(Spoilers de la tercera y última temporada de The Fall)
Hipnosis. Incluso cuando el personaje de Gibson abre un sobre de algún gasto doméstico aleatorio en el último capítulo de la serie, The Fall te tiene completamente hipnotizado. Es un poder que la producción de Allan Cubitt ha ganado a base de afinar la trascendencia dramática de sus personajes, quienes siempre parecen estar al borde del colapso definitivo pese a que no siempre se conozca el funcionamiento de sus psiques.
The Fall nunca contó con contextos definitorios de sus protagonistas. Ocultos los pasados del asesino en serie o de la detective que lideran la función, quedaba sólo ceder ante sus poderes magnéticos; talento interpretativo y atractivo físico mediante. Quien no se sintiera seducido por las miradas sostenidas de Paul Spector (Jamie Dornan) o los labios en guardia de Stella Gibson (Gillian Anderson) es probable que nunca llegue al final de la serie. Al fin y al cabo, The Fall es una bestia dormida gracias al críptico hilo macabro-sexual que une a los dos protagonistas.
Es por eso que, ante la ausencia de sexo, son los estallidos de violencia los momentos en los que la serie coge aire. Paul puede ser un asesino, pero es tan pesada la constricción a la que está sometida la serie que son sus desahogos homicidas los únicos que permiten descansar y dejarse llevar. Incluso en los instantes previos a su último aliento, y mientras se lleva la vida de otra víctima, mientras la ahoga con un cinturón, es donde el espectador se puede permitir respirar; una paradoja ciertamente siniestra. Es ahí cuando The Fall ha conseguido ser un portento verdaderamente espeluznante —en su pornografía.
A ello falta sumarle la obsesión del cazador por su presa. La atracción de Gibson por Paul (y viceversa) salta desde la pantalla hacia afuera y convierte al asesino en el protagonista de un estudio del que uno se queda prendado. Porque con el desconocimiento de su procedencia, intenciones o humanidad, el enigma de Paul Spector es casi completo. Lo único certero es, de nuevo, su talento interpretativo y su atractivo físico; tanto de actor como de personaje. ¿Por qué no iba a quedarse uno absorto tan solo mirando?
Pero la mirada frágil de Paul, respondida con esa cámara que levita y le observa siempre con fascinación, está en la tercera temporada más muerta que nunca. Incluso en sus momentos de mayor exposición ante la debacle de ser pillado, los ojos de Paul no despistan: los restos de su humanidad hace tiempo que se extinguieron. Con ello y con el contexto de esa moqueta bañada en esperma y los paralelismos de ira del personaje de Katie, las medio-conclusiones son suficientes como para que la tensión vaya en el tramo final sólo ligada a la imprevisibilidad de Paul. Ya no fascina, ya no absorbe, sólo queda acompañarle hasta la muerte.
El souvenir de Paul que Gibson pega en su nevera en la última escena, un billete que reza He that loves not abides in death [El que no ama permanece en muerte], es sólo el certificado de que toca alejarse de la oscuridad contagiosa de Paul. Su hipnosis ha durado tres temporadas, pero ya es hora de que alguien encienda la luz. Gracias por arreglar los plomos, Gibson. Sienta bien estar de vuelta.
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