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«Priscilla», a la sombra del ídolo

En Cine y Series 13 febrero, 2024

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Basándose en el libro de memorias de la esposa del Rey, titulado Elvis y yo, Sofia Coppola ha estrenado Priscilla en el 80º Festival de Venecia. El filme ha contado con el placet de la autobiografiada, que también asistió al estreno, lo que nos podía hacer esperar una edulcorada y pactada versión de lo que sucedió, desde que Priscilla Beaulieu, de 14 años, y Elvis, de 24 y en el servicio militar, se conocieron en una base alemana en 1959, hasta su divorcio. Sin embargo, la directora aborda con su conocida sensibilidad y sin excesivo remilgo una historia de amor adolescente y maltrato en el corazón de una mansión más icónica que la de Hugh Hefner.

Coppola contaba con los mimbres necesarios para adaptar la historia a sus intereses, así 17 años después de María Antonieta, retrata a otra niña inocente elegida para ser la monarca en la corte de un rey. En un registro realista, sin recursos estilísticos sofisticados, la directora y guionista del filme sale a jugar con el partido tomado, y su misión será mostrar ese lado oscuro que los grandes extienden como una sombra sobre aquellos que manipulan, para anular su voluntad. En este caso, la elegida para compartir trono tiene unas características muy definidas que la hacen elegible: no pertenece al show business, es virginal y moldeable, y sobre todo capaz de establecer una conexión con otra alma inmadura.

Priscilla

Tras vencer las reticencias de su padre, que es un oficial destacado en la misma base que Elvis Presley (Jacob Elordi, conocido por Euphoria), la hace trasladar a Graceland, donde formará parte de la familia —su suegro ejercerá de tutor—, mientras espera el momento de formalizar la relación. Como Elvis le deja claro desde el principio, llamándola «pequeña», Priscilla, que es interpretada por Cailee Spaeny, tendrá que ocupar su lugar en la familia y seguir sus estudios, aunque la vida que se le ofrece sea tan incoherente como el día y la noche. Sale con Elvis con sus trajes de fiesta, maquillada como una novia infantil, para después madrugar e ir al colegio de monjas por la mañana. Su pequeña talla y su disfraz de adulta aumentan el patetismo de su situación, Elvis no quiere que pierda su virginidad hasta que él decida que es el momento, la encierra en una jaula de oro, elige sus vestidos y el color de su pelo… mientras ella espera y espera, sin hacer preguntas, mientras él rueda una película tras otra.

Priscilla

La mansión de Graceland se convierte en una caja de resonancia que amplifica la sensación de soledad. El silencio en la casa solo contrasta con la calidez sureña de la abuela de Elvis, que parece más una nanny que un apoyo real. La joven no puede llevar a ninguna compañera a casa y no tiene amigos ni vida propia, solo va al colegio y luego espera, viviendo su relación básicamente en el ámbito del dormitorio, hasta que el Rey decide que es el momento de mostrarla en sociedad. Priscilla carece a los 15 años de la madurez necesaria para comprender la carga que supone ser la compañera de uno de los hombres que cambiaron el siglo XX, el peso de la fama es a veces insoportable y que tu pareja sea más interesante que tú es algo que conoce y sabe expresar muy bien la directora de Lost in Translation,  y Somewhere.

Sofia Coppola vuelve a dos de sus temas más recurrentes: la construcción de la mujer y el peso de la fama.

En Graceland, todo el mundo cumple órdenes y sigue las instrucciones con que se rige el imperio y eso incluye a su prometida. Él siempre deja claro que es quien tiene el control y la manipula «por su propio bien». Coppola nos muestra el primer día de Priscilla en la mansión con diversos planos que nos transmiten incomodidad. Simplemente haciéndola deambular como perdida, tratando de encontrar su lugar, se sienta en un sofá y se levanta de inmediato, prueba otro espacio en la sala de estar y desiste, intenta conversar con la prima de Elvis en la oficina, pero tampoco es su sitio. Por suerte, su amado le ha dejado un regalo, un cachorro inmaculado que entretendrá a la nueva María Antonieta.

Priscilla

La sororidad que muestra Coppola con la inocencia y tribulaciones de su personaje es la base de la película, en la que Elvis es retratado como un hombre extremadamente caballeroso y educado, pero con una vida propia en la que ella tendrá que encajar. Esos buenos modales que expresa no tienen correlación con una genuina y profunda actitud de respeto hacia la niña-mujer que ha atraído a su lado. Sin importarle sus intereses —ni siquiera la tiene en cuenta como individuo con voluntad propia—, la invita temerariamente a compartir su afición por las drogas, porque significa compartir una parte de su estilo de vida. La inmadurez de Elvis le hace adoptar una actitud temerosa ante el Coronel Tom Parker, al que llama «señor», y otra estereotipada como amante y marido, con su «pequeña», sin que la una ni la otra sean las que se pueden esperar de un hombre en su posición.

La conexión entre dos almas inmaduras es engañosa, pues la relación es verdaderamente de poder. Si no bastaba con las normas que configuran la vida de Priscilla, el precio a pagar por vivir su historia de amor con un hombre influyente es más oneroso al tener que aceptar su infidelidad, y la defensa cerrada de su propia actitud dentro de la pareja nos parece a día de hoy tan inaceptable como todavía frecuente. En Priscilla no nos ciegan los fuegos de artificio, ni siquiera el parecido entre los actores y sus modelos es tan evidente como en otro tipo de biopic, porque el árbol no nos dejaría ver el bosque. Elvis es un símbolo suficiente de poder e influencia, para poder extrapolar su actitud y la película de Sofia Coppola es un cuestionamiento radical de la persona detrás del artista.

Spaeny encarna a una magnífica Priscilla, y con sus 24 años es capaz de transmitir tanto la inocencia como el hastío final. Philippe Le Sourd, colaborador asiduo de Sofia Coppola factura una fotografía limpia y suficientemente oscura en la parte inicial, donde las habitaciones parecen sumergidas en un ocre perenne que lo impregna todo, acorde con la distancia a la que sitúa la cámara respecto a sus personajes. La banda sonora, que no recurre a los hits de Elvis, está firmada por otro habitual de la directora, el ganador del Grammy, Phoenix. Priscilla nos devuelve un díptico formado por dos retratos, el del ídolo y el de la persona, a través de una tercera protagonista, la que da título al filme y a través de cuyos ojos, Sofia Coppola vuelve a dos de sus temas más recurrentes: la construcción de la mujer y el peso de la fama.

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