De la soledad del melómano en la sala de spinning, del hilo roto de Star Wars con el Reich y del divorcio en general, de cómo ET se arroja al mundo, Las Víctimas Civiles: últimos apuntes para una sociología lúdica del posfranquismo.
De niño tuve una novia sin brazos, amante del expresionismo abstracto, el onanismo platónico y el cine suciete de Vicente Aranda. Era soñadora, irreductible y bella y la naturaleza le había confiado, también por accidente y no para compensar, unas piernas largas, calientes y depiladas que a mí me gustaba comparar con una escultura de mármol depositada al pie de una chimenea.
Una nochebuena me engañó con un conocido emprendedor ligado hoy al think tank de Ciudadanos, sin brindarme al despedirse una caricia de tobillo, ni un salpicadito de Pollock, ni monsergas que no parecieran extraídas de un manual de coaching de El Corte Inglés.
Me recluí en la filosofía política, en el estilo propio y en la familia, pero pronto estos empezaron –cumpliendo las tesis de la primera Escuela de Frankfurt sobre el matrimonio como objeto de consumo y de la biología– a divorciarse, ponerse serios o morir. Desengañado y solo, desde entonces me agrada la filosofía renegada (de Kierkegaard a Rorty) la sociología desencantada (de Weber a Byung-Chul Han) la pintura figurativa, la literatura de Sebald, los films que amó Truffaut y vivo la Navidad como se viven los segundos matrimonios: particulares triunfos de la voluntad sobre la experiencia.
Trabajo, escucho baladas griegas y a la rockera del año (Courtney Barnett: A veces me siento y pienso y otra veces solo me siento) paseo, pienso, invento novias falsas con gustos raros o sin miembros, me siento, doy dinero a los pobres. Ya he visitado las exposiciones de Costant, Munch, Ingres y Grete Stern. Preparo mis clases desde las 06:00. Voy todos los días al cine y a Kowalski. Meo con mucho dolor. Apuro el último libro de Franzen (Purity), aún me río con su diatriba al narcisismo irresponsable de las redes sociales (el episodio-facebook), Ferlosio, José Calvo, Vonnegut, Olschnik, Edu Almiñana, Ana Elena Pena, un libro inédito sobre la libertad subjetiva en Hegel y Adorno y cuatro tesis sobre derecho penal. Organizo lecturas poéticas a las que nadie va. Apoyo a la revista Bostezo.
Mal Star Wars, mal El puente de los espías. La primera ñoña y la segunda consigue algo difícil o, como diría la pantalla de plasma en funciones, algo notable: hacer que una historia real parezca inverosímil. Estos días disfruté en los cines madrileños Renoir de Langosta, la mala baba del griego Lanthimos y una estupenda adaptación de Macbeth. Vi con unos amigos de la facultad a Kings of Convenience y con los del bar a Las Víctimas Civiles.
El dúo noruego empuja a llevar el pelo limpio y a luchar contra el desguace del Estado de bienestar, mientras que el grupo que tiene como frontman al inteligente poeta y filósofo Héctor Arnau, da ganas de bailar y de pensar.
Parte del éxito de la saga Star Wars radicó en el manejo del tiempo entre entregas, que coincidió con el tiempo entre costuras (tenía que decirlo así) de la juventud y la infancia, en el habilísimo desenlace abierto de El impero contraataca (gema de la serie), pero también en la reverberación, muchos, muchos años después, de los pasos asesinos del III Reich en las blancas suelas del Imperio (siempre me ha aterrado el nazismo y la primera vez que fui a Berlín occidental me puse a vomitar en la Friedrichstrasse). Me siento. Me siento y pienso en Courtney Barnett y en todo lo que nos perderemos al morir, pienso en Sharon van Etten y en la afinidad de la relación de Chewbacca-Solo con la que mantienen, entre el cinismo y la autosuficiencia respetuosa, los gatos y los detectives privados al modo Marlowe-Gould en The Long Goodbye de Robert Altman.
The Force Awakens se abandona a la emoción íntima del espectador, al guiño generacional y la trama (floja y llena de situaciones vistas) es incapaz de enganchar a alguien que se tome en serio la injusta admonición de Kant (Was ist Aufklärung?). El doblaje edulcorado de Oscar Isaac y, en general, el determinismo-light de sus personajes, tan caro a Las Correcciones-Franzen es, sin duda, una concesión, otra más, a la visión del mundo (Weltanschaung) del atormentado cerebro de Disney. ¡Que el poderío de la fuerza os acompañe!
Por acabar esta galáctica digresión diré que resulta para mí un misterio por qué, a diferencia de ET, los seres de Star Wars no parecen extraterrestres, ni siquiera Chewbacca, ese gato pelón. Mi historia preferida de extraterrestres es ET. Reverso cálido de Alien (arma biológica gelatinosa y dentuda), ET se nos muestra como un ser-ahí (dassein) acalabazado y dócil.
Fue Elliot, trasunto de todos los niños buenos del mundo, quien averiguó primero y con extraordinaria lucidez que no hay amigos como los que habitan en otra galaxia. Ellos, los ET, no envidian, ni emprenden, ni se llevan a la novia sin brazos de uno, ellos no votan a partidos corruptos, ni dicen «en relación a» o «poner en valor», ellos no levantan vallas con espinas ni disparan balas de goma a los hombres que quieren alcanzar la costa de la esperanza, ellos no aceptan sobres con dinero de mierda, ni entierran las colillas del cigarro en la arena de la playa, ni se sientan con Osborne en el sofá.
Como aquella película de Fleischer basada en la historia del prolífico Asimov, la nochebuena de la 1 resultó un viaje alucinante. Lucky Star, antes que el estupendo profesor que tuve en Filosofía de la inteligencia artificial, Enric Casaban, me enseñó valores y las leyes que rigen la robótica. Salía Raphael, las coreografías más casposas de la galaxia y toda una nómina de periodistas trasnochados bailando, torpes y perdidos como un tertuliano de Tele 5 con un libro de Axel Honneth, feas canciones verbeneras que deberían haberse olvidado, como la democracia asamblearia, Kramer contra Kramer, o la pretensión de fundar naciones, hace milenios. Su simpatía excesiva y en el fondo hostil me recordó las sabias palabras de La inmortalidad, aquella novela de Kundera. Todo antiguo. Todo kitsch. Crezco. Me siento. Ya no digiero bien la pularda, la noche de 24h, los fascistas simpáticos, los dos Papas, el cantar de Monedero, los niños muertos en las costas turcas, los comentarios de Curri Valenzuela, las entrevistas a la nieta del último dictador.
A diferencia del fenómeno jurídico, la moral social es inmune al cambio deliberado. Es decir, una norma o un régimen puede derogarse un día concreto, pongamos 1977, pero no es posible saber (nadie puede saber con exactitud) cuándo desaparecerá un conjunto de opiniones, formas de estar en el mundo y estados de ánimo. No es que millones de franquistas no hayan desaparecido (no lo deseo, parte de mi propia familia, divorciada o no, es franquista y aún así la quiero: estuvieron ahí cuando mi novia desmembrada me dejó) es que las ideas franquistas se han evaporado en el aire de distinta forma a cómo estudió el autor de El capital.
¿Qué ideas?
Los chistes de maricones, los CIEs, los obispos aporofóbicos, palabras como “fulana” “moro”, que se intente insultar a alguien llamándolo “gitano”, “rojo” o “subnormal”, la dilatada duración del régimen, el guerra-civilismo de las portadas del ABC y La Razón en lo que toca al trato de la izquierda y Cataluña, la visión del inmigrante y del refugiado como morralla, trabajador explotable o amenaza cultural, la vacuidad tertuliana, la vacuidad política, el desprecio a la cultura, el estereotipo de la cultura, la hostilidad con el cine y con el teatro, la mala-hostia, el machismo, la indulgencia con los grandes corruptos, la admiración por los grandes corruptos, la plutocracia, el rédito electoral del endurecimiento de las penas futuras, el desconocimiento total y socialmente extendido de las penas vigentes, el gato al agua, que defender los derechos humanos sea sinónimo de activismo de izquierda, la permisividad con Arabia Saudí, las fosas comunes, las películas dobladas.
El fascismo no ha desaparecido, sólo se ha hecho habitual, y por tanto, muy normal.
Pero mucho mejor que yo, lo explica el primer grupo valenciano que canta en castellano, Las Víctimas Civiles: Héctor Arnau (melodías de voz, poesía y aullidos), Pau Miquel Soler (cerebro esférico armónico, multiinstrumentista), Pau Aracil (guitarra y bajo, lo que ustedes manden), Toni Blanes (percusión pertinente), Rubén Marín (guitarra intermitente y concepto) y Ernest Aparici (trompetas de Jericó). Las Víctimas Civiles podrían sacar su primer disco, 40 Años de Éxitos del Posfranquismo Español, y eso depende, en gran medida, del apoyo que les demos en Verkami (pincha aquí). En Nochebuena no me puse villancicos, ni siquiera a Tom Waits. Me puse “Debajo de tu vestido” a buscar a mi novia desmembrada, a reclamar de la mujer sin brazos (cuando crecemos no dejamos de observar nuestro pasado) una última caricia de sus tobillos.
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