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Romy, Kylie, Róisín, hacednos bailar

En Música lunes, 6 de noviembre de 2023

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Creo que nunca fui más consciente de la importancia de bailar en comunidad que cuando irrumpió aquella pandemia de la que ninguno queremos volver a hablar. Perder algo que das por supuesto es la forma más rápida de echarlo de menos. Quizá por eso ni los rumores de una nueva recesión ni los nubarrones de esas guerras que encarecen nuestras facturas (entre otros muchos estragos bastante más irreparables) han podido mermar la asistencia a conciertos, festivales, saraos y eventos musicales de toda índole en los dos últimos años. Especialmente aquellos que congregan a más personas como si fueran solo una. Una explosión a la que nadie parece dispuesto a renunciar. No escatimamos en ocio, en evasión, en desmelene. Y creo que hacemos bien. Nos hemos tomado muy en serio la máxima de Si se acaba el mundo, que nos pille bailando. Es el hedonismo –nada frívolo ni inconsciente, diría que todo lo contrario– de nuestros años veinte, seguramente ni tan locos ni tan inocentemente despreocupados como los de hace un siglo.

Hace tiempo que la música de baile, condimento esencial en todas esas congregaciones de gente, refleja estados de ánimo tremendamente diversos. La música disco de los años setenta sigue siendo el tronco común del que parten sin disimulo millones de propuestas (yo creo oír la guitarra de Nile Rodgers en todas partes), pero lo que en sus manos era liberación sexual, emancipación racial, reivindicación sentimental o simplemente necesidad de prender el fin de semana tras cinco días de mierda, ahora goza de muchos más matices.

Hay quienes llevan tanto tiempo modulándolo, cerca de tres décadas, que lo explican tan bien como Tracey Thorn y Ben Watt: Everything But The Girl volvieron hace unos meses con un extraordinario disco que, sin dejar de sonar a ellos mismos, atestiguaba que son muchas las cosas que han pasado en el mundo de la música pop desde que publicaron su anterior trabajo, allá por 1999. El 2 Step, el dubstep, el dichoso autotune al que ni siquiera ellos han querido renunciar, porque el problema no es su uso sino su abuso. También la melancolía de esos sad bangers que convierten el abatimiento en liberación, por la vía de algo tan viejo como es dejar que tu cuerpo vuele, y que tan bien han manejado un puñado de nuevas divas para la pista de baile.

Si tuviera que decantarme por cuatro discos de pop electrónico desvelados este año que emiten pulsiones inequívocamente bailables, serían el suyo y los que han publicado hace bien poco Róisín Murphy, Romy Madley-Croft y Kylie Minogue. Curiosamente, todos comandados por mujeres, cuyas edades oscilan entre los 34 de quien fuera voz de The xx y los 61 de Tracey, pasando por los 55 de Kylie y los 50 recién cumplidos de la ex Moloko. Apenas se advierte la diferencia de edad entre ellas escuchando sus discos.

Todas vienen de las islas británicas. Vivimos tiempos tan raros y contradictorios que la única de la triada que titula este artículo que se ha declarado abiertamente homosexual (Romy) es la también la única que, por el motivo que sea, no se ha visto convertida alguna vez en icono LGBTI. Una observación secundaria, en cualquier caso. Todas suenan contemporáneas pero también conscientes del legado que manejan. Quizá el porcentaje de disco music, incluso de un Hi NRG que se cita en una imaginaria cumbre con Pet Shop Boys (ahí está la sensacional “10 out of Ten” con Oliver Heldens), sea mayor en el caso de Kylie, y el house, el soul e incluso una virguería trap estén más presentes en el de Róisín mientras el trance y el eurodance de los noventa tienen mayor peso en el de Romy, que por algo también es más joven.

Pero todas han pulido multicromáticos artefactos para entregarnos al baile, despedir por un buen rato a nuestros demonios interiores y hacer como que nos olvidamos de todo cuando en realidad lo que estamos haciendo, aparte de menear el trasero, es también somatizar las provechosas lecciones de vida que todas ellas nos transmiten. Tres discos que son pura alegría de vivir.

Foto de cabecera: Nik Pate.

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