Hay cosas que de tan repetidas suenan a vulgares clichés, una de ellas es que Iggy Pop y sus Stooges fueron los padrinos del punk. Bien, pues escribiré el vulgar cliché una vez más, Iggy y los Stooges fueron punk antes de que a verter toda tu rabia y frustración en salvajes llamaradas eléctricas de tres acordes se le llamara punk. Y puede que el ejemplo más perfecto de eso se encuentre en este Raw Power que cumple 50 años y cuya gigantesca influencia se puede ver en las dos obras que llevaron al punk a lo más alto de las listas de ventas en dos periodos distintos, Never Mind The Bollocks de los Sex Pistols y Nevermind de Nirvana.
Y es que Raw Power fue el disco que se ponía una y otra vez Steve Jones mientras aprendía a tocar la guitarra de manera acelerada, con una dieta a base de speed y James Williamson, tampoco es una casualidad que fuera el disco favorito de Kurt Cobain y el que más influencia tuvo en su música. No son ejemplos únicos, a pesar de que el disco apenas tuvo repercusión comercial, son cientos los músicos que han hablado de la enorme influencia que tuvo para ellos, gente tan variada, a veces contrapuesta, como los Smiths, Guns N’ Roses o Cee Lo Green han caído bajo el primitivo hechizo de Raw Power.
Los Stooges ya sonaban como punks en sus inicios en Detroit, cuando la banda se componía de Iggy como cantante, Dave Alexander como bajista y los hermanos Asheton, Ron como guitarrista y Scott a la batería. Con esa formación habían sacado dos discos estupendos, The Stooges y Fun House, que no habían vendido absolutamente nada. En 1971 se separaron sin apenas repercusión, poco después de que se les hubiera unido un guitarrista afilado y con el mismo peligroso estilo de vida que ellos. Se trataba de James Williamson.
Iggy no sabía muy bien qué iba a hacer cuando recibió la llamada de un fan inglés que estaba comenzando a hacerse un nombre por sí mismo, David Bowie. El autor de Hunky Dory le ofreció 10.000 libras y un contrato para grabar un disco en Londres en el sello de su mánager. El caso es que la oferta era para él en solitario, pero Iggy no pensaba irse a Londres sin Williamson, así que llamó al guitarrista, que en ese momento vivía en el sofá de su hermana, con una grave hepatitis B y, parafraseando a los Pistols, sin futuro. Londres parecía un plan maravilloso.
Iggy contaba con Williamson para ser su particular Keith Richards y hacer juntos las canciones. No andaba descaminado, la química comenzó a fluir y las canciones a brotar, Williamson ponía los acordes e Iggy la poesía transgresora. Eso sí, no encontraban ningún músico inglés que se adaptara a su primitivismo salvaje. Así que tras unas semanas derrochando el dinero que les llegaba como caído del cielo llamaron a los Asheton para que les acompañaran, Ron fue delegado al bajo y Scott volvió a aporrear la batería como si tuviera un problema personal con ella.
El propio Iggy fue el encargado de producir las sesiones y lo que hizo fue una consecuencia de su primera elección para el disco, su voz y la guitarra solista de Williamson estaban en un canal y la guitarra y sección rítmica en el otro. La diferencia de volumen entre ellos era enorme, como si Iggy y Williamson estuvieran tocando delante de todos los focos, con los amplis al máximo, y los Asheton estuvieran a oscuras al final del escenario.
La compañía de discos quedó horrorizada por el resultado y le dijo a Bowie que tenía que hacer algo con ellas. Éste, que acababa de producir el magnífico Transformer para otro de sus ídolos, Lou Reed, estaba bastante de acuerdo con lo que había hecho Iggy y no cambió mucho, diciéndole que su música era tan primitiva que la batería debería sonar como si estuviera golpeándola con un tronco de madera.
Así suena el disco, sucio y violento, con la guitarra de Williamson contando con una distorsión puesta en niveles radioactivos y la voz de Iggy sonando como si fuese una agresión física.
Baste escuchar el inicio del disco con “Search And Destroy”, la canción más mítica del mismo, una descarga de pura energía cruda en la que los tímpanos de los oyentes corren peligro, con el amplificador de James Williamson puesto al 11 e Iggy sacando a relucir su voz más aguda y salvaje, mientras aúlla la descripción más acertada de sí mismo: Soy un guepardo callejero con el corazón lleno de napalm, soy un hijo fugitivo de la bomba nuclear A. Es un inicio tan agresivo que puede llevar a preguntarte si tu equipo de música está estropeado, la guitarra corta como una cuchilla de afeitar y la voz de Iggy parece que va a explotar.
Lo increíble es que luego llega “Gimme Danger”, una canción acústica tras esa primera orgía de distorsión. Pero que nadie piense que esto suena menos peligroso, ya que la canción está rodeada por una sensación opresiva de peligro y electricidad, con Williamson volviéndose a desatar al final. “Your Pretty Face Is Going To Hell” comienza con otro puñetazo eléctrico y hace honor a su poderoso título, nuevamente los latigazos eléctricos de Williamson son el complemento perfecto para un Iggy nuevamente en modo nuclear.
“Penetration” es un blues sucio y depravado mientras que “Raw Power” era una barbaridad en la que el piano sonaba como un martillo haciendo obras en la casa de al lado. Otra de las grandes canciones de su carrera en la que Iggy y los Stooges suenan como si estuvieran a punto de iniciar una revuelta. Con “I Need Somebody” vuelve el blues primitivo y sexy, mientras que “Shake appeal” es otra descarga eléctrica a la velocidad del rayo. Como colofón aparece la brutal “Death Trip”, donde suenan como cuatro cavernícolas recién descongelados a los que hubieran dado micrófono, guitarra, bajo y batería y estuvieran intentando averiguar cómo tocarlos.
Raw Power suena a riesgo y descarga, música hecha desde las entrañas, en vez del cerebro o el corazón, que suena agresiva, sucia y salvaje. Rock & Roll con una pureza del 100%, sin destilar, este disco sigue sonando tan absolutamente demoledor y magnético como en febrero de 1973, algo realmente fascinante y subversivo en lo que sumergirse, una explosión tan vital ahora como hace 50 años.
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