El año pasado no pudo ser, la huelga de actores impidió que Challengers inaugurara el Festival de Venecia, pero este año, Luca Guadagnino, en su quinta participación —The Protagonists (1999), A Bigger Splash (2015), Suspiria (2018) y Bones and All (2022)—, compensó con creces su ausencia, estrenando Queer. El guion de Justin Kuritzkes adapta la obra del mismo título de William Burroughs, secuela de Junkie (1953), que a pesar de haber escrito en los años cincuenta no fue publicada hasta los ochenta.
Amor, sexo, drogas y alcohol la inundan, y el director de Call Me By Your Name se sitúa en las antípodas estilísticas de David Cronenberg, para ofrecer una historia de poliadicción, pero también un profundo romance, que actúa como un analgésico natural, tal como el propio escritor lo definió en una ocasión. Guadagnino dirige una adaptación que funde el poder narcótico de la obsesión erótica y la dependencia, donde la música, tanto la banda sonora original de Trent Reznor y Atticus Ross como los diversos temas que se van insertando, aportan un lirismo y también un erotismo, que dimensiona especialmente la película. Por ejemplo, la obertura con Sinéad O’Connor cantando a cappella “All Apologies” de Nirvana o la sensual escena a cámara lenta al ritmo de “Come As You Are”. Recordemos que el héroe de la contracultura participó en un videoclip del grupo —Nirvana: Heart Shaped Box (Anton Corbijn, 1993)—, al que se unen en la película también piezas de Prince o New Order (“Leave Me Alone”).
En la primera parte del filme, encontramos a Bill Lee (Daniel Craig), en Méjico, con su tropical traje blanco (estilismo de Jonathan Anderson para Loewe), sombrero e inseparable pistola, acodado en un bar tras otro, rodeado de otros expats, que parasitan el oasis low cost donde beber y vivir su homosexualidad con cierta libertad. Un aire colonial impregna la escena, entre el tedio, el calor y todos los tipos característicos de postguerra, misfits o intelectuales, que cruzan las fronteras para poder respirar, lentre ellos un protésicamente engordado Jason Schwartzman.
El espacio en el que se mueve el sosias de Burroughs, compuesto por bares, dormitorios y calles, posee la cualidad de una casa de muñecas, es un hábitat seguro, por el que Lee se desplaza como en un tablero de juego de mesa. Sonriente, guapo, agradable, transmite sin embargo una melancolía discreta y educada, hasta que el encuentro con Eugene (Drew Starkey) trastorna su mundo. A partir de ese momento, aprendemos también que Lee no vive su sexualidad de una forma totalmente aceptada. Tal como le sucedía a Kenneth Tommey, el protagonista de Poderes terrenales, de Anthony Burgess, este hombre elegante y cultivado lleva secretamente como una losa el rechazo social, que le obliga a salir de su país para vivir con libertad.
El amor irrumpe en su vida y con él la duda sobre la posibilidad de entablar una relación con el joven Gene, cuyas preferencias no son claras. Guadagnino es un gran romántico y lo demuestra al enfrentarse al cliché del pope de la politoxicomanía, mostrando su vulnerabilidad, gracias a una extraordinaria interpretación de Daniel Craig, fascinante, sensual y lúcido protagonista de Queer. La cualidad camaleónica y arriesgada del actor que encarnó a Georges Dyer, el amante de Francis Bacon, en Love Is the Devil, (John Maybury, 1998) se despliega en el filme de Guadagnino con una potencia increíble, que hace estallar el estereotipo. Un actor que no teme mostrar su vulnerabilidad es capaz de transmitir a sus personajes una verdad incontestable, mientras que un director valiente y honesto no teme cruzar límites para expresar su propia voz, sin arredrarse ante ningún tótem. El respeto, profundo entendimiento y libertad creativa que muestra en su película es una muestra de ello.
El deseo y la pasión se transmutan a través de la poesía, con las referencias a Orfeo (Jean Cocteau, 1950), la inmersión en otro mundo atravesando el espejo como si fuera agua para vivir plenamente lo imposible son una paráfrasis de la búsqueda que abarcará la segunda parte de la película.
En un paisaje abierto, hostil y enigmático, entre serpientes y jungla, Gene accede a acompañar a Lee en la búsqueda del “yage” o “ayahuasca”, la droga con la que espera conseguir poderes telepáticos. Más aún, la comunión total con el otro (tema que no le es extraño al director de Bones and All). En la selva encontrarán a una mujer que les ayudará en su investigación, como introductora del ritual a través del cual pasarán a través del espejo de su propia conciencia. Lesley Manville, irreconocible, la encarna admirablemente como una medium que abrirá un despliegue de imágenes psicodélicas en sus mentes, como un portal de descubrimiento y también de dolor, en el que se separarán de su cerebro y su corazón para poder fusionarse.
Este giro estilístico peligroso, como lo son todos los intentos de trasladar visualmente las alucinaciones y emociones alteradas, se salda en Queer de forma irregular, pero no lastra la triste belleza de su propósito, ni una película que ha proporcionado a Daniel Craig el mejor papel de su carrera y, posiblemente le encamine a obtener merecidas nominaciones a mejor actor.
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