El Ravenna Festival extiende su programación, desde hace ya varios años, más allá de la temporada estival —que EL HYPE sigue con regularidad desde la edición del 2020— con la llamada “Trilogía de Otoño”. Es desde su fundación la ocasión para presentar tres espectáculos ligados por un hilo conductor, que puede ser un compositor, un género o un tema similar. Hace dos años el tema fue la relación entre la danza, la música y la palabra, mientras que el año pasado fue la trilogía mozartiana sobre libreto de Lorenzo Da Ponte, Le nozze di Figaro, Don Giovanni y Così fan tutte en la visión del director de escena Ivan Alexandre.
La trilogía de este año, inaugurada el pasado 16 de diciembre, ha querido centrarse en la figura del director Riccardo Muti, quien desde los años noventa del siglo pasado es una figura de referencia del Festival, además de ser el creador y fundador de la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, que hace ya veinte años que eligió Ravenna como sede principal de su actividad. Muti ha declarado en repetidas ocasiones querer dedicarse con mucha más intensidad a su joven orquesta, una vez terminado su compromiso como director principal de la Chicago Symphony Orchestra. El hecho se hizo patente en los últimos meses, en los que el famoso director ha dedicado todo su tiempo, por un lado, a la Italian Opera Academy (que se ha desarrollado en la Fundación Prada de Milán del 18 al 28 de noviembre) y, por otro, a la preparación de la Trilogía de Otoño de Ravenna. Las tres citas que Muti ha querido centrar sobre dos óperas clave del repertorio decimonónico, Norma de Vincenzo Bellini (obra escogida también para la Academy milanesa) y Nabucco de Giuseppe Verdi a las que se ha añadido un Gala verdiano con una selección de piezas pertenecientes a la amplia producción operística del compositor de Busseto.
A pesar de la variación de soluciones escogidas, el denominador común que caracteriza la trilogía desde su fundación, querida por Cristina Mazzavillani Muti, fue la experimentación y la búsqueda de nuevas soluciones escénicas dentro de una creativa mezcla de lenguajes y nuevas tecnologías. Este año, el escenario del Teatro Alighieri siguió parcialmente el mismo camino despojándose del lado escénico para dejar espacio a una versión en forma de concierto de las dos óperas, acompañada por monumentales proyecciones ideadas por el artista visual de Ravenna Matteo Succi (con nombre artístico Svccy) con la ayuda de la programación visual de Davide Broccoli y la aportación de la light designer Eva Bruno. Para Norma, ambientada en época romana, se utilizaron imágenes nocturnas de bosques, de una enorme luna y de estatuas antiguas, mientras que en Nabucco lució una iconografía basada en símbolos y templos pertenecientes a área judía y asirio babilónica, marco donde transcurre el argumento de la tercera ópera de Verdi. El resultado fue un marco visual logrado que además favoreció la dimensión ritual a la que pertenecen, aunque sólo parcialmente, ambas óperas: Norma dentro en un marco de lirismo trágico, Nabucco en el de una un heroico anhelito de libertad.
No cabe duda de que lo más relevante, sin embargo, fue la lectura que dio Muti de ambas obras y que tuvo resultados diferentes. El director napolitano no dirigía la ópera de Bellini desde 1994, cuando la presentó —siempre en el Ravenna Festival— sobre las tablas del Teatro Alighieri. Treinta años no pasan sin dejar rastro y la versión lírica, pero al mismo llena de fuego e intensidad trágica de antaño, dejó paso a una lectura de nivel dramático si cabe más contundente por parte de Muti, basada sobre todo en relevar el detalle de cada acento musical en relación con el texto. De esta forma, las arias y los recitativos parecían casi sacados de la piedra, restando algo al lirismo que también caracteriza la música de Bellini. Una lectura interesante y nueva, así como sorprendente y asimismo cercana a las más recientes perspectivas críticas de los estudios musicológicos sobre el compositor siciliano, pero que necesitaba un reparto que siguiese de forma ejemplar el dictado interpretativo del director.
Algo que lamentablemente faltó, sobre todo a la cantante escogida para el difícil papel protagonista de Norma. Monica Conesa pese a un inicio prometedor con una “Casta Diva” muy lograda y cantada con el justo estilo lírico dramático, manifestó a lo largo de la velada muchas dificultades para conseguir resaltar el lado hierático del personaje, así como su sufrimiento como madre. Su voz potente, pero algo fría no fue suficiente para alcanzar un fraseo adecuado que permitiese la comprensión del texto, así como su fuerza expresiva. Algo similar ocurrió a el Pollione de Klodjan Kaçani y en forma menos relevante al Oroveso de Vittorio De Campo, algo anónimos en su propuesta interpretativa. La mejor fue sin duda la mezzo Paola Gardina, que sustituyó en el último momento a la prevista Eugénie Joneau, y ofreció una interpretación de Adalgisa modélica valorizando su registro de soprano como requiere el papel.
Mucho más lograda en su conjunto fue la versión que Muti ofreció de Nabucco, el día siguiente. La interpretación que el director italiano ofrece desde los años setenta de este título verdiano ha sido —y sigue siendo todavía hoy día—, no solo modélica sino insuperable gracias a la capacidad que tiene de dar intensidad y atención a cada detalle de la partitura. Pese a la ejecución en forma de concierto, en ningún momento de la velada se echó en falta el escenario. La Orquesta Juvenil Cherubini fue magnifica en todo momento —con una nota de mérito el primer violoncello Luigi Visco por su magnífico solo, en la tercera escena del segundo acto, y a la primera flauta Chiara Picchi— así como el Coro del Teatro Municipale de Piacenza capaz de una intensidad asombrosa en el famoso coro del “Va pensiero”. En este caso todos los cantantes se amoldaron a la perfección a la lectura del director, interpretando intachablemente los diferentes papeles y evidenciando en cada momento la precisión con la que Verdi enlaza texto y música, expresión de la palabra y duración de cada nota.
La triunfadora de la velada fue sin duda la joven soprano rusa Lidia Fridman capaz de enfrentar con seguridad absoluta las sumas dificultades del papel de Abigaille y demostrando poseer una eficacia interpretativa excepcional. No menos impactantes fueron también la delicada Fenena de Francesca di Sauro y Riccardo Rados, que en el pequeño papel de Ismaele lució un timbre adamantino y un buen control del fraseo. Algo más débiles, pero seguros en todos los momentos clave, resultaron el Zaccaria de Evgeny Stavinsky y el Nabucco de Serban Vasile, barítono que posee sin duda una bella voz y una excelente capacidad de gestionar las dinámicas, pero que todavía resultó algo inseguro en el aspecto interpretativo.
El Gala verdiano del día 22 puso el broche final a la trilogía con un recorrido interpretativo dentro del arte operística de Verdi que tiene poco parangón hoy en día. Riccardo Muti es sin duda uno de los más grandes intérpretes verdianos de todos los tiempos, sino el más grande, y lo ha demostrado de forma inequívoca en cada momento de la velada inaugurada por una asombrosa versión de la obertura de La forza del destino. Entre los catorce fragmentos que conformaban el concierto destacaron sobre todo la soberbia interpretación de la famosa escena y de Felipe II “Ella giammai m’amò” del tercer acto de Don Carlo con una abrumador Ildar Abrdazakov, “Pace, pace mio Dio” de La forza del destino, donde la soprano Juliana Grigoryan lució una voz potente, pero al mismo tiempo llena de dulzura e intensidad expresiva. Inolvidable fue además el “Ave María” de Otello con Elisa Balbo acompañada por una orquesta cuyo sonido parecía transfigurarse en los últimos compases. Sin olvidar las emocionantes versiones de las arias de Macbeth y Otello encomendadas al barítono Luca Michieletti y las de Il trovatore e I vespri siciliani con la voz magnifica de Rosa Feola. Algo menos impactantes, pero siempre muy acertadas, fueron las actuaciones del joven tenor Giovanni Sebastiano Sala y de la mezzo Isabel de Paoli capaz de una intensa “Stride la Vampa” de Il trovatore. Remató el concierto —saludado por el público con un verdadero triunfo— el final del primer acto de Macbeth, impresionante pese a que Muti tuviera que arreglar algunos desajustes del merecedor, pero algo distraído, coro del Teatro de Piacenza.
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