De las malas influencias, las peores son las que nunca has conocido. Tras la muerte de Kurt Cobain el 5 de abril de 1994, se esperaba un tsunami de suicidios juveniles que al final no fue para tanto. El líder de Nirvana no hizo mucho por glorificar directamente el estrellato y las drogas, y su muerte pudo incluso tener un efecto benéfico en este sentido, pero personalmente no era ajeno a ese brillo: al parecer, su introducción a la heroína y a Courtney Love (años después) tuvo mucho que ver con la imitación de héroes malditos.
Everett True, que en estas cosas es su biógrafo más fiable (no así en los vuelos más espirituales del personaje), afirma que el descenso a la heroína de Cobain fue debido principalmente a su glamour sórdido, su asociación con estrellas de rock como Iggy Pop. El mismo motivo que, entre otros, listaba el artista en la biografía “oficial” Come as You Are. Kurt se miraba en Iggy, en Keith Richards, Sid y Nancy, Bonnie y Clyde… Una lista que casi da vergüenza reconocer en público, por resabida. El plan que habría formulado una vez a Courtney: Conseguir tres millones de dólares y luego ser un yonqui.
Circula todavía la persistente hipótesis de que esta personalidad autodestructiva no se mató, la mataron. Es fascinante ver como el padre de Courtney, principal sospechosa, acusa en un libro autopublicado a una hija que le hace el vacío. O que el detective contratado para encontrar a Kurt ahora gane notoriedad de este modo. Pese a las apariencias, quizá no sean tan distintos a ese ebrio provocador punki, El Duce, que salió proclamando que le ofrecieron a él el trabajo. (Y que, para gozo de los conspiracionistas, murió en un aparente accidente días después de “confesar” en una entrevista que tardaría más de un año en emitirse).
Los proponentes del asesinato suelen atenuar o distorsionar cuanto podemos saber del tremendo drama humano de los últimos meses de Kurt Cobain. El hecho de que, aunque hubiera sobrevivido a esa, no tenía tantas papeletas para haber sobrevivido a 1994, que en tres meses sumaba, además del “suicidio”, una rehabilitación fallida, una intervención grupal fallida, una amenaza de suicidio (en la que intervino la policía), un intento de suicidio y varias sobredosis. Sin contar la posibilidad de que hubiera sufrido daños cerebrales permanentes de la anterior sobredosis/suicidio fallido en Roma, como temía el bajista Krist Novoselić después de que se despidiera para siempre con un puñetazo.
La teoría del asesinato minimiza también la profundidad del nihilismo autocompasivo de Kurt Cobain, el fondo negro de destrucción que subyacía a esos valores tan celebrados de antirracismo, feminismo y nueva masculinidad. En giras vandálicas, Cobain se entretenía robando cosas, dejando un reguero de comida desperdiciada y de habitaciones de hotel destruidas (más el apartamento de un fan), por no hablar de ese abandono escénico donde podía dislocarse el hombro saltando a la batería o escupir sangre de puro gritar, o de la aniquilación ritual de los instrumentos al final del espectáculo. Por todo ello Cobain sigue siendo un inmortal faro para los adolescentes de todos los tiempos, porque no había perdido ese agitado teen spirit, aunque estuviera ya más cerca de los treinta que de los diecisiete.
Otro rasgo que aproxima a Cobain al adolescente de ayer y hoy es la mitomanía. Es decir, su elitismo estético, tribalismo cancelador aprendido en la subcultura calvinista de Olympia, WA. Sus gustos son una curada discografía de lo alternativo de aquellos años. Presunta intransigencia punk que entraba en contradicción frontal con el ansiado éxito de masas, pero que bastaba para creérselo cuando salía en la MTV lamentándose de salir demasiado en la MTV, como si ahí te llamaran al azar… Parece seguro decir que, si no hubiera buscado los laureles del rock, Nirvana se habría contentado con ser el grupo underground que tenía en las venas, y no el grupo que llevó una estética underground a los charts.
Hablamos de una firme creencia en selectos referentes contraculturales, que incluía los Burroughs, los Sid Vicious y otros santitos que embellecían las drogas, pese a que el motivo oficial solía ser el tratamiento de unos terribles dolores de estómago que no estaba claro si eran causa o consecuencia de la heroína. Todo ello conformaba un panteón de dioses y demonios y Axl Rose, de buenos y malos que en realidad eran simplemente gente cool y cenizos. La estrella asediada que se enfurecía por la invasión de su vida privada había pasado años escudriñando las de sus ídolos, interiorizando el mandamiento de emular a aquellos mártires que se jodieron la vida.
Así era, así fue el rock, la tumba abierta más poblada a este lado del Estrecho. Menos mal que ahora está de capa caída y hacemos el perreo, no la guerra. El que crea en el libre albedrío verá un suicidio. Los más deterministas comprenderán que en realidad lo mataron, como a todos los suicidas. Nada que celebrar: el contemporáneo black metal, por ejemplo, tenía formas más interesantes de terminar de convertir el marchito rock en un culto a la muerte.
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