Resulta ésta una teoría de comprensión tremendamente decimonónica, teñida de socialismo, darwinismo y otras ideologías al gusto de su tiempo, y haría de la novela un viaje al pasado, en lugar de hacia el futuro, de no ser porque en ningún momento se ve apoyada por los acontecimientos. Se trata de una conjetura enteramente injustificada y, si algo prueba, es que el cuerpo viaja más rápido que la mente, ya sea en el tiempo o en el espacio. Cambia de cielo, no de alma, quien cruza la mar (Horacio).
Nuestro antropólogo amateur sigue haciendo su bricolaje de conclusiones… Uno esperará en vano la irrupción de una figura omnisciente, o que simplemente pueda comunicar al protagonista la historia de aquel mundo extraño: una figura reconfortante y paternal al estilo del Gran Lama de Shangri-La. Nadie acude en su ayuda y el desconcierto aumenta al adentrarnos aún más en el futuro, donde ya no hay rastros de actividad humana en aquel mismo lugar, por lo que el protagonista deduce que la especie terminó por extinguirse (y sin embargo, ¿quién nos dice que no haya humanos en otra región, en otro país, en otro planeta, en otra playa?).
Continuamente nos vemos tentados a seguir los razonamientos del protagonista, pero, si somos un poco honestos, reconoceremos que no podemos extraer conclusiones. Al igual que ignoramos dónde terminó sus días el anónimo “Viajero en el tiempo”, también ignoramos la razón por la que los días del año 802.701 pertenecen a lánguidos hombrecillos vegetarianos y sus noches, a fieras alimañas blanquecinas.
Hoy, que somos conscientes de las fallas de la historia que nos hemos contado a nosotros mismos, así como de la que hemos impuesto a otros pueblos (recordemos la antropología de andar por casa del Viajero), podemos apreciar mejor que antes lo que hace de La máquina del tiempo una obra atemporal. Aunque que el propio autor quedara convencido por las especulaciones de su personaje —cosa dudosa, pues oculta cuidadosamente toda fuente de información fiable—, Wells supo construir, con o sin consciencia de ello, uno de los crepúsculos más enigmáticos que se han postulado para la odisea humana.
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