Este artículo tenía previsto ser una oda a la última temporada de The Walking Dead. En serio. Por fin habíamos visto una temporada con una regularidad aceptable, con destellos de grandeza y con una violencia descarnada, que de verdad afectaba a los personajes en maneras que nunca antes habíamos visto. Y, sin embargo, agarrado con fuerza a ese hilo de esperanza que todavía le debía a la serie, la season finale de esta sexta temporada ha sido un golpe bajo casi definitivo. Me ha molestado. Mucho. La serie de zombies de AMC ha puesto fin a su sexta temporada con un cliffhanger del tamaño de un pepino gigante, si es que eso tiene sentido.
No por el cliffhanger, ni mucho menos. Al fin y al cabo, The Walking Dead ha hecho lo que le ha salido del zombie desde que salvaran a Glenn de aquella manera tan despreciablemente tramposa en otoño del año pasado o escucháramos susurrar en fuera de plano ese estarás bien de Dwight a Daryl hace una semana. Pero esta sexta temporada ha contado con dos viajes de personajes en los que había apostado mucho de mi estabilidad emocional —los de Carol y Morgan.
Pensemos en ellos. Carol (impresionante Mellissa McBride) es el personaje más complejo de la serie. Con diferencia. Fue de los primeros del grupo protagonista en tomar decisiones drásticas por la supervivencia del resto, como cuando quemó a dos enfermos —un asesinato que Rick (Andrew Lincoln) dice ahora entender (y defender)—; y la única hasta ahora que ha lidiado con el asesinato a sangre fría de un menor —en aquel memorable episodio llamado “The Grove”.
Morgan (Lennie James), por otro lado, ha vivido siempre en un segundo plano al que los guionistas sólo se han acercado cuando han necesitado añadir algo de responsabilidad moral sobre los hombros de los protagonistas. Su también magnífico episodio de contexto, “Here’s Not Here”, ayudó así a dar forma a Morgan. Además, aquel fue un capítulo que luego complementaron los guionistas, con la intención de Morgan de repetir aquel esquema que le salvó a él y las imágenes en las que se veía a Morgan construir una cárcel en Alexandria.
En efecto, todo encajaba. Había coherencia. Bien.
En el (de nuevo) brillante episodio “The Same Boat”, en el que tres mujeres hacían prisioneras a Carol y Maggie (Lauren Cohan) —los únicos hombres en aquel capítulo son dados de baja rápidamente—, Carol daba las primeras muestras de duda en lo que refería a seguir matando gente. En ese sentido, las conversaciones entre Carol y Paula (Alicia Witt) encapsulaban muy bien el cambio de comportamiento de Carol. Por primera vez, el personaje podía verse reflejado en una mujer del grupo que Rick quería aniquilar y de ahí que le costara más apretar el gatillo definitivo.
Es en cambio más difícil comprender lo que ocurrió en el capítulo de la semana pasada, en el que Carol toma la decisión de pirarse de Alexandria porque está harta de matar gente. Evidentemente, y como ella bien debería saber, pocas millas le separan de lo que es inevitable en el universo en el que vive: si no matas, mueres tú. Así que Carol se carga a unos cuantos pipiolos con un truco muy de western y sigue con su escapada. Pues vale.
A la carrera tras ella van Rick y Morgan hasta que este último decide tomarse la empresa por su cuenta. En la season finale confluyen así dos de los viajes más potentes en materia de desarrollo de personajes de The Walking Dead: cuando Carol y Morgan se reencuentran y él trata de ayudarla y de convencerla para que vuelva a casa.
Malherida, y decidida a escapar de todo lo que conoce, Carol vuelve a la carretera sin avisar a Morgan y este tiene que acabar salvándola matando a un humano no-zombie por primera vez desde su rehabilitación en “Here’s Not Here”.
Sabiendo lo que sabemos de estos personajes, ¿de verdad los guionistas creían que no íbamos a ver lo torpe y tramposa que es toda esta patraña? ¿De verdad creían que esta era la mejor forma de dar por cerrado el círculo del Morgan pacifista? ¿De verdad creían que Carol tomaría tan pocas precauciones sólo porque decidió alejarse de su grupo de amigos/asesinos? Sinceramente, todo pinta a almendruco. Y me da igual.
Lo que sí parece que nos tiene que importar, claro, es saber a quién demonios se ha cargado Negan en el cierre de la season finale. La forma en la que The Walking Dead ha lidiado con la revelación del nuevo villano ha tenido también sus triquiñuelas, pero ha merecido mucho la pena. Jeffrey Dean Morgan está genial y cierra la temporada como era coherente hacerlo: como respuesta a la innecesaria y desatada violencia que el grupo de Rick había demostrado en sus últimas misiones: hombres quemados en hornos, soldados asesinados a cuchillo mientras dormían…
Todo suena bastante nazi (y así lo es), con lo que tiene sentido que Negan llegara a lo Brad Pitt en Malditos Bastardos, para dar algo de consecuencia a los crímenes de un grupo que, tiempo ha, rebasó la línea que les separaba del somos los buenos y el somos los malos. Buenos no son, lo que pasa es que nos caen mejor porque hemos pasado más tiempo con ellos.
Parte de ese tiempo ha servido para ver en el rostro de Rick la desesperación de un líder que sabe que ha perdido el control de la situación y que se muere por dentro, por cada segundo que pasa sin ser dueño de su destino. Pero luego la cámara pone primeros planos en el resto de contendientes y la única forma de responder a ellos es con incógnitas. ¿Qué sabemos realmente de Rosita, a la que sólo se le ha dado cierto protagonismo en los últimos tres capítulos? ¿Y de Eugene, que toma la decisión de dejar a Rosita de lado de forma bastante gratuita? ¿Cuánto hace que Sasha tiene la misma cara de estar a puntito de volarse los sesos sin que la serie vaya con ella? ¿Qué sabemos de Glenn salvo que sigue las comandas de Rick y quiere dejar un mundo mejor para Maggie?
The Walking Dead puede ahondar en esas incógnitas en episodios como “Here’s Not Here” o “The Same Boat”, mucho más concretos y mejor escritos. Lo que está claro es que en cuanto la serie aleja el plano para tomar imágenes más generales, entran en juego muchas más variables y todos los pasos en positivo acaban cayendo en desgracia. Carol y Morgan merecían un mejor final o, al menos, una continuidad postergada a la temporada que viene.
El problema es que como sigamos pasando tiempo con personajes tan erráticos y mal contados como estos, es posible que acabe dándonos bastante lo mismo quien quiera que haya fallecido esta noche. Total, los guionistas no tendrán problema en sacar algún otro conejito o ramo de flores de su chistera para arreglarlo. Y lo peor es que aplaudiremos, sí, pero con las ganas de un zombie atado a la falta de compromiso de una serie en decadencia.
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