Quid pro quo: tú me dejas que utilice una canción añeja de las tuyas, yo la meto en mi película y ambos hacemos historia gracias a unos cuantos Óscar (diálogo imaginario entre Jonathan Demme y Tom Petty, circa 1990, cuando se estaba preparando El silencio de los corderos).
Debía de estar pinchando yo en el verano del 2002, cuando se me ocurrió juntar el crowd-please Last nite de The Strokes (muy de moda en aquellos días de revival mediático y trendy del rock’n’roll) con American girl, el segundo single de la carrera de Tom Petty & The Heartbreakers que, aunque fechado en 1976, sonaba clavadito al hit de los Strokes (de hecho, el grupo neoyorkino reconoció años después la fotocopia, Petty lo aceptó con agrado y hasta se los acabó llevando de teloneros en la gira del 2006). En estas, que me viene el propietario del garito y me dice, anda, ¿la canción de El silencio de los corderos, no?. ¿Cómo? ¿Sonaba Tom Petty en la película de Jonathan Demme? Entonces recordé que el estreno del film en 1991 se perdía en la noche de aquellos tiempos sin Shazam, sin descargas gratuitas y sin tanto conocimiento del rock americano por mi parte (sí, esa parte me la envaino yo). Así que si no recordaba la canción en la película es porque ya en su día no la reconocí y después no había vuelto a ver a Hannibal y Clarisse por temor a que el film, y sus no pocos disimulados trucos, hubieran envejecido mal.
Revisada por culpa de la picadura de la curiosidad, descubrí que el contoneo nuevaolero de American girl no es lo que baila Buffalo Bill, el otro psycho del film, en su guarida en aquella grotesca coreografía de entrepiernas disimuladas frente al espejo (eso es Goodbye horses de Q Lazzarus). No, American girl es lo que escucha y canta la muy sanota Brooke Smith al volante de su coche, antes de caer en la tela de araña de este despellejador. Y no está nada mal escogida, no: música saltarina y risueña (pop-rock supremo del que espanta nubarrones, vaya) que invita al karaoke unipersonal y a imaginar que nada malo puede pasarte en Estados Unidos. Esa es la cara A del sueño americano. Sobre la cara B, Hannibal Lecter nos podría dar una o varias conferencias.
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