El sueño de la razón produce monstruos y el sueño de la web 2.0 produjo trolls. Se les ofreció la oportunidad de ser usuarios activos, de construir grandes comunidades y de compartir conocimiento, pero utilizaron esa libertad para ofender al prójimo en foros de discusión, chats, blogs, videojuegos en línea, redes sociales y cualquier otra comunidad online en la que encuentran cobijo. Sin embargo, cuando asociamos el término a internet estamos olvidando que los trolls se criaron ahí afuera, en el outernet. En lo que vosotros llamáis el mundo real.
El troleo está plenamente establecido en nuestra sociedad. Los políticos entienden cualquier discrepancia como un ataque y responden con otro. La prensa, encantada de contradecir la advertencia do not feed the troll, alimenta la tensión y ofrece sus propios trolls -los Marhuenda, Inda y compañía– que intercambian exabruptos en las mal llamadas tertulias. La política se inspira en el hooliganismo futbolero y en la telebasura de máxima audiencia.
Desde los años 90, este formato de bajo coste y alto retorno de inversión, basado en famosos de baja estofa, ha influido notablemente en cualquier forma de debate dentro y fuera de la pequeña pantalla. Crónicas marcianas, Tómbola, Gran hermano, El Gato al agua, Sálvame, El chiringuito de jugones… Más de veinte años de troleo en prime time, siempre con un gran share asegurado. El público aplaude a celebrities y tertulianos cuya hostilidad en busca de una respuesta emocional negativa en el adversario es toda una inspiración para el troll de internet, que en las redes sociales cuenta con un añadido extra: el anonimato.
Twitter, 4chan, Reddit, Menéame, YouTube, Forocoches o las cavernas de la deep web permiten expresar las posturas más extremas y agresivas con total impunidad. Oculto tras un nickname puedes llamar a alguien rojo ateo comepollas o insultar a la viuda de un torero recién fallecido. Un estudio realizado sobre internautas, por el departamento de psicología de la Universidad de Manitoba (Canadá), llegó a la conclusión de que los trolls suelen presentar todos los signos de la llamada tétrada oscura de la personalidad, un conjunto de rasgos que combina sadismo, narcisismo, psicopatía y maquiavelismo. A menudo suelen parecer fascinantes a primera vista, pero pronto se revelan como manipuladores, egoístas y sin empatía.
Esta tétrada oscura aflora en internet gracias al llamado efecto de desinhibición online: la manera en que la gente se comporta con menos restricciones que en la vida real. Actúan como si en efecto se encontrasen fuera de la realidad, construyen a su antojo su propia identidad en incluso la de su interlocutor, aparecen y desaparecen tras lanzar sus dardos y no sienten que haya una autoridad que regule su comportamiento. Perfecto para decirle a tu vecino -o a George Clooney– todo lo que no te atreverías a decirle en su cara.
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Sin embargo, los tiempos del troll anónimo parecen llegar a su fin. Como decíamos al principio, vivimos en un mundo de trolls muy mediáticos y su troleo encuentra recompensa: más audiencia, más hinchas, más votantes. Como en la televisión o en la radio, en internet los trolls también buscan reconocimiento. De acuerdo a una investigación de la Universidad de Zúrich (Suiza), los trolls son más agresivos cuando no son anónimos que cuando lo son.
Tras observar las publicaciones en línea de una plataforma de medios de comunicación alemana entre 2010 y 2013, en el que se revisaron 532.197 comentarios de unas 1.600 personas, se constató que la mayoría de estos provenían de los autores con identificación. Como decíamos al hablar de la tétrada oscura, los trolls son narcisistas y prefieren contar con una identidad clara porque sus followers respaldan y aplauden su maldad. Todos sueñan con ser José Mourinho en el estadio Bernabéu.
En definitiva, el mundo troll cuenta con sus propios líderes de opinión, reconocibles y reconocidos. Un buen ejemplo es el famoso Milo Yiannopoulos, periodista británico de origen griego que, escudado en la defensa de la libertad de expresión, lanza en internet ataques agresivos contra el feminismo, el islam, la izquierda y casi cualquier cosa que se mueva. Su última víctima ha sido la actriz Leslie Jones, protagonista de la nueva Cazafantasmas.
Como un verdadero influencer del mal, Yiannopoulos llamó a sus 335.000 followers a boicotear la película y a atacar a su protagonista, por el simple hecho de ser mujer y negra. Jones cometió la osadía de responder a Yiannopoulos, quien la empujó a abandonar la red social. Finalmente Twitter tomó cartas en el asunto y expulsó al troll de la plataforma, aunque lamentablemente aún cuenta con sus propias plataformas online, aparte de ser un habitual conferenciante en universidades de Estados Unidos. No sorprende que Milo Yiannopoulos sea uno de los grandes valedores de Donald Trump, el verdadero Rey Troll.
¿Cómo combatir esta trolización de la sociedad? Desde luego, no convirtiéndose en “cazador de trolls”. Así es como se denomina a esos usuarios que no inician un conflicto, pero lo intensifican en cuanto empieza. Castigan a los trolls con un comportamiento similar, es decir, son trolls ellos mismos, son parte del problema. La verdadera solución comienza en la escuela, donde surgen los primeros trolls y comienza esa disociación que lleva a creer que internet no se rige por las mismas normas que el mundo real.
Según el Instituto Nacional de Estadística, los niños comienzan a navegar por internet antes de los 10 años. Una encuesta del Ministerio del Interior añade que el 19% de ellos tiene creado un perfil en una red social, aunque la edad mínima de acceso estipulada son los 14 años. A los 13 años, muchos de ellos han sufrido algún tipo de ciberacoso: insultos, rumores dañinos, exclusión del grupo, fotos difundidas en las redes sociales… En muchas ocasiones, el acosador lo es porque no conoce otra forma de defenderse en estos medios. Seguro que no ayuda que en las franjas horarias en las que antes se emitían Campeones o Power Ranger, ahora se emitan Mujeres, Hombres y Viceversa o Sálvame, donde se imparten clases magistrales de troleo.
El ciberbullying se combate ofreciendo a profesores, padres y escolares más información y herramientas de defensa. Asimismo, imponiendo mayores controles de acceso a las plataformas, filtrando mensajes maliciosos y sancionando a los usuarios indeseables. Pero también, como decíamos al principio, mirando más allá de internet. Hay que cambiar la televisión y, para hacerlo, hay que cambiar a los espectadores. Decía Lope de Vega en su ensayo Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo que como [las comedias] las paga el vulgo, es justo / hablarle al vulgo en necio para darle gusto y esto valía tanto en 1609 como ahora.
Telecinco solo es culpable de explotar un terreno que han abonado los ministros de Educación, pero si formamos a ciudadanos más exigentes y críticos, la telebasura solo inspirará rechazo y los trolls, se llamen Kiko Matamoros o Milo Yiannopoulos, tendrán los días contados.
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