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Riccardo Muti vuelve a Turín con un magnífico «Un ballo in maschera»

En Música 4 marzo, 2024

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Después del enorme éxito obtenido el año pasado con un ejemplar Don Giovanni, Riccardo Muti volvió, entre finales de febrero y principios de marzo, al Teatro Regio de Turín con Un ballo in maschera de Giuseppe Verdi, autor del que el director napolitano es desde hace décadas reconocido como uno de los intérpretes irrenunciables sino el más destacado.

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Damiana Mizzi, Luca Micheletti y Piero Pretti en el primer acto de Un ballo in maschera © Andrea Macchia – TeatroRegioTorino.

Con Un ballo in maschera, la producción de Verdi entra en su segunda fase después de los éxitos de Rigoletto, La Traviata y El Trovatore. Los protagonistas, un tiempo algo aislados en el recorrido dramático, se sitúan en un entorno que a menudo destaca gracias a la presencia de figuras menores, observadas con un interés humorístico, mientras Verdi presta nueva atención a las transiciones psicológicas y sentimentales a través de las cuales los personajes llegan a la explosión pasional. La orquesta es tratada con texturas refinadas y sutiles matices, útiles como medio de profundización psicológica y las formas son más libres que las tradicionales, con un abandono relativo de las cabalettas, para seguir más flexiblemente el desarrollo de la acción.

Además, desde los años cincuenta en adelante, Verdi se vuelve muy atento a lo que sucede fuera de Italia: escucha, estudia, lee las partituras de los grandes sinfonistas, y los viajes al extranjero lo ponen en contacto con la civilización musical europea, con la refinada instrumentación de la ópera y la opereta francesa que en Un ballo in maschera hace sentir fuertemente su presencia.

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Alla Pozniak, Luca Micheletti y Piero Pretti en el primer acto de «Un ballo in maschera». © Andrea Macchia – TeatroRegioTorino.

Toda esta complejidad resaltó a la perfección en la interpretación turinesa de Riccardo Muti, que retomó este fundamental título después de haberlo ya dirigido en 1972 en Florencia y en 2001 en La Scala. Con el paso de los años, su interpretación se ha vuelto más detallada, menos inclinada hacia la dinamicidad y el atrevimiento juvenil, y más atenta hacia la reflexión, destacando cómo la ligereza siempre surge de una constante sensación de destino trágico que impregna toda la partitura verdiana. La nueva lectura de Muti resultó ser además una verdadera lección de historia y estética de la música. Si Wagner consideraba la función de la orquesta análoga a la del coro de la tragedia griega, Muti demostró que esa función también existe en Verdi.

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Lidia Fridman en el segundo acto de Un ballo in maschera © Andrea Macchia – TeatroRegioTorino.

¿»Tocaba» la maravillosa orquesta del Teatro Regio? No, no tocaba: cantaba y hablaba, comentando la acción, dialogando con los personajes, exclamando, llorando, exultando o estremeciéndose con ellos, mientras incluso los instrumentos que suelen permanecer en la sombra destacaban sorprendentemente cosas raramente escuchadas. Se sentía, en resumen, que la maravillosa partitura había sido estudiada por el director en cada detalle, y luego interpretada con una fantasía de colores y fraseo capaz de ofrecer nuevas sorpresas. Una lectura sin pausas, fuertemente teatral y llena de momentos cargados de emoción, donde cada detalle destacaba con fuerza, incluso en las escenas de masa donde no se perdía nada del canto entrelazado entre los diferentes personajes.

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Lidia Fridman, Luca Micheletti y Piero Pretti en el segundo acto de Un ballo in maschera © Andrea Macchia – TeatroRegioTorino.

Arrastrados, o más bien cariñosamente acogidos en este cosmos de vida sonora, los cantantes dieron lo mejor de sí mismos: el tenor Piero Pretti con su voz bastante ligera, pero clara y elegante fue un Riccardo a lo mejor poco brillante, como sugiere la partitura y el texto, pero siempre centrado y eficaz teatralmente. La soprano Lidia Fridman con su timbre oscuro y una capacidad increíble en expandir la frase musical dio una interpretación modélica de Amelia, así como el barítono Luca Micheletti (Renato) justamente apreciado, a pesar de no encontrarse del todo por su elegancia y la capacidad en hacer aflorar a la perfección el desgarro de un personaje que llega a matar su mejor amigo. No menos centradas fueron la deliciosa soprano ligera Damiana Mizzi en el papel de Óscar y la contralto Alla Pozniak en el papel de Ulirica.

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Daniele Giuliani, Luca dell’Amico, y Luca Micheletti en el tercer acto de Un ballo in maschera © Andrea Macchia – TeatroRegioTorino.

El espectáculo de Andrea De Rosa, con las hermosas escenas de Nicolas Bovey, los heterogéneos y elegantes trajes de Ilaria Ariemme y la sugestivas luces de Pasquale Mari, alternó fidelidad (eficaz la primera parte, muy sombría, del tercer acto y algunas secciones del segundo el segundo) con algunas libertades no siempre exitosas sobre el texto, como por ejemplo hacer aparecer a la parca de la muerte al final de la ópera dentro, mientras muere Riccardo, después de ser apuñalado. Poco logrados y algo molestos fueron también lo movimientos coreográficos del coro, así como la tendencia a separar a los personajes y aislarlos durante las arias que la mayoría de las veces Verdi construye como diálogo entre los personajes. Pese a estos problemas la acción fluyó siempre eficazmente con la misma naturalidad con la que era conducida la música por Muti, en una comunión de intenciones difícil de encontrar en el teatro de ópera de hoy en día. La muy esperada producción turinesa fue recibida al final de la función con justos y prolongados aplausos especialmente para el que fue gran protagonista de la velada, Riccardo Muti.

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