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El pop, el periodismo, la jungla digital y el papel

En Música 10 septiembre, 2015

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

El periodista musical Juan Puchades agrupa en su libro El oro y el fango decenas de artículos publicados con anterioridad en el digital Efe Eme, concretando un ejercicio de reflexión amenazado por la sombra de la extinción.

El consumo de música popular, la industria sobre la que se sustenta y el propio ejercicio del periodismo, a ellos asociado, han experimentado enormes cambios en los últimos tres lustros. La trayectoria de la revista Efe Eme ha corrido en paralelo a todos ellos, y su propia evolución ha acabado siendo un reflejo de todas esas transformaciones. Comenzó a editarse, en papel y con distribución regular, en 1998. Finiquitó su trayecto como revista impresa en 2007, capeando el temporal desde entonces como un diario digital musical con actualizaciones diarias.

Y ahí sigue, complementando su existencia con una vuelta al papel impreso que, a la fuerza, tenía que ser hoy muy distinta: tan solvente en su información y aseada en lo formal como aquella revista mensual, pero ahora enfocada a un proyecto editorial minoritario, aunque certero, por lo que respecta a su consumidor final, aquel melómano que busca siempre una interpretación histórica de los discos de sus artistas predilectos. Ese fan que necesita poner en contexto el objeto de su disfrute, para sacarle así el máximo partido. Ese es el objetivo de la serie trimestral Cuadernos Efe Eme y de los libros que la propia editorial ha puesto en circulación en el último año. Sobre Johnny Cash, Los Rodríguez, Los Brincos, la Historia del soul o sobre el histórico fanzine de los años 80, Estricnina.

El último volumen de la serie Biblioteca Efe Eme es obra de su propio responsable, porque El oro y el fango no es otra cosa que un compendio de todos los artículos (más algún inédito) que Juan Puchades, el director de todo esto, fue diseminando entre 2007 y 2014 en los ilimitados renglones de los que disponía en www.efeeme.com, en una sección del mismo nombre (extraído de un párrafo de una canción de Ariel Rot). Como cualquier sección con visos de editorial, podría haberse considerado como un egotrip. Y en cierta forma -como cualquier texto escrito en primera persona y con cierta vocación confesional- lo fue.

Pero volver a leer (o descubrir, si es el caso) esos más de cien artículos así, prácticamente del tirón, sin lapsos temporales y agrupados en un mismo libro, nos devuelve el reflejo (seguramente involuntario) de una panorámica bastante fiel de lo que ha sido la evolución de la industria y del periodismo musical en los últimos diez años. Tamizados -eso sí- por el filtro de alguien que, tanto por querencia personal como por visión empresarial, siempre quiso orientar el foco hacia la producción pop y rock en castellano, de ambos lados del charco, generalmente arrumbada ante la primacía mediática de las grandes factorías anglosajonas. Y sobre todo, huir de su seriación de hypes en cadena.

Los héroes de Efe Eme, desde que se fundara a finales de los años 90, no eran ni Portishead, ni Pulp, ni los Chemical Brothers, ni Belle & Sebastian ni The Strokes. Ni siquiera Los Planetas, aunque alguna vez ocuparan su portada (ya que una cosa es el pálpito editorial del medio y otra es su amplitud de miras: quién sabe si en ese eclecticismo, en un contexto gremial tan propenso con el tiempo a los nichos y a la bunkerización, la propia revista pagó también con ello su penitencia). Eran Andrés Calamaro, Enrique Bunbury, Litto Nebbia, Juan Perro, Kiko Veneno, Ariel Rot o Enrique Urquijo. Pero también The Rolling Stones o Bruce Springsteen. La historia del rock no empezó con Nirvana, como le gusta recordar a Juan Puchades, es cierto. Pero Efe Eme siempre pasó de puntillas por gran parte de la producción independiente posterior a la eclosión alternativa que aquellos protagonizaron a principios de los 90, para fijar su atención en otras latitudes, otros estilos e incluso en épocas pretéritas. Y en su derecho estaba.

Todos ellos, los Bunbury, Calamaro, Veneno, Nebbia, Rot, Urquijo, Springsteen, Stones e incluso Amy Winehouse aparecen evocados en las páginas de El oro y el fango, junto a un puñado de reflexiones sobre la piratería, la futilidad de los formatos musicales tal y como los conocíamos, la transformación de los medios, el rol de la música popular en nuestras vidas o la sempiterna recuperación de esos grandes orfebres casi anónimos del pop estatal: el texto dedicado a Julio Bustamante, por ejemplo, es sencillamente ejemplar.

Se desvelan también, en algunas de las notas que el autor va dejando caer al final de cada artículo, las imprevisibles tendencias de lectura que esta era cibernética nos va dejando. Su didáctica serie sobre los pioneros del rock, aquí recuperada (Bill Haley, Carl Perkins, Buddy Holly, Little Richard) pasó con más pena que gloria -si nos atenemos al número de visitas que cosechó- , mientras que su repaso al trienio 1977-80 en España (Chapa Discos, la Nueva Ola, el Rock Mediterrani, el rock urbano, la escuela venenosa o los cimientos de la Movida) reventó al alza cualquier previsión. Como si la historia, con mayúsculas, solo nos interesase si nos pilla cerca. Pese al incesante reciclaje de estilos en el que vivimos inmersos, que tanto recupera géneros y estéticas de los 50 como de los 70.

Juan Puchades. "El oro y el fango"

En la exposición impúdica de tantos pensamientos en voz alta que despacha Puchades, servidos con su habitual estilo, desenvuelto, vigoroso, pero también muy descarnado (las loas a Diego A. Manrique son más que un halago) puede haber algo de liberación del ego (¿qué crítico musical no lo tiene?). Pero también hay mucho de temeraria sobre exposición: abrirse las venas en canal -en sentido figurado, claro está- para mostrar sin ambages las filias y fobias particulares es siempre terreno abonado para la controversia. Es lo que tiene el arriesgado ejercicio de mojarse en público. En una época como la que vivimos, es combustible para el halago pero también para el improperio, multiplicado por el anonimato que ofrece la red y por el sempiterno y agrio revanchismo que anida en este país, casi elevado a la categoría de deporte nacional. Convivir con ellos no siempre debe ser fácil, así que se advierte en la publicación de El oro y el fango cierto ánimo de desquite, de mensaje cifrado de nuevo para que su destinatario real (o al menos, más agradecido, ya que media el desembolso previo) lo acoja sin interferencias ni vacuas polémicas. De hecho, algunos de los inéditos no vieron la luz hasta ahora por reparo a ser malinterpretados o a soliviantar alguna piel de fina textura.

La particularidad de este volumen radica no solo en estimular ese bien tan preciado y tan en desuso como es la reflexión -asociada a la música pop, rock, popular- , en un puñado de cavilaciones con las que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo (o comulgar más con el hilo argumental de unos textos que con el de otros, faltaría más), en estos tiempos de voracidad informativa, anorexia argumental y corta-pega periodístico. Su retahíla de artículos, tal y como están secuenciados, constituye también un reflejo en tiempo real de ese aprendizaje a golpes en el que cualquier agente de esta industria tan venida a menos (músicos o periodistas, lo mismo da) anda inmerso desde hace ya algunos años. Aunque tal ejercicio de supervivencia, cuando se aborda desde la pasión, generalmente se empeñe en poner sordina al lamento y desechar el victimismo. El lector -su destinatario final- agradecerá que así sea.

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