La inauguración de la XXXVI edición del Ravenna Festival ha sido una verdadera inmersión en la vocalidad y en los valores profundos de una cultura compartida. Un inicio marcado por la gran música, pero también por la reflexión, la coralidad como gesto cívico y la belleza como forma de resistencia. El gran protagonista: Riccardo Muti, primero al frente de la Orchestra Giovanile Luigi Cherubini para el concierto inaugural del 31 de mayo, y después guiando a más de tres mil coristas en el proyecto Cantare amantis est.
Riccardo Muti dirige la Orchestra Giovanile Cherubini © Marco Borrelli.
El concierto de apertura, celebrado en el Palazzo Mauro De André, ofreció un programa de corte clásico que reunía dos obras maestras de Beethoven —la Obertura Coriolano op. 62 y la Séptima Sinfonía en la mayor op. 92— junto al Concierto para violín n.º 4 K 218 de Mozart, confiado al joven talento Giuseppe Gibboni, primer premio del certamen para violín Nicoló Paganini de Génova de 2021. Como suele ocurrir con Muti, su gesto fue al mismo tiempo sobrio y elocuente, capaz de otorgar un nuevo perfil a partituras bien conocidas. La Obertura Coriolano, bajo su dirección, evitó toda retórica superficial: emergió un discurso musical depurado, esculpido en los detalles, donde el dramatismo se convirtió en sustancia. En Mozart, la escritura más aérea y sutilmente irónica encontró en Gibboni un intérprete lúcido, capaz de conciliar el rigor formal con una libertad expresiva genuina. Su sonido –pulido y variado– brilló en la transparencia del «Allegro», mientras que el Andante cantabile reveló una cantabilidad profunda, casi de cámara en perfecta sintonía con la orquesta y el director napolitano. Gibboni evitó cualquier exhibicionismo, optando por una lectura reflexiva, coronada por una exquisita pieza de Bach como propina.
Riccardo Muti y Giuseppe Gibboni durante el concierto de Mozart. © Marco Borrelli.
En la Séptima, Muti imprimió a la orquesta un impulso firme y fluido, dominando la forma con claridad arquitectónica. El nuevo conjunto de la Orquesta Cherubini, que cambia caso del todo cada tres años (de hecho, es una orquesta de formación) tuvo, como era de esperar, algunos problemas de compenetración, cohesión y afinamiento, pero dejó el alma en su actuación, guiada con gran maestría por Muti que tendrá ocasión en varios conciertos entre junio y julio para arreglar estos problemas de “juventud”. Especialmente eficaz y cautivante fue a pesar de esto el «Allegretto», cargado de lirismo contenido y un juego del contrapunto muy controlado pero siempre muy expresivo, frente al entusiasmo contagioso del movimiento final, «Allegro con brio», impregnado de energia y de acogido con calurosos aplausos.
Riccardo Muti y los más de 3.000 coristas de «Cantare amantis est» en el Palazzo Mauro de Andrè de Ravenna. © SilviaLelli.
Pero fue en la Basílica de San Vitale —con sus dorados mosaicos bizantinos, iconos milenarios de eternidad y luz— donde se vivió uno de los momentos más elevados del festival: el concierto de los Tallis Scholars, ofrecido en homenaje a los 500 años del nacimiento de Giovanni Pierluigi da Palestrina y al 90º aniversario de Arvo Pärt. Un verdadero oasis espiritual, donde la polifonía renacentista y la escritura contemplativa del compositor estonio se encontraron en nombre de una belleza que trasciende los siglos. El programa unió páginas emblemáticas de ambos autores: de Palestrina, Surge, illuminare Jerusalem, la Missa Brevis y el conmovedor Nunc dimittis; de Pärt, tres pilares de su pensamiento musical: Da pacem Domine, Which was the son of… y otro Nunc dimittis, verdadero puente de plata entre dos épocas. La dirección de Peter Phillips modeló cada línea vocal con una atención casi escultórica, logrando una transparencia sonora que parecía hacer vibrar la propia luz de la basílica. Las voces, perfectamente equilibradas, revelaron con claridad los juegos imitativos de Palestrina y la densidad meditativa de Pärt, en una espiritualidad suspendida, fuera del tiempo. No hacían falta artificios: bastaba la fuerza del sonido puro, de la armonía desnuda, para elevar el alma.
Peter Phillips dirige The Tallis Scholars en la Basilica de San Vitale en Ravenna. © Marco Borrelli.
Entre los momentos más significativos del Ravenna Festival 2025, el proyecto Cantare amantis est transformó los días 1 y 2 de junio la ciudad en un gran laboratorio de humanidad y convivencia. Inspirado en las Vie dell’Amicizia de Riccardo Muti y coordinado este año por los jóvenes Anna Leonardi y Michele Marco Rossi, reunió a 3.116 coristas de toda Italia —104 coros estructurados y 1.202 participantes individuales— para una masterclass gratuita dirigida por el Maestro en el marco del Palazzo Mauro De André. “Cantar es propio de quien ama”, escribió San Agustín, y en esta visión el canto se convirtió en instrumento de paz, comunión y resistencia. Los participantes —profesionales y aficionados— trabajaron juntos sobre célebres páginas corales de Verdi: «Và, pensiero» de Nabucco, «Patria oppressa!» de Macbeth y «Gerusalem!» de I Lombardi alla prima crociata, en un proceso creativo abierto al público. “Cantar y hacer música juntos es el ejemplo más vivo de una sociedad orientada al bien común”, afirmó Muti, quien quiso lanzar, en este momento dramático, una verdadera llamada: la del canto como gesto cívico, como resistencia ética, como forma de amor.
Riccardo Muti frente a los más de 3.000 coristas de «Cantare amantis est». © SilviaLelli.
El Ravenna Festival se confirma nuevamente como cruce de memorias y profecías, de música y pensamiento, de arte y responsabilidad. Una verdadera voz colectiva: potente, consciente y necesaria, ya que como dice el lema escogido pera esta edición del festival —sacado del Don Quijote de Cervantes— “Donde hay música no puede haber cosa mala”.
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