El tercer largometraje del actor —recordamos su interpretación de Nightingale en la última obra maestra de Kubrick, Eyes Wide Shut—y realizador Todd Field supone su regreso tras la cámara dieciséis años después de la exitosa Little Children. Field es también el autor del guion de Tár, apellido de una exitosa directora de orquesta americana que, pese a ser aclamada por el mundo de la música clásica, tiene que enfrentarse día tras día tanto a diferentes dificultades profesionales como a las incertidumbres y a los fantasmas de su vida personal.
El retrato que Field nos entrega de Lydia Tár —una soberbia, aunque en algunos momentos algo recargada Cate Blanchett— vive entre una descripción de carácter realista—varios son los nombres así como la orquestas citadas que pertenecen efectivamente al mundo actual y pasado del entorno musical clásico— y otro que se entrega totalmente a la ficción. De hecho el éxito alcanzado por la directora, sus contratos para la Deutsche Grammophon, el glamour de su imagen pública, así como su influencia sobre orquestas renovadas con la Filarmónica de Berlín o de Nueva York son difíciles de encontrar, lamentablemente, en la carrera de las directoras de orquesta que vemos hoy en día.
Esta ambigüedad termina por influir en el desarrollo del argumento, sobre todo el que se refiere a los momentos que describen el trabajo de la directora, ya que a menudo la situaciones contadas caen en la trampa de insistir en estereotipos innecesarios, y a menudo nada verídicos, relacionados a la figura de los intérpretes del repertorio clásico; los caprichos, una gestualidad exagerada y totalmente innecesaria en la dirección de los conjuntos orquestales, así como la necesidad de la protagonista de encontrar un aislamiento que la aleje de la vida real.
Mejores son las partes dedicadas a la vida personal de Tár, las que se centran sobre todo en la descripción de sus obsesiones —muy logradas las que tiene a que ver con el sonido y el silencio— y a sus pasiones hacia las mujeres que la rodean. Sin embargo, el problema de la película es que pese a recoger de forma a veces muy cautivadora los indicios de un desasosiego existencial profundo, lo hace a menudo de manera demasiado alusiva, dejándonos solo indicios y nunca profundizando las razones íntimas de dichas inquietudes. Una lástima, ya que el material podía ser aprovechado de forma más cautivadora, sin además caer en el final cuya resolución resulta innecesariamente forzada, poco convincente y algo banal.
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