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Sergei Polunin salta al cine

En Escenas lunes, 19 de septiembre de 2016

Sara Esteller

Sara Esteller

PERFIL

No basta con ser uno de los mejores bailarines del mundo, joven y guapo. Se necesita un plus de rebeldía y misterio, una biografía fuera de lo común, para que tu vida llegue a la gran pantalla.

La de Sergei Polunin se nos desvela en Dancer, el documental recién estrenado de Steve Cantor, director de trabajos sobre los Pixies (loudQUIETloud), James Blunt in Kosovo, o Blood Ties, nominado al Oscar como mejor corto documental.

Cerca de cumplir los 27 años, gran parte de la vida de Polunin (Kharson, Ucrania, 1989) ha estado sometida al escrutinio público. Primero, cuando llegó a ser el bailarín principal más joven en la historia del Royal Ballet, con solo 19 años; luego, cuando dos años después renunció a su puesto entre sonadas rebeliones internas dentro de la centenaria institución; por último, cuando después de esta desafección expuso su vida de búsqueda, anhelos y excesos a los focos, siempre necesitados de personalidades complejas y atormentadas a las que seguir.

Sergei Polunin

Hijo único de una frágil y joven pareja de clase trabajadora, fue la madre quien detectó en aquel pequeño que no paraba de saltar y estirarse una capacidad para el movimiento.

Mientras el niño fue creciendo en la disciplina gimnástica y doméstica -en sus recuerdos habla de una madre estricta y poco cariñosa-, y los padres se separaban, se fue revelando un tesón especial para la repetición de ejercicios, para practicar hasta conseguir el resultado esperado y llegar a donde otros compañeros no llegaban. En un momento dado, su madre vio en el ballet un futuro mejor para su hijo.

Tras formarse en el Instituto Coreográfico de Kiev fue aceptado en la escuela del Royal Ballet con 13 años, allí culminó una formación que partía con la ventaja de una flexibilidad extraordinaria y de unas cualidades innatas para las exigencias balletísticas.

Pronto fue manisfestándose esa rebeldía (o dificultades para adaptarse) que es común en muchos de los niños a los que llaman prodigio y que, en realidad, han carecido de infancia por los deseos de éxito de sus padres.

Mayerling Polunin, fotografía: MLogvinov

Llegar tarde a los ensayos, marcharse antes de hora, tomar estimulantes antes de salir al escenario, consumir cocaína, ir llenando el cuerpo de tatuajes y escarificaciones (los balletómanos se horrorizan ante los modernos peinados de los bailarines y tampoco gustan de los tatoos), caer en depresión, ser habitual de la noche y numerosas declaraciones morbosas, o cuanto menos ambiguas, convirtieron al Apolo en el chico malo de la danza, historia que culminó con su sonada salida del prestigioso ballet inglés en 2012.

Un año después, se convertiría en el bailarín principal invitado del Stanislavski Ballet y del Novosibirsk State Academic Opera and Ballet Theatre de Rusia. Un suculento contrato y una promesa explícita de libertad de su director Igor Zelensky lo convencieron para aceptar.

La independencia que no tenía en la compañía inglesa le permite en esta nueva etapa compaginar sus papeles clásicos, también como invitado en galas por todo el mundo, con incursiones en el ámbito de la moda, en Europa y Estados Unidos (con Marc Jacobs, Dior o Pal Zileri), país al que sopesó trasladarse porque quería, como su admirado Barysnikhov, hacer cine.

Después de protagonizar en 2015 un video de David LaChapelle con el Take me to a Church de Hozier (con más de 13 millones de visualizaciones), le llega ahora el soñado momento de saltar a la gran pantalla gracias al documental inglés estrenado ya en Estados Unidos y en breve en Europa y plataformas on-line.

Fue muy duro ver Dancer la primera vez, pero todo es cierto, declaraba al New York Times hace unos días.

Sergei Polunin quiere que la película influya en los chicos para que bailen, el ballet necesita ser más democrático. Necesitamos gente que lo popularice, que lo haga más accesible, declaraba hace meses en el Screen Daily. Quiero llevar el ballet a las masas, hacer películas de ballet, combinar escena y cine, concluía.

Lejos de aplacar los demonios que le acompañan, parece que al menos su plan de ser rico y famoso se está cumpliendo.

Sergei Polunin

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