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«El paciente inglés», deseos salvajes y anillos de fuego

En Cine y Series 15 noviembre, 2021

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Decían Johnny Cash y June Carter, que de eso de amores que queman sabían un rato, que el amor es una cosa ardiente y que «atado por el deseo salvaje, caí en un anillo de fuego. Pues bien, el personaje principal de El paciente inglés, que ni es inglés, ni nada paciente, y responde al rimbombante nombre de Laszlo de Almasy, ha sido consumido literalmente por el fuego del amor.

Empiezo con una canción, porque sé que su protagonista era un gran aficionado a ellas, no podía parar de tararearlas, y porque empezar hablando del Bósforo de Almasy hubiera sido demasiado obvio. ¿No saben lo que es el Bósforo de Almasy? Entonces no deberían seguir leyendo esta pieza, sino que primero deberían ver (o volver a ver) El paciente inglés, aunque si, aun así, se mueren de ganas por saberlo, sepan que el Bósforo de Almasy no se puede hallar en ningún mapa, ni territorio, ni país, aunque en esta película haya muchos de ellos, sino que se encuentra situado en el cuello de la persona amada y recibía el vulgar nombre de escotadura supraesternal a. de EPC., o lo que es lo mismo antes de El Paciente Inglés.

Esta película se estrenó un 15 de noviembre de 1996, hace ahora 25 años, y fue un éxito inmediato de crítica y público, logrando alzarse con nueve Oscars, mejor película y director incluidos, pero creo que tantos reconocimientos la acabaron matando (a pesar de que me encanta, sigo pensando que Fargo y los Coen se merecían los principales galardones de aquella edición). Se generó una especie de resentimiento contra la película que ha hecho que haya quedado olvidada o, peor aún, nombrada a la vez que esperpentos como Shakepeare in Love.

Pero tras revisitarla para escribir este artículo me he dado cuenta de que la película sigue resistiendo maravillosamente el paso del tiempo, no es Casablanca, evidentemente, pero puede mirar a los ojos sin complejo de inferioridad a Doctor Zhivago o Memorias de África, dos de las películas con las que más se la puede comparar. Evidentemente, El paciente inglés no es la obra de un maestro, como sí lo era Lean, pero sí la de un cuidadoso artesano que conoce a la perfección su oficio, Anthony Minghella, alguien que va pintando cuidadosamente cada trazo, enamorado completamente de su trabajo, como esos trazos pictóricos con los que se abre la película.

Puede que se hayan hecho películas románticas igualmente exuberantes y épicas desde El paciente inglés, pero su pasión, su personal adaptación de la novela de Michael Ondaatje (sin duda lo mejor de la carrera de Minghella), las interpretaciones de un reparto en absoluto estado de gracia (Ralph Fiennes como De Almasy, Kristin Scott Thomas como Katherine, Juliette Binoche como la enfermera Hana, Naveen Andrews como Kip y Willem Dafoe como Caravaggio, sin duda, el personaje peor perfilado del reparto), una fotografía espectacular a cargo de John Seale (el mismo que volvería al desierto en la espectacular Mad Max: Furia en la carretera) o su cuidada banda sonora, la siguen situando como la gran película romántica de su época, por encima de Titanic, como antes lo fueron Lo que el viento se llevó o la mencionada Doctor Zhivago.

Pero lo que la separa del resto, no son sus magníficos apartados técnicos, sino lo bien que sabe combinar lo épico con lo íntimo, lo romántico con lo contenido, sin caer nunca en el sentimentalismo más bobo. En el momento en el que Kristin Scott Thomas aparece en la habitación de Fiennes dispuesta a entregarse, lo primero que hace es darle una bofetada, antes de que esta se lo coma a besos. Y es que en todo momento saben que lo que hacen está mal, también, posiblemente, que los dos son unos egoístas absolutos a los que solo les importa ellos mismos. Por eso su amor duele, porque por primera vez, tienen a alguien por quien preocuparse, alguien a quien poseer y por el que ser poseído. Es evidente que la relación entre Binoche y Andrews está puesta para balancear esta y que su ligereza nos haga más llevadera la naturaleza trágica de la primera, pero no llega a ser estomagante del todo y no nos la cierran con las típicas campanas de boda sino con unos celebrados puntos suspensivos a la manera de Antes del amanecer

Pero, evidentemente, el corazón de la película está en la relación entre Almasy y Katherine, enseñándonos el poder transformativo del amor, cómo todo cambia cuando te toca y te abrasa, él empieza siendo un capullo egoísta, contestando a la pregunta de qué es lo que más odia con un seco La posesión, sentir que alguien me posee. Cuando te vayas debes olvidarme. Pero, entonces, se empieza a traicionar a sí mismo, empieza a plantar banderas en el cuerpo amado, los celos le consumen y no puede soportar la visión de una mano extranjera tocando su querido Bósforo de Almansy, sin darse cuenta de que al peligroso juego del amor y la posesión juegan todos, aunque sea un esposo bufón al que apenas has dedicado un segundo de tu pensamiento. Las guerras que se libran por amor son tan impúdicas, bárbaras e injustas como todas las demás.

El marco de la II Guerra Mundial no es casual, aunque a diferencia de Lean, Minghella no la aprovecha para algunas escenas épicas, y es que en el momento en el que las naciones luchan, los personajes principales se dan cuentas de que son apátridas, como todos aquellos que están enamorados de algo más que de un pañuelo ondeando o un trozo de tierra. Ni Laszlo ni Katherine beben especialmente alcohol en esta película, pero cualquiera de los dos estaría de acuerdo con la respuesta de Bogart ante la pregunta de ¿cuál es su nacionalidad? Soy borracho, aunque en su caso estén borrachos de amor y sean incapaces del sacrificio final o de iniciar «una gran amistad» después de quemarse en su anillo de amor. A pesar de que, por una vez en la historia, la II Guerra Mundial fue una de las pocas guerras donde estaba claro, no tanto donde estaban los buenos, pero, desde, luego cuál era el bando en el que estaban los malos.

Las guerras que se libran por amor son tan impúdicas, bárbaras e injustas como todas las demás.

Pero El paciente inglés nos pone de protagonista a un hombre cuyas acciones han hecho que se suicide su mejor amigo y que otro sea torturado cruelmente. Antes se podía hacer una superproducción así y gastarse millones de dólares en una película sobre amores, muchos de ellos imperfectos y egoístas, como los que nos muestra esta película, en la que el protagonista, que no héroe, se olvida tan literalmente del mundo que le rodea, más allá del amor que siente por una mujer, que es capaz de venderse a los mismísimos nazis. ¿Se imaginan una película de superhéroes en la que Iron Man dijera Que le den por culo al mundo, le diera lo que sea que necesitara Thanos y él se fuera a llorar a su amada muerta sin que le importe un bledo (como a Rhett Buttler) todo lo demás?

Pues en El Paciente inglés los dos protagonistas son seres profundamente imperfectos y egoístas, bastante opuestos a la bondadosa Hana (buscando curar sus heridas internas curando las externas de otros) o al heroico Kip, quizás por ello su amor queme más y sea más ardiente, porque no hay nada fuera de él, ni patria, ni Dios, ni tierra, ni libertad, ni nada. Solo una enorme bola de fuego que quema como el sol del desierto.

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