Griffin Dunne se ha entregado a la interpretación, la producción y la dirección desde sus inicios en la industria. A pesar de haber conocido la urdimbre de un negocio que reunía en casa de sus padres a las personalidades más rutilantes y haber crecido en un Hollywood que transicionaba hacia la modernidad, —donde no te impresiona que Sean Connery te saque de la piscina en la que comienzas a boquear, Elizabeth Montgomery (Embrujada) sea tu niñera, Tennessee Williams te agarre la entrepierna mientras sirves la mesa o que Natalie Wood sea la mejor amiga de tu madre—, siguió su vocación con una profesionalidad impecable. Consciente de que Crecí en el país de la fantasía, así que las cenas de fantasía para un matrimonio de fantasía tenían todo el sentido del mundo para nosotros, la madurez precoz de quienes crecen en la fábrica de los sueños fue parte de su aprendizaje y, probablemente, contribuyó a su visión de una industria en la que se inició sin falsas expectativas.
Una de esas cenas, una fiesta ideada por el patriarca Dominick —productor entre otras de Los chicos de la banda y Pánico en Needle Park (1971), cuyo guion firmaron su hermano John Gregory y su cuñada Joan Didion— fue un fastuoso y cuidadosamente organizado baile en blanco y negro, que celebraba su décimo aniversario de boda, y que supondría el canto del cisne de su matrimonio. A esta fiesta fue invitado Truman Capote, que a su vez no contaría con sus anfitriones para su propio evento que organizaría en 1966 en el Hotel Plaza y se consideraría la fiesta del siglo. Una idea robada en toda regla. La maldición tras ambas fiestas sería la caída en desgracia de sus anfitriones, el padre de Dunne cancelado por insultar a la poderosa agente Sue Mengers y el autor de La Côte Basque, por escribirla.
The Friday Afternoon Club: A Family Memoir (Penguin Press, 2024) es un relato de infancia, juventud e inicio a la madurez, donde Dunne se abre en canal, transmitiendo no solo su historia, sino una narración contextualizada, en la que el peso de su background va unido a la trama que recorre los diferentes episodios que marcaron su vida. A los 69 años, cuando han desaparecido gran parte de los personajes que influyeron en su camino, incluida Carrie Fisher, pero sobre todo miembros de su familia, Griffin Dunne echa la vista atrás para agrandar con su humildad el halo de buenrollismo que siempre ha desprendido un actor con el que el público ha reído y sufrido, cuyo papel en After Hours (Martin Scorsese, 1985) ha alcanzado la categoría de culto.
El propio actor lo explicó muy bien en la entrevista que mantuvimos con motivo del estreno de su última película Ex maridos: Vi que era perfecto para ese tipo de personaje que he sido, ya sabes, en un nivel u otro, un personaje chejoviano sin saberlo nunca, trágico y divertido, ridículo, pero muy, muy humano, sintiendo mucho, y simplemente siendo capaz de girar mis emociones para que pasen de una cosa a otra y, y reaccionar de manera diferente y de maneras inverosímiles.
La historia familiar del autor empapa cada episodio, directa o indirectamente, sobre todo a través de dolorosos acontecimientos, que admirablemente son descritos con sencillez y personalidad, como si a Dunne no le importara que le juzguemos, es como si afirmara: “Esta es mi vida y así era mi familia, y así es como hacíamos las cosas y manejábamos nuestros problemas”. La muerte, el crimen, el estigma sobre la identidad sexual, su exploración sin prejuicios, la enfermedad, los vaivenes financieros, atraviesan las páginas de The Friday Afternoon Club, sin que sintamos el victimismo o el sacrificio, pero sí el dolor y la voluntad de superarlo. Por contra, es la resiliencia, el sentido del humor, empezando por reírse de uno mismo y, por encima de todo, la profunda y amplia visión de la vida, que aprendió de sus padres, lo que dota a la obra de una veracidad, resistente a la crítica o el prejuicio. Lo que no obsta para que las prolongadas rencillas fraternales o los secretos más o menos escondidos tengan su lugar, como en las mejores familias.
El título de la obra es el nombre de una reunión semanal que en la casita de la piscina convocaba su hermana Dominique, con sus compañeros de clase de interpretación. En el jardín trasero bebían y celebraban hasta la noche, entre los asistentes se contaban George Clooney y Miguel Ferrer, que se iniciaban en el oficio, y Tim Hutton, que acababa de ganar un Oscar con Gente corriente (Robert Redford, 1980). La única hija de Dominick y Ellen (Lenny) Beatriz Dunne despuntaba ya en las pantallas del cine y la televisión, donde había participado en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) y la serie Hart y Hart. La anfitriona del Club de los viernes por la tarde fue víctima del mayor drama que marca la historia de Griffin Dunne y su familia: su estrangulamiento en 1982, a los 22 años, a manos de su novio, John Sweeny.
A través del relato de un dotado narrador, aparece el Hollywood de los setenta y ochenta, el nacimiento de nuevas estrellas, la propia lucha por conseguir un lugar en la industria, cuando aún no se calificaba a los hijos de las celebridades de nepo babies, sin ahorrarnos reflexiones sobre la construcción de una identidad propia en un entorno de egolatría y también de doblez: Mi frágil identidad en aquella época estaba ligada a un padre que no sabía lanzar a tercera y me regaló dos caniches franceses con nombres de homosexuales famosos. Lo que yo anhelaba en secreto era tener un padre como mi impulsivo tío. Tardé muchos años en comprender lo que significaba ser un hombre, y para entonces me di cuenta de que siempre había sido criado por uno.
Dunne relata, sin anticipación ni omnisciencia, la evolución que experimenta la relación paterno-filial, que la madurez abre a nuevos ámbitos de comprensión y entendimiento, facilitados por la toma de conciencia de su padre, su sobriedad deliberada y renacimiento personal. La pérdida real y la pérdida emocional, representada por el largo distanciamiento entre su padre y su tío, obligan al autor a realizar un equilibrio de lealtades, en el que el cariño y la empatía esquivan los reproches y la necesidad de tomar partido. Cuando se inició el juicio contra Sweeny, John Gregory y Joan partieron a Europa con su hija Quintana, para evitarle una experiencia traumática, en el caso de que se viera obligada a testificar.
Este abandono, junto al hecho de que esta rama de los Dunne continuara frecuentando el restaurante donde el asesino de su sobrina trabajó de sous chef —y que el resto de la familia vivió como una imperdonable falta de apoyo—, ahondó más la brecha entre los hermanos. Sin embargo, Griffin siguió relacionándose con ellos en cuanto regresaron de su exilio/deserción hasta su fallecimiento, llegando a dirigir un respetuoso e íntimo, admirable y emotivo documental, Joan Didion: El centro cederá (Joan Didion: The Center Will Not Hold, 2017), que incluía el propio drama de los otros Dunne: la prematura muerte en 2005 de su única hija, a los 39 años, por las complicaciones de una neumonía.
Esa no sería la única prueba a la que se enfrentará Griffin, pues a lo largo del proceso judicial —al que el actor acudía mientras rodaba una película, apoyado por fieles amigos como Timothy Leary, que le regaló LSD empapado en una hoja de papel—, Tina Brown, editora de Vanity Fair, sugiere a su padre que escriba un diario del juicio, para convertirlo en un reportaje para la revista. [Mi padre] parecía demasiado dispuesto a utilizar el juicio de Dominique como trampolín para su propia metamorfosis de mediana edad. Una decisión a la que objetó el resto de la familia no deseando exponer el dolor y su intimidad. Finalmente, una vez más, prefieren contemporizar y ello significa el inicio de una nueva y exitosa carrera para el patriarca de los Dunne, quien en los noventa e inicio del nuevo milenio dejaría para la posteridad memorables y refinadas crónicas negras, como la del proceso a O.J. Simpson. Como reconoce el autor: Mi tía Joan tenía un aforismo que yo aprendería por las malas: “Un escritor siempre está vendiendo a alguien”.
Y este no sería el único crimen que viviría tan cerca, ya que una de las personas asesinadas por la familia Manson en Cielo Drive Era amigo de mi padre y lo había conocido casi toda mi vida. Jay Sebring le cortaba el pelo a papá, como hacía con los hombres más famosos de Hollywood, y los sábados, uno de nuestros recados padre-hijo era pasar por la peluquería de Jay, en el 9000 de Sunset.
En las páginas de The Friday Afternoon Club también hay (y mucho) espacio para las alegrías del trabajo, las amistades profundas y las reflexiones sobre el amor y el sexo, como esta lapidaria definición de las relaciones homosexuales en el internado: El sistema de mariconeo sirvió de rueda de entrenamiento para futuros déspotas que un día gobernarían impunemente sus corporaciones o escaños en el gobierno. Entre todas, la relación que más nos impacta por su dimensión fue la que Griffin Dunne mantuvo con Carrie Fisher y que el autor narra con respeto, pero sin ahorrar algunos detalles que traslucen la intimidad que les unió. Si el autor se hubiera limitado a un dropping names y anécdotas nos encontraríamos ante una lectura seductora, como tantas otras, que no dejan huella, pero su particularidad es su mirada aguda y por lo que parece muy sincera, donde la capacidad de reírse de sí mismo y desvelar embarazosas situaciones nos dice tanto de la personalidad del polifacético cineasta como del hecho de que ocurrieran y la forma cómo se vivieron.
La familia Dunne fue desgraciada a su propia manera, la enfermedad degenerativa, los desórdenes mentales, la muerte, la hipocresía sexual a la que obligaban los tiempos les persiguió, pero tanto como la creatividad, la fuerza para unirse en las peores circunstancias y, sobre todo, para perdonarse —la reconciliación de Dominick y John Gregory es puro humor inglés. El relato está repleto de matizaciones implícitas, sobre todo en el retrato de su padre, singular, detallado, que no huye de la complejidad y la perspectiva que adquiere el autor con el tiempo, que es lo único que da sentido a la vida. Vivir para comprender que el mundo no es justo ni injusto, que los asesinos a veces salen bien librados y los inocentes no tienen oportunidades.
Al fondo de las historias hilarantes o trágicas, vicisitudes y tropiezos, no se aprecia un poso de amargura o rencor, sino un estoicismo natural, una ética que celebra la vida con honestidad y perdón, empezando por el propio autor. Las memorias familiares que narra Dunne terminan a los 36 años, con el nacimiento de su única hija, Hannah, fruto de su matrimonio de seis años con la actriz Carey Lowell. Un final coherente y vital acorde a una de las citas que el autor tiene más presentes: Años más tarde, encontré una cita de Martha Graham a Agnes de Mille que todavía está clavada en la pizarra de mi despacho. La leo para inspirarme y sentirme seguro de mí mismo, y como penitencia si pierdo otra oportunidad de aprender de alguien: “Hay una vitalidad, una fuerza vital, una energía, una aceleración que se traduce a través de ti en acción, y como sólo hay uno como tú en todo el tiempo, esta expresión es única. Y si la bloqueas, no existirá a través de cualquier otro medio y se perderá.
Foto de cabecera: “Llevé a Carrie y Mark Hamill a una fiesta en casa de Earl y Camilla McGrath la semana del estreno de Star Wars”. Cortesía de la familia McGrath.
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