Marvin Gaye arrojó luz a la vida de las personas mientras desempañaba las tinieblas de la suya. Sus genialidades permanecen, al igual que los ecos de su repentino asesinato a manos de su padre un día antes de su cumpleaños.
Todo el mundo ha oído hablar de la muerte de Marvin tan indeseable como trágica, pero no todo el mundo ha oído a Marvin Gaye, una especie de secreto bien guardado en los vinilos de nuestros padres, entre Neil Diamond, Nino Bravo o Nat King Cole. Su música fue un fiel reflejo de un viaje humano, tortuoso, atormentado y lleno de contradicciones, unas contradicciones que le atenazaban y acobardaban para afrontar sus miedos.
Desde muy niño vivió enfrentado a su padre, quien no aceptó de buen grado que el joven Marvin pasase olímpicamente de los extraños dogmas que su congregación religiosa inoculaba cada domingo. Marvin quería cantar, ligar con chicas, tal vez no ser quien fue, pero sí ser un crooner que cantase a esos amores llenos de luminosidad. El momento clave vino cuando le presentaron a Berry Gordy, capo por aquel entonces de la incipiente Motown, quien le presentó a su hermana y futura esposa Anna.
En primer lugar, empezó cantando lo que quería su suegro, pero a medida que el mundo cambiaba, Marvin quiso dar un golpe en la mesa y grabar discos comprometidos que hablasen de su gente y de los problemas latentes en la época: Vietnam, la ecología, la vida en los suburbios… “What’s Goin’ On” pasa por ser uno de los mejores discos de la historia y fiel reflejo de una sociedad convulsa en la que las viviendas sociales se llenaban de mugre, droga e indefensión.
Aunque el sexo vendía más: “Let’s Get it on” elevó a la quintaesencia el soul hablando sin reparos de caricias, jadeos y orgasmos. Su vida empezaba a ser un desastre en ese plano: se fue con una menor que acabó abandonándole por su mejor amigo, se separó de Anna con un divorcio que se convirtió casi en asunto de estado, al trasladarse incluso al concepto irónico y resentido de “Here, my dear”. Años antes, ya había perdido trágicamente a su compañera de escenario y musa encubierta Tammi Terrell, algo que jamás llegó a poder superar.
Marvin no paraba de drogarse, de comprarse coches de lujo y de dar tumbos. Sus discos ya no tenían igual impacto porque si bien no eran malos, no eran superiores. Todo ello, unido a sus paranoias personales le condenaron a la autodestrucción y al viaje espiritual y lisérgico; vivió en una caravana en Bélgica, llegó a tener un aspecto de mendigo descuidado… nadie habría dicho que ese hombre había sido antaño “El príncipe del soul”.
Su penitencia, rehabilitación y regreso a la cúspide llega de la mano de su biógrafo David Ritz y de un sello discográfico que confió en él: CBS Records. El resto… vuelve a ser magia: “Sexual Healing”, una cura sexual que ponía tiritas eventuales a una existencia ruinosa. Y un disco, “Midnight Love”, que le hizo merecedor del reconocimiento popular una vez más. Su padre, sin embargo, no pensaba igual y le engatilló sin piedad un día antes de cumplir 45 años. La leyenda había comenzado mucho antes, pero este fundamentalista descerebrado la convirtió en aquel día de abril en eterna.
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