Maite Ibáñez, historiadora del arte, analiza la exposición En tránsito con la que se abre una etapa viva para el IVAM desde el protagonismo de su colección.
Afirmaba recientemente Elena Vozmediano que “si la colección fuera la columna vertebral de un museo, las exposiciones temporales serían sus piernas y toda la musculatura de un centro de arte”. Cuando la propia institución museística está cuestionada, abordar una nueva etapa implica canalizar esa realidad desde un sentido responsable. Quizás por ello, el proyecto En tránsito del IVAM trasciende el contexto plástico y social de la sala para adentrarse en un sentimiento de memoria colectiva.
Como si de un relato alegórico se tratara, la historia del museo camina de la mano de su propia colección sabiendo que sólo podrá iniciar el recorrido vital desde la transformación constante. Es por eso que, como espectadores, sabemos que la muestra implica mucho más que una de tantas revisiones colectivas, y llegamos a ser conscientes de la declaración de intenciones y de ilusiones que supone vivirla. Bajo los adoquines, la playa indica el primero de sus textos, haciendo alusión a la frase emblemática de Mayo del 68 que exigía una transformación social.
Desde esa línea, las 57 piezas que componen la muestra abordan el sentido de la reconstrucción y el cambio a partir de sus tres bloques: Buceando entre los escombros, Mutaciones y Cartografías/Identidades fluidas. El recorrido se inicia desde la explanada del edificio con la pieza de Richard Serra, para avanzar hasta la experiencia final de la identidad y el viaje, teatralizada con el color negro. La transformación en sí implica un proceso poético generado desde la secuencia de actos, representados con el túmulo de cenizas industriales de Reiner Ruthenbeck y los espacios residuales y ambiguos de Matta-Clark y Herbert List.
Sin embargo, el propio cambio no implica reconstrucción. En palabras de Octavio Paz, La sabiduría no está ni en la fijeza, ni en el cambio, sino en la dialéctica entre ellos. Recuperar la lectura de la colección a partir de la realidad actual no habría sido, pues, el único reto. La selección de obras nos descubre, además, algunos emblemas de los fondos del IVAM y de la historia de sus exposiciones: Between 1 & 0 de Gary Hill, Sin título (cinco camitas) de Guillermo Kuitca o B.T. desértico de Nacho Criado. La mayoría de ellas formuladas desde la experimentación espacial que desarrolló en su día el Centre del Carme.
Un segundo apartado anuncia el sentido de “La mutación” con Estructura volante II de Yturralde, como icono capaz de flotar sobre el techo de la sala. Mientras, otros procesos de paso se focalizan en puertas (Cristina Iglesias), pasadizos y escaleras (Ángeles Marco), variaciones en el entorno (Dionisio González), o en los ciclos de la naturaleza y sus materiales (Gilberto Zorio). Finalmente, el cambio culmina con Cartografías/ Identidades fluidas cuyo argumento se revela a partir de varios caminos: La relación con el entorno natural, las huellas urbanas de nuestra presencia, las lecturas de género o la intimidad. Desde ese universo, los evocadores lugares de Hamish Fulton y Wim Wenders, junto a los códigos de Cindy Sherman y Dara Birnbaum, conviven con una antesala, donde los mapas de Guillermo Kuitca nos obligan a caminar entre pequeñas camas que recuerdan el ciclo de la vida.
Como indican sus comisarios, Álvaro de los Ángeles y José Miguel G. Cortés, la exposición En tránsito representa un mensaje que adelanta una actitud, porque el tránsito es un simple ir hacia… Y se desvanecerá. Es entonces cuando, más allá de una idea, tendrá que permanecer la construcción plástica de una realidad que siga en movimiento.
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