Sara Carbonero. Dulceida y Madame de Rosa. Un estilista autoparódico. Seis aspirantes (y los que quedan por venir) a mamarracho de la moda, que van de influencers. Estos han sido los ingredientes de uno de los más sonados fracasos televisivos de la temporada, el reality show Quiero ser. De Telecinco a Divinity, en apenas tres entregas. Y de ahí a la más que probable cancelación, si es que no se ha producido ya y ni nos hemos enterado, de pura desidia. El programa ha devuelto al prime time a la señora de Casillas, reconvertida en presentadora de formatos de entretenimiento, tras su encumbramiento -porque sí- como referente del periodismo deportivo de este país.
La crítica televisiva ha vapuleado su estreno. La audiencia le ha hecho un discreto caso. Las redes han hervido, pero no han insuflado followers a las cuentas de los implicados. Las vestiduras -nunca mejor dicho- se han rasgado con virulencia en las redacciones de las revistas que otrora señalaron a la mamá de Martín y Lucas como referente de estilo. Con certera puntería, cabeceras de rancio abolengo han denunciado el gran error del programa, que no es su trospidez ni su baja catadura moral.
Lo peor de Quiero ser reside en cómo banaliza y convierte en un juego adolescente algo tan serio como es la moda, su comunicación en los tiempos que corren. Para quienes estamos especializados en la materia y hemos pasado por universidades y escuelas para formarnos, el visionado del programa resulta insultante. Su pretendida finalidad didáctica sonroja.
Ser un experto en moda, según las lecciones magistrales que han impartido los tutores, implica saber bailar el hula-hop o preferir una tostada de jamón a un sandwich que rezuma mayonesa; Tener estilo equivale a no avergonzarse por posar en bragas en la escalera de un hotel. A tenor de los consejos de los expertos del programa, a la inauguración de una terraza de verano, con el sol aún en el horizonte, lo conveniente es ir de largo y de negro, como acudiría Angelina Jolie a la gala de los Oscar (sic).
Visto lo visto, fomentar la xenofobia, insultar a un huérfano, burlarse de la ignorancia ajena y presumir de la estulticia propia son valores en alza… pero, en realidad, cavan la tumba del advenedizo influencer; Porque ir de shopping a Bershka no le convierte a uno en Anna Wintour; Porque el coolhunting no consiste en mirar escaparates; Porque la comunicación de moda no se resume en un simple #hashtag.
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