Roald Dahl (Llandaff, 13 de septiembre de 1916-Oxford, 23 de noviembre de 1990), el escritor galés de orígenes noruegos, goza del mérito de haber hecho soñar a varias generaciones de lectores, con una obra que se cifra en más de 250 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. A él debemos algunos de los textos más icónicos del siglo XX dedicados al público infantil: Charlie y la fábrica de chocolate, El super-zorro, Las brujas, James y el melocotón gigante, La asombrosa medicina de Jorge, Matilda o El gigante bonachón, entre otros.
No obstante, si bien se ha hablado mucho de su valiosa aportación a la literatura infantil, poco se ha mencionado su faceta de espía, de guionista, de fotógrafo o de piloto de avionetas. Su propia vida fue como un cuento, no en vano sus experiencias vitales, tanto de niño como de adulto, le estimularon profundamente a la hora de forjar en la fragua de su imaginación su espléndida obra literaria. A través de ella, Dahl se desnudaría ante el público, ya que sus personajes no son sino caracterizaciones de su personalidad y carácter, así como de las personas que formaron parte de su mundo. Es por eso, que recorrer las páginas de sus libros comporta una experiencia única, que supone conocerle casi personalmente.
Criado en una familia numerosa, su infancia no fue fácil, con solo tres años, perdió a su hermana Astrid a consecuencia de una apendicitis y, unas semanas más tarde, una neumonía se llevaría a Harald, su padre. Su madre, sin embargo, consideró que retornar a Noruega sería una solución demasiado fácil, por lo que decidió permanecer en Gales para cumplir la última voluntad de su marido: que sus hijos recibieran una educación inglesa, que, a su juicio, era la mejor del mundo. No obstante, debido a la falta de recursos económicos, tuvo que permanecer un tiempo más en Gales.
Su primera escuela fue la de la Catedral de Llandaff. Allí, a los ocho años, junto con otros compañeros, fue cruelmente azotado por el director por haber colocado un ratón muerto en un bote de dulces en una confitería cercana. La madre de Roald, indignada ante tal monstruosidad, decidió que su hijo no permanecería en ese lugar ni un curso más. Así, debido a que la familia Dahl aún no podía trasladarse a Inglaterra, el joven Roald iría interno a la Saint Peter’s School en Somerset, consiguiendo finalmente cumplir el deseo de su padre.
En el internado, junto a los profesores y al director, era una celadora quien ejercía el poder con mano de hierro, una mujer malencarada de ademanes rudos y —siendo esta característica la que más obsesionaría a Roald Dahl— dotada de un pecho extraordinariamente generoso. Su semblante amenazador, robusta anatomía, actitud autoritaria y aversión hacia los niños, inspirarían al autor en el diseño de uno de sus mayores antagonistas: miss Trunchbull.
Durante su estancia en Saint Peter’s la nostalgia invadió su corazón de una manera irremediable, hasta tal punto de dormir orientado hacia su hogar. Tal fue su añoranza y su deseo por regresar a casa, que llegó a fingir un ataque de apendicitis. El único contacto que podía establecer con sus seres queridos, era a través de las cartas que regularmente escribía su madre, así como los bizcochos que ella le enviaba para que pudiera degustar algo que no fuera la deplorable comida de la escuela.
La única vía de escape de que disponía el joven Roald Dahl eran las vacaciones de verano, cuando se desplazaba junto a su familia al país natal de su madre. Allí, se deleitaba con los paisajes escandinavos, que desepertaron permanentemente en él un deseo de descubrir lugares inhóspitos en los que vivir grandes aventuras. Además, su abuela le relataba cuentos populares noruegos, que estimularían su imaginación de un modo decisivo.
Tras su estancia en Saint Peter’s, Dahl finalizó sus estudios en Repton, una public school de lo más elitista, donde permanecería desde los 13 hasta los 18 años y desarrollaría su talento como fotógrafo. Allí las cosas no fueron muy diferentes a los centros anteriores, pues también fue objeto de maltratos, no solo por parte de profesores autoritarios, sino también por parte de los alumnos prefectos que trataban a los estudiantes más jóvenes como sus criados particulares. Roald Dahl llegó incluso a calentarle la taza del váter a uno de estos alumnos con sus propias nalgas.
No obstante, una pequeña alegría hacía acto de presencia en Repton cada cierto tiempo. La empresa de chocolates Cadbury, de vez en cuando, obsequiaba a los estudiantes un surtido de sus nuevos productos, para conocer la opinión de su público predilecto. Dahl se sentía feliz degustando cada una de esas nuevas chocolatinas. Se veía a sí mismo como un gourmet y soñaba despierto con convertirse, en el futuro, en un prometedor empleado de esta fábrica de dulces. Estos momentos de felicidad le inspirarían para crear la historia del pequeño Charlie Bucket en la fábrica de chocolates Wonka. En 1984, publicó una pesudobiografía titulada Boy, relatos de infancia, donde relata diversas anécdotas de su vida como estudiante.
Todas estas vivencias, tanto de niño como de adolescente, marcaron definitivamente la obra de Roald Dahl. La tiranía y los malos tratos recibidos de sus profesores le marcaron profundamente, creando así una serie de historias y personajes que tomaban como referencia ese tipo de experiencias. Sus historias infantiles están protagonizadas por niños como él, sometidos al autoritarismo de adultos déspotas. Personajes como Matilda o James loser Trotter encarnan lo que Roald Dahl siempre aspiró a ser de pequeño y que las circunstancias no le permitieron: convertirse en un niño que castiga y triunfa sobre adultos malvados.
Su estilo denota también una intensa conexión con su vida en los internados. La dureza de su infancia hizo que Dahl no dejara nunca escapar al niño que una vez fue, tal como vemos en la forma de narrar sus historias, carente completamente de cualquier tipo de condescendencia y paternalismo. A la hora de escribir sus libros, Dahl demostró una gran capacidad de entender a los niños, de poner en relieve sus frustraciones y problemas. Al recorrer sus páginas, los más jóvenes se veían reflejados en sus personajes y, además, conseguían hacer más soportables sus problemas a través de la magia y la fantasía. Esta extraordinaria habilidad de introducirse en la mente de un niño y establecer una conexión, fue la que le convertiría en un escritor tan querido por el público infantil.
Sin embargo, Roald Dahl nunca se planteó la posibilidad de convertirse en escritor. Siempre soñó con tener un trabajo simple y monótono, en el que no tuviera cabida la improvisación o lo inesperado. De hecho, fueron muchos de sus profesores los que valoraron negativamente su escritura. Nunca he conocido a un muchacho que de forma tan persistente escriba exactamente lo contrario de lo que quiere decir; chapucero desdeñable, me recuerda a un camello, fueron algunas de las apreciaciones de sus docentes.
Una vez finalizados sus estudios, vio la ocasión ideal para cumplir uno de sus mayores sueños: explorar lugares recónditos y exóticos. Su voraz hambre de aventura y espíritu explorador, hicieron que renunciara a cursar estudios universitarios, optando por trabajar para empresas que le permitieran viajar a ultramar. Es por ello que pasaría tres semanas explorando Terranova con la Public Schools Exploring Society, para empezar a trabajar para la Royal Dust Shell en 1934. Tras un periodo de dos años de formación en Londres, y tras rechazar una estancia en Egipto, fue destinado a Dar es-Salam, donde viviría una vida lujosa en la Shell House, mientras proveería a Tanzania de combustible y afrontaba gajes del oficio como defenderse de leones y hormigas.
Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, se unió a la Royal Air Force y, tras medio año de formación, fue nombrado oficial de aviación. En 1940, sufriría un fatal accidente aéreo que le quebraría el cráneo y la nariz, dejándole, además ciego por varios meses. Un año después, continuaría su labor como piloto de guerra. Todas sus peripecias y anécdotas de su vida como piloto las recogería en su segundo volumen autobiográfico Volando solo.
Sus primeros trabajos como escritor guardan relación con su vida como piloto. Su primera publicación fue un breve relato sobre su accidente que llevó como título Pan comido. Más tarde, tras su matrimonio con la actriz estadounidense Patricia Neal y engendrar cinco hijos, empezaron a surgir las historias infantiles que todos conocemos.
Ciertamente, Roald Dahl no debe su fama únicamente a la literatura infantil. El público adulto también pudo disfrutar de una serie de relatos de misterio, como El hombre del sur o Cordero para la cena, que enamorarían al mismísimo Alfred Hitchcock, quien los adaptaría para su memorable serie de televisión Alfred Hitchcock presenta. Fue, de hecho, en la televisión y en el cine donde también brindó grandes aportaciones. Antes de sus famosas obras infantiles, fue contratado por Walt Disney para escribir un relato para televisión sobre unas traviesas criaturas llamadas gremlins, dedicadas a destrozar los motores de los aviones.
Trabajó para la gran pantalla con la adaptación de una de sus propias historias, Charlie y la fábrica de chocolate (en España recibió el título de Un mundo de fantasía), y también en la de dos de las obras de otro espía convertido en autor: Ian Flemming, creador del agente 007. De él, adaptó su libro infantil Chitty Chitty Bang Bang y una de las novelas de James Bond, Solo se vive dos veces. Su labor como guionista resultó un recurso fundamental para poder mantener a su numerosa familia.
Prueba evidente de la importancia y la popularidad de la obra de Roald Dahl son las adaptaciones a la gran pantalla de sus libros infantiles. Aparte de la que él mismo hizo acerca de la fábrica de dulces Wonka, en 1989 se estrenaba Danny el campeón del mundo de mano de Gavin Milliar y B. A. G. El buen amigo gigante (adaptación de El gigante bonachón). En 1991, Nicolas Roeg ofreció su propia versión de Las brujas. Esta cinta llegó a los cines cargada de polémica, debido al desacuerdo de Dahl respecto al desenlace del film. Fue tal la decepción del escritor con la cinta, que afirmó que no permitiría ninguna adaptación de ninguna obra suya, mientras viviera.
Fue por este motivo por el que el público debería esperar hasta 1996 con el estreno de Matilda y James y el melocotón gigante. Esta última destacó por su soberbio diseño de producción y el empleo de la animación stop-motion. Nueve años después, Tim Burton dirigiría su propia versión de Charlie y la fábrica de chocolate, considerada por el gran público como una de sus peores películas. Wes Anderson adaptaría El super-zorro en su filme Fantástico Sr. Fox, donde también recurrio al stop-motion. Las dos últimas adaptaciones a la gran pantalla de la obra infantil de Dahl fueron Mi amigo el gigante de la mano de Steven Spielberg y una nueva adaptación de Las brujas, protagonizada por Anne Hathaway, ambas objeto de duras críticas.
Roald Dahl nos dejó el 23 de noviembre de 1990, hace ahora 30 años, aunque su potente imaginación continúa, hoy en día, haciendo soñar tanto a niños como adultos. No obstante, siguió vivo en los personajes que forjó en su mundo de fantasía. Dahl fue un niño enamorado de los dulces, que se enfrentó a auténticas brujas, hambriento de aventuras y devorador de libros, dotado de una gran estatura y un corazón aún mayor.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!