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Tensión sexual rock no resuelta

En Música 20 marzo, 2019

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Se dice que la tensión sexual no resuelta, ese tópico de tantas series y películas, es esa irremediable atracción hacia otra persona que, por un motivo o por otro, no termina de consumarse. En el mundo de la música, y ya sea por parte de parejas sentimentales más que estables (o inestables, que desde luego que las hay) u otras en las que tan solo hay una buena amistad, son muchos los dúos mixtos cuyo magnetismo radica –aparte de en sus canciones, lo más importante– en la dialéctica mujer/hombre.

Una relación de la que emanan (muchas veces) chispazos, y que cobra especial relevancia en aquellos géneros propensos a una sensualidad descarnada: el rock de cierto voltaje sexual o el pop electrónico más descarado y nocturno. También podríamos hablar de la larga tradición de parejas synth pop (Yazoo, Everything But The Girl), pero hemos preferido no irnos tan atrás en el tiempo.

Así que aprovechando la vuelta de Royal Trux, una de esas parejas que gustan de vivir siempre al límite (y una excusa como otra cualquiera para abordar esta cuestión: hay que reconocerlo), abordamos diez nombres más que significativos. Diez parejas en las que la atracción de polos opuestos emite una electricidad de la que su música se beneficia. Y de qué manera.

#1 Royal Trux

La mugre y la furia: Jennifer Herrema y Neil Michael Hagerty llevan más de tres décadas explotando las posibilidades de fusión y fisión del punk, el garage rock, el blues, el noise y el rock sureño en canciones desvencijadas e indómitas. Ella llegó a ser modelo, él venía de los seminales Pussy Galore. Se juntaron en Washington DC, y desde entonces han tenido una carrera intermitente que parece haber recobrado el pulso en los últimos dos años.

Viven al borde del precipicio: su paso por el Primavera Sound de hace un par de años no pudo ser más desangelado, y en una reciente entrevista con The Guardian anunciaban que el recién publicado White Stuff (Domino/Music As Usual, 2019) podría ser su último disco. Aunque con los pasotes que se marcan con sustancias de toda clase, cualquiera sabe. El caso es que el disco no está nada mal.

#2 The Kills

Pocas parejas han sacado mejor rédito a la tensión sexual sobre un escenario que la que forman los norteamericanos Alison Mosshart y Jamie Hince. Si en disco rara vez fallan, en directo son un auténtico espectáculo. Valió la pena (y de qué forma) sacrificar al menos media hora del plúmbeo show de los delirantes Muse en el FIB de hace tres años para volver a dejarse sacudir por su descarga de electricidad, realzada por el imponente carisma escénico de Mosshart.

Con ellos, el rock vuelve a sonar tan afilado como el bisel de una navaja de Albacete. Eso sí, se lo toman con calma: discos cada tres o cuatro años, y –de momento– sin novedad en el frente.

#3 The White Stripes

No falla: son la banda a la que cualquier dúo formado por batería y guitarra (+voz) serán siempre comparados, ya sean sus dos mitades del mismo o de distinto género. Durante mucho tiempo se especuló sobre si Jack White y Meg White eran hermanos o pareja. Fue lo segundo, y tampoco durante todos los años que duró su férrea alianza creativa, entre 1997 y 2011. Trituraron el blues y el rock de garage hasta convertirlo en una fórmula prácticamente nueva, inteligentemente filtrada a través de una dualidad estética muy resultona: aquel minimalismo en blanco y rojo.

Los de Detroit fueron heraldos de aquella vuelta al rock más agreste que fermentó a principios de los 2000 (The Strokes, Black Rebel Motorcycle Club, The Hives), dejaron una discografía ejemplar y un himno que ha perdurado, convenientemente customizado y desprovisto de letra (la fácil onomatopeya del lolololo) en cientos de celebraciones deportivas. Luego emprendieron caminos separados.

#4 Crystal Castles

Los canadienses Ethan Kath y Alice Glass pulieron un pop electrónico sucio, sexy y desafiante, con reminiscencias punk, antes de acabar tirándose los trastos a la cabeza. Fueron una de las grandes sensaciones allá por 2008, 2009 y 2010, tanto por unos discos infecciosos como por sus intimidantes directos, de una intensidad casi hiriente.

Luego, Alice huyó por piernas e incluso acusó a Kath de abuso sexual, mental y físico, a lo que este respondió con una demanda por difamación que no prosperó. También se buscó una nueva vocalista, Edith Frances, pero la química ya no era la misma, y sus canciones (lógicamente) se resintieron, aunque la marca aún aguante en pie.

#5 Beach House

Otra sombra recurrente: den con una mujer con teclado electrónico al frente y declamando melodías etéreas: comparación con Beach House al canto. No lo duden. Venga o no venga a cuento. El caso es que Victoria Legrand y Alex Scally llevan más de una década retorciendo (con mayor pericia y hondura de las que muchos les aventurábamos entonces) todas y cada una de las posibilidades de ese pop ensoñador que, mirándose en el espejo de los Cocteau Twins y parte del catálogo 4AD, sabe sonar imperiosamente actual. El fabuloso 7 (Sub Pop/Popstock!), uno de los mejores álbumes del año pasado, es la prueba más reciente.

#6 Niña Coyote Eta Chico Tornado

Stoner rock de alto octanaje el que practican los donostiarras Koldo Soret y Úrsula Strong. Del que en directo no hace prisioneros. Intenso, granítico, irredento. Su nuevo trabajo, con la asistencia de Ricky Falkner y Jordi Mora, tampoco renuncia a devaneos de psicodelia ni a la siempre socorrida relectura del catecismo de los Stooges. Si alguna vez pasan por una sala que les pille cerca, hagan el favor de no perdérselos.

#7 Sleigh Bells

Surgieron prácticamente de la misma hornada que los Crystal Castles, pregonando un discurso igualmente angustiado y claustrofóbico, muy del cambio de década y de los rigores del crack económico del 2008, pero aunque no arañaron la misma popularidad que ellos, sí han mantenido al menos la estabilidad personal y creativa.

A los neoyorquinos Alexis Krauss y Derek Miller no se les hace ya demasiado caso, dejaron de ser algo parecido a un hype. Da la impresión de que perdieron el paso a los tiempos. Pero su forma de combinar guitarras cortantes, ritmos electrónicos –incluso prestados del hip hop– y melodías malévolamente dulces aún mantiene bien el tipo, como probaron hace un par de años en Kid Kruschev (Torn Clean, 2017).

#8 Goldfrapp

La londinense Alison Goldfrapp y el bristoliano Will Gregory forman una de las alianzas más estables y fructíferas de la música pop contemporánea. Y ni siquiera han necesitado trabar una relación de pareja, entre otras cosas porque ella se declara homosexual y él no.

Con ello quizá desmentimos la premisa titular, pero ¿qué es el pop, o cualquier tipo de arte, sino una gran ficción? Su música ha transitado de las seductoras y cinemáticas atmósferas de sus primeros discos, de una gelidez aún deudora del downtewmpo y del trip hop, hasta el irresistible pop electrónico de la actualidad, tan proclive al bailoteo. Y siguen convenciendo.

#9 Ex Fan

Los castellonenses Pat Escoin (Los Romeos, Lula) y Tommy Ramos (Depressing Claim) empezaron a compartir ensayos y canciones en un cuarteto, Los Amantes, que finalmente se quedó tan solo en ellos dos. Así que, haciendo de la necesidad virtud, decidieron rebautizar el proyecto, y estrenarlo recientemente como Ex Fan.

Son otro power duo de batería y guitarra (+voz) que retiene algunas de las propiedades de sus proyectos anteriores, unidas bajo el denonimador común del pop y el rock vitaminados y concisos. Su tarjeta de presentación en largo es un reciente álbum homónimo.

#10 Wye Oak

La pareja formada por Jenn Wasner y Andy Stack procede de Baltimore, al igual que Beach House. Y llevan más de una década facturando discos de pop imaginativo, entre la tradición indie norteamericana (esos chispazos noise) y unas interferencias electrónicas que dotan a su sonido de un factor distintivo.

Son uno de los secretos mejor guardados del panorama independiente norteamericano. Una banda de culto: el guitarrista de los plácidos The Parson Red Heads llevaba una camiseta suya en su última gira por España. Y cada álbum que editan es un poco mejor que el anterior. Escuchen The Louder I Call, The Faster It Runs (Merge/Popstock!, 2018) o cualquiera de sus anteriores entregas, si no se lo creen.

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