Tras Una casa holandesa, Jesús García Cívico vuelve a la ficción con Singular (Che Books), donde trata temas clásicos de la literatura: el amor y la muerte, el tiempo y la embriaguez, adentrándose con la misma soltura en el mundo de los sueños y en el de sus propios fetiches culturales y filosóficos.
La filóloga y psicoanalista Rosa Durá Celma dialoga con el autor del blog Hermosos y Malditas, a propósito de su nueva obra.
ROSA DURÁ CELMA: He advertido en Singular dos momentos en los que nos facilitas una clave de lectura de la novela, el primero de ellos es cuando el narrador, haciendo suyas palabras de Kahlil, afirma: la mitad de lo que digo carece de sentido, pero lo digo para que la otra mitad pueda llegarte. El otro momento es casi al final, cuando un segundo narrador toma la palabra.
JESÚS GARCÍA CÍVICO: Tienes razón, es la clave principal, si no de lo que he querido contar, sí de cómo lo he querido contar. Singular es una historia rara y sensible, llena de digresiones que no son delirantes, aunque el protagonista, desde luego, sí lo sea. Ese fragmento del poeta libanés da pistas sobre porqué se ha elegido un determinado estilo y me parece, en un sentido más general, una clave de la literatura que me gusta a mí: la que asume el campo inagotable de formas a las que la imaginación puede recurrir para contar.
Por ejemplo, el bebé toma mucha droga, pero lo hace como un estudiante que sacrifica el sueño en nombre del estudio, el rencor que el protagonista siente hacia Superman es ontológico: la relación que el ser mantiene con el tiempo, por último, la orgía del protagonista con cientos de mujeres nórdicas, pretende llamar la atención sobre los tics más rancios de la pornografía neoliberal. El segundo momento al que te refieres es muy importante porque en él hay una primera claudicación –la idea está presente en toda la novela–: al integrar en un momento de mucha tensión una nueva voz, se reconoce a la protagonista femenina de Singular la competencia para la crítica literaria de una historia, en la que ella misma ha participado. ¡Ni siquiera Superman ha sido capaz de hipnotizarla!
Me han llamado la atención las dos citas que sirven de introducción a la novela. La primera está extraída de una obra de Sebald y habla sobre la angustia de un personaje que se siente atraído por el abismo y piensa en precipitarse por encima de una barandilla. La segunda es la fórmula de la Ley de la gravitación universal. Bien, no puedo dejar de preguntarme sobre la tensión entre ambas, el empuje a la caída y la ley que hace que los objetos permanezcan en tierra.
Elegí con mucho cuidado los dos frontispicios. Uno es de Austerlitz, la novela del escritor de finales del siglo pasado que más admiro, W. G. Sebald y el otro es del científico más importante de todos los tiempos, Isaac Newton. Ambos se refieren a la caída. El escritor expresa la atracción por la idea de lanzarse al vacío en el patio de una escalera; el otro describe cómo los cuerpos son atraídos a la tierra por la fuerza de la gravedad. Singular es la tensión entre dos discursos como formas de entender el mundo y manejarse en él: el literario y el científico. En esa tensión entre la ciencia y la literatura, el personaje aspira a resolver el problema de la naturaleza de su poder, es decir, la posibilidad de subir a golpes con el hombro una fachada solo le permite, aparentemente, atisbar en el horizonte de la historia, cada vez más lejos, cada vez más antiguo, el origen del mal.
El acto de escritura, para muchos autores supone una experiencia angustiosa, para otros gozosa, hay tantas vivencias de ello como escritores. Pero incluso, y aunque parezca que no, en lo que hace sufrir hay también cierta satisfacción, inconsciente, claro, pero aun así existente. Me gustaría preguntarte sobre el tipo satisfacción que has obtenido –si es que has logrado ubicarla, que creo que no es nada fácil– en el acto de escritura de esta novela.
Singular hay sido una experiencia gozosa en el sentido de que en el transcurso de los dos años, tras rechazar borradores y versiones previas, una madrugada sentí que había encontrado al fin una forma de contar una historia, que me daba una libertad increíble para hablar de la realidad inenarrable del suplicio, a través de una fantasía que, aunando sexo, ficción y realismo, fuera más allá de ese lugar común, muy transitado, que reconoce que se puede utilizar la broma para hablar de lo serio. He tratado de ir más allá, de ahí el riesgo que mencionabas al comenzar, he tratado de ir al fondo de una mente y de una vida, esto es, he tratado de ir al fondo de una fantasía. La fantasía como sabrá el lector de EL HYPE es indisoluble del deseo sexual pero también acompaña el deseo espiritual de inmortalidad, omnipotencia o trascendencia del ser humano desde antiguo. En ese sentido, he notado que esta historia supera el onanismo al que, a menudo con razón, se acusa a la literatura de auto-ficción. He querido ir más allá de la auto-satisfacción, así que, por mantener el tono de ambigüedad de Singular, podría decir que, aunque el protagonista nunca habla de él mismo con afecto, la he escrito para «joderme», en las distintas acepciones de la expresión, esto es, también en la acepción más placentera de ese verbo.
Mi interpretación de la novela ha estado orientada por varios significantes que he capturado en la lectura, me gustaría preguntarte por uno importante, el título, Singular, pero en contraposición con el supuesto título que iba a tener la novela en la ficción, Registro, como se explicita reiteradamente en el curso de la acción. ¿A qué se debe esa reiteración y ese juego de negación?
Registro es el título que el protagonista quiere dar a su historia, porque alude a un documento positivo, me refiero a algo objetivo y descriptivo desprovisto de juicios de valor como quería el sociólogo Max Weber, pero el club de mujeres desnudas con giba de camello expertas en literatura sebaldiana, el cenáculo nocturno de poetas vestidas al modo de Helmut Newton, le aconseja, maternalmente, que la titule Singular. Recordé un cuento de Felisberto Hernández que tiene tres títulos. Singular tiene una acepción sencilla, opuesta a lo plural y lo colectivo, otra afín a la idea de rareza y una tercera que le concede algún rasgo valioso. Una de mis convicciones más íntimas es que tener razón no es tan importante como la gente cree. Es más importante ser feliz. Al final de la vida de un personaje con una longevidad semejante a las perdices, el hecho de que la historia se publique con el título de Singular y no como él quería en un principio va en esa línea de claudicación y humildad, una humildad que el autor propone para la cultura en general y la vida personal en particular.
Otro de los significantes que descuellan en el texto es «literatura», y su versión más ampliada, «cultura», en el que, según el narrador, también está incluida la política y el derecho. Hablas de prejuicios, de ambivalencia respecto a la literatura, y el personaje piensa, con Freud, que «la literatura obedece al mismo principio que los sueños, a la necesidad de expresar un material psíquico reprimido ante la presión de una realidad excesivamente intolerante, de ahí la fórmula: el sueño es una realización disfrazada de un deseo reprimido, que puede aplicarse a la literatura».
Siempre me he llevado mal con la solemnidad con la que a menudo se habla de literatura y, sobre todo, con la pompa que se auto-conceden muchos autores. Hay algo de homilía en los actos literarios que me parece todavía más insoportable que la forma en que las instituciones más conservadoras se decoran con el arte. Una convicción personal que mantengo es que la literatura debe huir del tono solemne y de la disertación científica en el formato ANECA de páginas que no fueron concebidas, según lo veo, para ser diseccionadas en la mesa de un despacho de filología. Las obras que aparecen en Singular, como Arthur Gordon Pym, o las aventuras de Sherlock Holmes son experiencias gozosas muy particulares. El protagonista reconoce un sinfín de prejuicios contra la poesía por la seriedad con la que se toma a sí misma. Sólo lee a Keats y lo hace por una serie de motivos muy íntimos. No sabe quién es Kafka. Todo eso lo aprende en el cenáculo. Le interesa mucho la forma en que la novela del siglo XIX trata la naturaleza humana y pasiones como el amor. Luego, creo que hay un equívoco muy extendido en relación con la idea de cultura, una confusión que la remite a la etnografía, a la antropología, de ahí el rótulo multi-localista o pluri-etnocentrista de «culturas» que leemos incluso en periódicos más o menos respetables. A mí, la cultura que me interesa tiene que ver con la fuerza universalista y liberadora de la Ilustración y la luz que echó frente a supersticiones, dogmatismos (xenofobia, machismo y populismos); me interesa la cultura en relación con el proceso de formación, tanto de individuos como de una civilización. Va de Tucídides a Voltaire, de la escritora japonesa Murasaki Shikibude a Salman Rushdie, de Montaigne a Emily Dickinson, de Mary Shelley a Mandela, de Kant a Kundera, de Eleanor Roosevelt a Thelonius Monk. En la universidad defiendo que la cultura es un añadido de hallazgos valiosos que hacen mejor, más sabia, la vida de los hombres y menos indecente nuestro planeta: la separación de poderes, la abolición de la esclavitud, la secularización, los derechos sociales, la emancipación de la mujer, la prohibición de la tortura. Hitos que una vez alcanzados no deben permitir ningún tipo de marcha atrás.
Sí, el hecho de que sea una novela de personaje, no la convierte en un texto alejado de su contexto social; pese a la individualidad que exuda Singular, está a la altura de la subjetividad de la época. Un tema que atraviesa de principio a fin toda la novela es la tortura. Sé que para ti es un tema importante que, en tu faceta académica, manejas ampliamente, pero ¿por qué introducirlo en tu novela y además de manera tan recurrente?
La tortura es el leitmotiv de Singular. Es también el objeto de mi investigación en la universidad. He llegado a la conclusión de que lo que identifica a la tortura es su diseño. Está pensada para torcer la voluntad a través de un sufrimiento (más allá de si el daño es grave o si se la comete un policía o un mercenario). En la historia del bajo-volador aparece de muchas formas: en primer lugar, impele al protagonista, un estudioso de la historia de la barbarie que ama a todos sus semejantes y se muestra en las divagaciones sobre la compasión con los martirizados, con aquellos que fueron sacados a golpe de la vida como Jean Améry. La idea de trascendencia asoma su hocico cuando la historia da el segundo giro: una trama criminal donde las víctimas son dos animales, por ello, habla con horror, pero también con lástima de los nazis, un ejemplo de una moral cristiana tomada en serio. Luego la falta de sensibilidad de su pareja para los abusos de Abu Ghraib desencadena la tragedia en el mundo de la música dream-pop y se convierte en uno de esos episodios vitales que tanto atraen al sujeto que bajo-vuela entre escombros, burros y flores de solares. Como he querido integrar en Singular muchas lecturas, calculé que la obra debía tener tres partes: una en la que el bebé tiene vida de adulto; otra en la que el adulto se comporta como un niño y otra en la que un ser vivo que solo piensa en los demás afronta la muerte en completa soledad. Luego, de forma paralela, enmarqué todo eso en las tres formas en que la voluntad se ve perjudicada: la embriaguez que provoca el alcohol y otras drogas, el amor (y el deseo sexual) y finalmente la tortura.
En un determinado momento, el personaje narrador hace referencia a la misma novela que tenemos entre las manos, a Singular, y se refiere al supuesto receptor de esta como «un lector raro o singular»: ¿qué tipo de lector «ideal» imaginas para esta?
Alguien que se acerque a ella como hacen las buenas personas. Si hay algo que me desarma es la bondad desinteresada, la «banalidad del bien» como contracara de las tesis de la banalidad del mal que defendió Hannah Arendt y sobre la que también se habla en la novela. El mejor ejemplo de banalidad del bien es la abuela del protagonista que resulta, al fin y al cabo, el personaje más hermoso de la novela, un ser capaz de sintonizar con una verruga de su cuello las conversaciones que los caracoles mantienen por la noche, en la húmeda oscuridad de los deslunados.
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