste con un aire más profesional) serían los más correctos para denominar esta práctica.
El retoque como tal ya se realizaba en la era analógica de la fotografía mediante distintos tratamientos en el cuarto oscuro que afectaban al resultado final de la fotografía. El forzado de los carretes y tiempos de revelado, el tapado y quemado por zonas, etc. han sido técnicas usadas desde los primeros tiempos de la fotografía para corregir posibles errores en la toma o con el fin de potenciar la propia imagen con vistas a un resultado final más satisfactorio.
Obviamente, con la irrupción de la fotografía digital y el conocido programa Photoshop la edición fotográfica ha dado un salto exponencial permitiendo manipulaciones (¿casi?) perfectas y, sobre todo, popularizando entre el gran público la posibilidad de autoeditar sus instantáneas. Pero del uso hemos llegado al abuso y todos conocemos hasta que punto la manipulación digital en la fotografía de moda ha creado falsos estereotipos de mujeres, en muchos casos llevados al extremo, tal y como recogen webs como Photoshop Disaster o Ps Disaster.
Una vez aceptado el retoque fotográfico como parte de la propia fotografía, la pregunta debería ser hasta que punto debemos considerarlo “normal” y sobre todo, dónde y cómo marcar los límites del mismo.
En mi opinión (siempre personal y como tal errónea) creo que los límites los debe marcar el propio fin del trabajo fotográfico. Es decir, en áreas como el fotoperiodismo debería estar absolutamente prohibido cualquier tipo de manipulación de la imagen, tal y como los principales editores internacionales aplican. Pese a ello, todos conocemos las recientes polémicas sobre posibles retoques en los últimos Word Press Photo. En el caso de una fotografía llamémosla más artística, es el propio autor el que debe de marcar los límites de ese retoque siempre y cuando mejoren y potencien el resultado final. El problema es que entre estos dos extremos de la realidad fotográfica es muy difícil definir los límites a la edición.
Otro asunto es cuando esa manipulación nos ofrece modelos escuálidas de piernas infinitas y pechos generosos en cuerpos imposibles o nos ofrecen esas pieles de porcelana, sin marca alguna, que parecen muñecas recién salidas de fábrica. Creo que el propio público ya ha comenzado a rechazar este tipo de retoques absolutamente excesivos y que distorsionan la realidad. Aunque aquí volvemos a plantearnos las mismas dudas del principio: ¿acaso es más ético un maquillaje real que distorsione una cara envejecida que realizarlo de forma digital en un ordenador?
¿O acaso el simple hecho de encuadrar una fotografía no condiciona ya el resultado final y de alguna forma “manipula” la realidad fotografiada?
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