Adam, un compositor vampiro profundamente deprimido, residente en Detroit, se reencuentra con su amante, Eve. La aparición de la hermana de ella romperá el apacible idilio.
Un movimiento circular nos da la bienvenida al universo diegético de Sólo los amantes sobreviven. Entramos, en efecto, en el universo orbicular de los protagonistas, condenados en su inmortalidad a asistir cíclicamente a la repetición de los mismos errores por parte de la humanidad a lo largo de su historia. Lo circular (ya sea estructural o como desplazamiento retórico de la cámara) constituye un estilema de Jim Jarmusch (recuérdense el inicio y el final de Noche en la tierra o el último movimiento de cámara de Flores rotas), que en esta ocasión el cineasta parece conectar con el ensō del budismo zen.
Los vampiros de Jarmusch tienen poco que ver con el arquetipo cultivado por la literatura y el cine fantástico, pero sí mucho en común con el resto de personajes que transitan la filmografía del cineasta: errantes y desarraigados (como los emigrantes húngaros de Extraños en el paraíso), Eve (Tilda Swinton) y Adam (Tom Hiddleston) devienen flâneurs en un desolado y desértico espacio urbano en decadencia moral y artística (una espectral Detroit reducida a suma de no-lugares). Así, Sólo los amantes sobreviven representa un diáfano exponente de las constantes temáticas y narrativas de la obra de Jarmusch: al igual que la mayor parte de ésta, constituye una atípica radiografía de la cara oculta y marginal (que no siniestra) de una sociedad en descomposición. La ausencia de una trama férrea (según la concepción que de ésta tiene el cine hegemónico) que ha caracterizado los filmes de Jarmusch es fácilmente detectable en esta última obra, del mismo modo que temas tan estimados por el cineasta como la soledad, la incomunicación o el multiculturalismo son nuevamente convocados en pantalla.
La conciencia trágica de esa inagotable eternidad como horizonte vital del vampiro que poseen los personajes parece subyugar al director: el tiempo se torna objeto de valor hasta extremos fetichistas (las guitarras como objeto de coleccionismo, los libros), convirtiendo a la pareja protagonista en depositarios de la cultura y el conocimiento pretéritos.
De manera análoga, Jarmusch parece recoger en su filmografía ese legado cultural que Eve y Adam almacenan, erigiéndose en una suerte de collage (en ocasiones, paródico) cimentado sobre productos culturales ajenos. El cineasta ha demostrado insistentemente su interés por partir de determinados moldes genéricos y construcciones arquetípicas para (como representativo exponente de la postmodernidad cinematográfica que es) introducir en ellos una mirada irónica y notorias digresiones que apartan sus películas de la ortodoxia: western (Dead Man), cine carcelario (Bajo el peso de la ley), comedia de episodios (Coffee and Cigarettes), thriller (Los límites del control), una (im)probable simbiosis entre film noir y chanbara (Ghost Dog, el camino del samurai), etc. En este juego entre la devaluación de las convenciones genéricas y el discurso autoral radica la principal aportación de Sólo los amantes sobreviven a la filmografía de su director: el logro de reflexionar en torno a la naturaleza humana sirviéndose de personajes ajenos a ella.
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