Para su última película, Roman Polanski ha contado con Ewa Piaskowska y Jerzy Skolimowsky (Eo, 2022) como guionistas, o mejor dicho, partners in crime, literalmente. The Palace, estrenada en el 80º Festival de Venecia, cuatro años después de El oficial y el espía (2019), película colmada en su día de galardones —entre ellos los César a Mejor director y película—, se ha llevado a cabo como coproducción de Italia, Suiza, Italia y Francia. Tras la cancelación de que ha sido objeto, a pesar del valor artístico de su filmografía, sorprende que la que puede ser su obra postrera sea una comedia de sal gorda y mal gusto, en lugar de un contundente testamento, duro y amargo. Quizá nos encontremos ante ambas cosas, ya que The Palace ajusta cuentas, sin conceder a sus salvajemente caricaturizados personajes ni una pizca de dignidad, en un festín ramplón, grosero, escatológico y poco original. Director y guionistas han demostrado aquí tanta habilidad para el espanto de vergüenza ajena como para crear obras maestras en el pasado. Si el director tiene dificultades para producir sus películas tras el aluvión de reproches y denuncias por su vida privada, tenemos más motivos para creer que esta película puede ser su despedida con un ostensible corte de mangas. Un mutis en forma de charada que no en vano ambienta en el cambio de milenio, en un mundo que no se acaba, solo va a peor.
Polanski nos sitúa en la nochevieja de 1999, en un hotel de lujo en Suiza, habitado por una pléyade de millonarios y una legión de empleados encabezados por un director obsequioso (Oliver Masucci), ultraconsciente de que el cliente siempre tiene la razón. Entre los personajes, encontramos a una marquesa francesa (Fanny Ardant) que alimenta a su perro con caviar; una banda de rusos con negocios turbios —absortos ante el relevo televisado de Yeltsin por Putin—, que incluye a un embajador; un estafador (Mickey Rourke autoparodiándose y mostrando su calva); un matrimonio de octogenario (John Cleese) y veinteañera (Bronwyn James); un actor maduro superdotado (el director, actor y productor Luca Barbareschi, uno de los valedores del filme en el Lido), y un cirujano plástico (Joaquim de Almeida) rodeado por un sinfín de ancianas reconfiguradas en quirófano, lideradas por una Sydne Rome literalmente irreconocible, sin olvidar a otro estereotipo: el fontanero siempre predispuesto.
La caricatura y la deformación imbuyen toda la película, que es una pantomima sin filtro estético ni intelectual, una charada que podrían haber representado los Polanski en su chalet de Gstaad, para entretener a sus invitados, incluyendo la autocita de Chinatown (1974). The Palace no hace reír ni reflexionar, no es una comedia negra, aunque pretenda hacer humor de la muerte, ni es El triángulo de la tristeza (Ruben Östlund, 2022), porque no hay rebelión de proletarios, lo que Polanski muestra es que tampoco hay esperanza de redención para una sociedad de momias vivientes, que se perpetúa con pequeñas variaciones, de generación en generación, y que el director conoce tan bien como su guionista, con quien se reúne 61 años después de su debut con El cuchillo en el agua (1962). El cambio de milenio no renueva nada, lo muestra en esta oda a la hipocresía y la decadencia moral, proporcionalmente inversa a la lucha por evitar la física.
En este baile de vampiros no hay héroes, solo resignados sirvientes serviciales más allá del deber. Los rostros de tostados y estirados cutis no necesitan ser deformados por la óptica como los brujos vecinos de Rosemary, inclinados sobre la cuna del bebé satánico. Tan guiñolescos como vulgares en su falta de modales o principios y su culto al dinero, los huéspedes de The Palace se retratan a sí mismos, pero no hacen ninguna gracia. La negrura no está solo en la falta de chispa o maestría, en este caso es la misma galería de monstruos la que nos debería asustar, como en un especial de Nochevieja en televisión.
La visión de The Palace no es fácil, sobre todo para los admiradores de Polanski, porque la sensación no es equivalente a la de ver Basada en hechos reales (2017), La novena puerta (1999) o cualquiera de las películas que podemos considerar menos valoradas del director y que nos han mantenido con la esperanza de que la siguiente sea mejor. Sin embargo, una vez superado el rechazo visceral ante una obra que ha obtenido un 0% en Rotten Tomatoes, nuestra mente nos sorprende recordando ¿Qué? (1972) y no solo por compartir el desprecio de público y crítica, justo antes de dirigir Chinatown. Fue escrita por Gérard Brach, sí el mismo guionista de la magnífica Lunas de hiel (1992). Esperemos que The Palace no sea la última película de Roman Polanski, pero en cualquier caso, como canto del cisne, superaría al de Blake Edwards.
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